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Foto del escritorAndrés Cifuentes

Paulina Bonaparte huye de la familia perfecta

La hermana más guapa de Napoleón, a quien adoraba, no transigió con las relaciones convencionales de pareja. Fue una mujer completamente libre.


‘Paulina Borghese en el estudio de Antonio Canova’, obra de Lorenzo Vallés.

Definida por sus contemporáneos como “la mujer más bella de su época”, Paulina Bonaparte (1780-1825) fue la segunda hermana de Napoleón y la que más lo quería. Caprichosa y extravagante, su promiscuidad escandalizó a las cortes europeas.


Su padre, Carlos Bonaparte, luchó contra los franceses a favor de la independencia de su isla natal, Córcega, aunque más tarde se reconcilió con las autoridades galas. Tras su prematura desaparición, el mando del clan recayó en Napoleón, pese a ser su hermano José el hijo mayor.

No quería ir a Santo Domingo, aunque una vez allí encontró alivio con mulatos y soldados

El joven cabeza de familia usó todo el peso de su autoridad para prohibir a Paulina que contrajera matrimonio con Louis M. Stanislas Fréron, un revolucionario implicado en diversas matanzas políticas.


En cambio, no tuvo inconveniente en bendecir la unión de su hermana, entonces de 17 años, con el general Víctor Manuel Leclerc. Un año después nació el único hijo de la pareja, Dermide.


De un marido a otro


La imagen de familia perfecta no era para ella, y en poco tiempo se refugió en los brazos de múltiples amantes. Compartía incluso con su cuñada Josefina la atracción por Hipólito Charles, ayudante de Leclerc.


En 1801 Napoleón envió a Leclerc a Santo Domingo para acabar con una rebelión de esclavos y reinstaurar en la isla la dominación francesa. Leclerc aceptó con la esperanza de convertirse en virrey y de adquirir fácil fortuna. Paulina lo acompañó obligada por su hermano, aunque una vez en tierra encontró en el ardor de mulatos y soldados un alivio a su estadía.


Retrato de 1806 de Paulina Bonaparte, por Robert Lefévre.

La muerte repentina de Leclerc en 1802 la forzó a regresar a Francia. El duelo duró poco, ya que al año siguiente se casó en París con el príncipe Camilo Borghese, miembro de una de las familias más ilustres de Roma. Poco más tarde su hijo Dermide fallecía tras sufrir convulsiones epilépticas. Paulina quedó destrozada.


Logró sobreponerse, pero decidió no volver a tener hijos. Ese mismo año Napoleón se convirtió en emperador de Francia. El Gran Corso, imbuido de un fuerte espíritu de clan, aprovechó su cargo para conceder a sus hermanos principados y coronas. En el reparto, a Paulina le tocó el ducado de Guastalla, en Italia.


Instalada en el espléndido Palacio Borghese de Roma, sirvió de modelo en 1805 al escultor italiano Antonio Canova, para el que posó ligera de ropa. Camilo colocó la escultura que de su mujer realizó Canova en una estancia de su palacio, pero, ante la avalancha de curiosos, decidió trasladarla a una sala cerrada con llave, a la que solo podía accederse con un permiso especial.

Sus despilfarros en fiestas y vestidos la obligaban a reclamar periódicamente a Camilo una parte de su renta

El matrimonio, de efímera duración, firmó la separación legal diez años después. Ella vivió entre Roma, París y Neuilly (Francia). Sus despilfarros en fiestas y vestidos la obligaban a reclamar periódicamente a Camilo una parte de su renta millonaria.


Fiel a Napoleón


Paulina siempre se mantuvo leal a Napoleón y le apoyó en momentos difíciles. En 1814 no dudó en instalarse en la isla de Elba junto a su madre para aliviar el exilio de su hermano. Este, sin embargo, tomó medidas para evitar sus excesos: los bailes que organizara Paulina no costarían más de mil francos.


Napoleón no tardó en fugarse de Elba. Recuperó el trono, pero, derrotado en Waterloo, fue desterrado a Santa Elena. Paulina intentó acompañarle. Sin embargo, las potencias europeas se lo impidieron.


Paulina residió en el magnífico Palacio Borghese de Roma.

La muerte del antiguo emperador en aquella lejana isla la sumergió en un profundo dolor que solo mitigó su relación con el compositor italiano Giovanni Pacini. Su delicada salud la obligó a errar de una estación termal a otra. Abandonada por Pacini en 1822, se reconcilió tres años más tarde con su segundo esposo.


Murió meses después, probablemente de cáncer. Desaparecía así una mujer fascinante, frívola, sí, pero también generosa, como reconocía su hermano Napoleón: “Paulina [...] ha sido y seguirá siendo hasta el fin la mejor de las criaturas vivientes”. Sus restos fueron sepultados en la tumba de los Borghese en la capilla Santa María la Mayor de Roma.


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