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Foto del escritorAndrés Cifuentes

Del Terror a Napoleón

La inestabilidad y los cambios en el poder durante la Revolución Francesa dieron paso a los años de terror de Robespierre y, años más tarde, al gobierno militar encabezado por Napoleón.


La guillotina fue el instrumento de ejecución de entre 35.000 y 40.000 personas en el periodo del Terror. Revolución francesa guillotina Napoleón

Principios de 1793. La Revolución Francesa está en peligro. La Convención, dominada por los girondinos, se enfrenta a la Primera Coalición en el exterior y a la revuelta de La Vendée en el interior, mientras el país sufre una fuerte carestía que inquieta al pueblo. Fue así como se formó, el 6 de abril, un ejecutivo de 12 notables al que se denominó Comité de Salvación Pública.


Encabezado desde el comienzo por exaltados diputados de la Montaña, pasó a concentrar el poder a partir de junio, cuando Maximilien Robespierre dio un golpe de Estado antigirondino en la Convención Nacional. Comenzaba así la etapa del Terror. En el contexto de la Revolución Francesa, el término Terror –del que deriva el concepto moderno de terrorismo– no significa tanto un período de caos sanguinario, que lo fue, como un régimen dictatorial de facto , un lapso en el que se ejerció el poder al margen de la normativa constitucional.


En esta etapa, Robespierre, líder jacobino de la Montaña, y otros como Marat, Danton y Hébert efectuaron una eliminación sistemática y arbitraria de ciudadanos moderados (girondinos) o refractarios (monárquicos). En cuestión de un par de meses, tras el asesinato de Marat y la paulatina moderación de Danton, Robespierre asumió el control absoluto del Comité de Salvación Pública, transformando la institución en un instrumento al servicio exclusivo de sus ideas.


Charlotte Corday tras asesinar a Marat, obra de Paul Baudry.

A partir de ese momento también irían a parar a la guillotina antiguos correligionarios suyos, como los hebertistas –demasiado duros para él– o los dantonistas –por el contrario, excesivamente blandos–, incluidos los jefes de ambas facciones.


Llamado el Incorruptible por su moralismo revolucionario a ultranza, Robespierre era un hombre metódico, de altos ideales que se empeñó en imponer con procedimientos sanguinarios. Propició reformas sociales avanzadas a su tiempo, como la escolarización obligatoria y gratuita, aseguró el abastecimiento de las ciudades, estableció precios máximos y salarios mínimos, mandó realizar requisas y organizó ayudas a los ciudadanos más pobres.


Al mismo tiempo, exterminaba sin miramientos a sus rivales políticos y llevaba al cadalso a delincuentes comunes, acaparadores y a todo aquel que se apartara de su particular concepto del orden público. Desde el Comité, Robespierre sancionó en septiembre la ley de Sospechosos, que no hizo sino legalizar la política del Terror. Otorgó poderes policiales a las sociedades populares, incrementó las competencias del Tribunal Revolucionario y ordenó la creación de un Ejército Revolucionario con componentes milicianos (sans­-culottes).

El Incorruptible se había convertido en una amenaza total. Nadie estaba seguro.

La ley de Sospechosos abrió una etapa especialmente cruenta de la Revolución, que alcanzaría la cúspide en junio y julio de 1794 con otra ley, la del 22 de pradial. En este último ciclo, el denominado Gran Terror, de siete semanas de duración, fueron ejecutadas unas 1.500 personas solo en la capital del país. El Incorruptible se había convertido en una amenaza total. Nadie estaba seguro. El celo extremado del jacobino hizo virar hacia la oposición incluso a muchos de sus iniciales partidarios.


El 27 de julio de 1794 los miembros del Comité abuchearon el parlamento de su presidente y votaron en su contra. La Convención ordenó su arresto, y al día siguiente, sin siquiera juicio, subió al cadalso. Su guillotinamiento marcó el fin del Terror. Empezaba otro, el Terror Blanco, o reacción termidoriana, que mediante encarcelamientos y ejecuciones barrería a la izquierda jacobina.


La solución marcial


Antes de la Revolución, las fuerzas armadas debían obediencia al rey. La proclamación de la República convirtió a los representantes de la nación en los nuevos jefes del Estado. En su calidad de máxima autoridad de la democracia francesa, la Convención vigiló celosamente que el Ejército se mantuviera subordinado a su poder, o sea, al poder civil. Para ello empleó diversos mecanismos, sobre todo en los tiempos del Comité de Salvación Pública liderado por Robespierre.


9 de Thermidor, la caída de Robespierre.

La relación entre los mandatarios de la nación y el brazo armado comenzó a confundirse cuando, en los primeros tiempos del Directorio, este organismo empezó a apelar al Ejército para aplastar el resurgimiento de los extremismos de derecha y de izquierda en el panorama político.


Con ello se desencadenó una injerencia cada vez mayor de las Fuerzas Armadas en la vida pública del país, traducida en forma de varios golpes de Estado orquestados por el propio gobierno para disolver las tendencias que amenazaban su capacidad de acción. Esta influencia, que aumentó paralela al descrédito del Directorio y a los triunfos bélicos en el exterior, acabaría otorgando a los militares una fuerte influencia política que culminó en el golpe de brumario encabezado por Napoleón en 1799.


Equilibrio a golpes


El primer impacto notable de las fuerzas armadas en la dinámica de la Revolución tuvo lugar en septiembre de 1795. Se acababa de aprobar la segunda Constitución republicana, pero aún no se había formado el Directorio. En esa fecha, purgados los últimos residuos del antimonarquismo montagnard, estalló un movimiento que reivindicaba la restauración borbónica.

Esta vez, sin embargo, el Ejército no se contentó con garantizar la gobernabilidad del país.

El gobierno termidoriano, de línea girondina (burgués y centrista), desactivó la revuelta relajando las medidas antijacobinas y llamó al ejército a la represión. Esta agresiva fórmula reguladora se repetiría. Cuando los monárquicos ganaron los comicios parlamentarios en abril de 1797, el Directorio, heredero de la Convención termidoriana, volvió a llamar a la puerta de los cuarteles: en septiembre anuló los resultados electorales mediante un golpe de Estado.


Lo mismo ocurrió en mayo de 1798, cuando se quiso disolver las elecciones del enero anterior, en ese caso favorables al progresismo jacobino. Y sucedió de nuevo en noviembre de 1799 con el golpe de brumario, que concentró el poder en Napoleón. Tanto la izquierda como la derecha habían salido favorecidas en los comicios celebrados en abril.


Napoleón Bonaparte como Primer Cónsul.

El Directorio, presionado entre ambos extremos, se confabuló con el hombre del momento, el victorioso general Bonaparte, con tal de preservar el espíritu burgués de la Revolución. Esta vez, sin embargo, el Ejército no se contentó con garantizar la gobernabilidad del país.


El autoritario ejecutivo encabezado por Napoleón, si bien estabilizó los logros conseguidos desde 1789, terminó desvirtuando la esencia democrática que los había inspirado. El Consulado daría pie al Imperio. Las Fuerzas Armadas, hasta entonces custodias del proceso revolucionario, habían pasado a tutelarlo.


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