Los libros de cuentas redactados por su jefe de cámara, conservados en archivo histórico de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, muestran los cosméticos que manejó la reina castellana.
Uno de los grandes mitos que ensombrecen la figura de Isabel la Católica, una de las más grandes soberanas de la Europa moderna, es el de su supuesta falta de higiene. Esta recurrente caracterización tiene su origen en una falsa leyenda: el juramento —que nunca realizó— de que no se cambiaría de camisa hasta que no arrebatase Granada a los musulmanes. En realidad, los historiadores señalan que esta frase corresponde a su tataranieta, Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, quien al parecer prometió de forma simbólica que no renovaría sus prendas hasta pacificar Flandes.
Unos documentos conservados en el archivo histórico de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, ubicado en el Palacio de los Golfines de Abajo de Cáceres, y que desde este martes ofrece sus 9.000 legajos de forma digitalizada, arrojan una imagen diferente sobre el aseo personal de Isabel I de Castilla. Según anotó Sancho de Paredes Golfín, su camarero o jefe de cámara desde 1498, la reina empleó perfumes y cosméticos que en algunos casos procedían de Oriente.
"La reina era también aficionada a los perfumes y joyas. Ella pensaba que el cargo había que vestirlo, que una reina debía tener una presencia pública solemne o destacada", explica Miguel Ángel Ladero Quesada, catedrático de Historia Medieval y académico de la Real Academia de la Historia. "Así como su hermano Enrique IV en eso había sido un poco desastre, porque no le gustaba vestirse bien ni las recepciones, Isabel tenía un concepto muy fuerte de la vida real y de cómo las vestimentas, las joyas y los cortesanos tenían que existir porque eso impresionaba a la gente, a los súbditos, y les daba la sensación de que estaban realmente ante su rey o reina. Y los perfumes también formaban parte de eso".
Los nueve libros de cuentas que detallan el inventario de los bienes materiales de la esposa de Fernando el Católico fueron redactados por Sancho de Paredes, que ingresó en la corte de Isabel en 1484 y empezó a ayudar a su suegro Martín Cuello en la complicada gestión de los bienes de la cámara regia, según detalla Ignacio Panizo Santos en su reciente tesis doctoral Análisis institucional, gestión administrativa y tramitación documental de la cámara de Isabel I de Castilla. El 15 de marzo de 1498 asumió el cargo de teniente de camarero.
Es precisamente en ese último volumen donde se recogen todos los gastos de la reina en "cosméticos de uso real": algalia, almizcle, anime —una resina o goma de diversas especies botánicas orientales—, benjuí —una resina de un árbol originario de los bosques tropicales de países del Sudeste Asiático— o estoraque real. Además de estos productos, que fueron adquiridos por el propio Paredes y su esposa, Isabel Cuello, en varias operaciones cerradas en Granada o Medina del Campo, el tocador de la monarca de Castilla era rico en perfumes elaborados, como el ámbar fino, el aceite de Azahar, el agua de murta, que se utilizaba como desodorante, o el aceite de rosa de mosqueta, muy utilizado en la actualidad porque es uno de los regeneradores e hidratantes más potentes para la piel. Todas estas fragancias iban bien guardadas en cofrecitos, arquetas, redomas, barrilitos y recipientes de vidrio.
La conservación
Los cometidos del camarero consistían en vigilar el aspecto de los objetos privados de la reina —joyas, obras de arte, vestidos, mobiliario para la capilla o para los aposentos— y ordenar su reparación, así como hacer encargos a artesanos. También tenía la responsabilidad de realizar la gestión administrativa, una rutina a la que Sancho de Paredes le dio un vuelco: nada más hacerse cargo de la cámara de la reina solicitó la redacción de un inventario con todos los bienes y, desde ese momento, todas las compras, donaciones, ingresos y salidas debían quedar respaldados por documentos oficiales. Necesitó nueve libros para reflejar todas las posesiones de Isabel la Católica.
Esta labor de documentación y transparencia fue de enorme utilidad para los encargados de gestionar el famoso testamento de la reina, muerta el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo. Además de designar a su hija Juana, llamada "la Loca", como heredera, dejó órdenes del destino de sus bienes, desde los regalos a iglesias hasta el patrimonio para sufragar deudas; y el camarero devolvió todos los objetos a los albaceas.
"Al acabar el proceso, la Contaduría Mayor de Cuentas revisó la documentación. Sancho de Paredes fue convocado. Se presentó con toda la documentación que había gestionado entre 1498 y 1504 para probar que había obrado correctamente", explica Ignacio Panizo Santos en su tesis. "La Contaduría inspeccionó sus documentos. Comprobó que había unos que se habían perdido y no podía justificar. Pero en general, fueron pocos y poco importantes. Estas faltas no le restaron prestigio. El rey Fernando lo entendió así. Ordenó a la Contaduría que aceptara sus argumentos y liberaran de responsabilidades al camarero". Su nombre gozaría de fama en la corte y el rey le pediría que inventariase ahora los bienes de su nieto, el infante Fernando, tareas que desempeñaría hasta 1518.
Con la llegada de Carlos V a España, Paredes se retiró a su Cáceres natal. La Contaduría Mayor de Cuenta le devolvió los inventarios y los documentos sueltos, que encuadernó y conservó y han ido pasando de generación en generación hasta su actual propietaria, la condesa de Torre Arias, Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Su fundación abre ahora al universo digital los más de 9.000 documentos y volúmenes que atesora, entre los que sobresalen los libros de cuentas de Isabel la Católica. El acto de presentación tendrá lugar este martes por la tarde en la Real Academia de la Historia en un acto presidido por su directora, Carmen Iglesias.
Bình luận