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Foto del escritorAndrés Cifuentes

LAS LEVAS HEROICAS DE IGUERIBEN

Homenaje a todos los soldados que hicieron el servicio militar obligatorio


LAS LEVAS HERÓICAS DE IGUERIBEN: HERMANOS DE SANGRE Y DE SED


«Fíjate la de muchachos de veinte años que están cayendo y la indiferencia que notarás ahí, pues a la gente no le interesa más que lo suyo».

Coronel Francisco Manella a su esposa (una semana antes de morir en Annual)

Este año se cumplirán los veinte años de la supresión del servicio militar obligatorio y dentro de unos meses se cumplirá el centenario de las fatídicas jornadas del llamado Desastre de Annual, cuando casi diez mil españoles, la gran mayoría soldados de levas, dejaron su vida en tierras norteafricanas. En muchos de los pueblos de nuestra geografía, padres, hermanos, esposas o novias tendrían que teñir sus prendas de luto por alguno de sus hijos caídos sobre aquellas colinas y barrancos del Rif, a los que un día despidieron y que nunca más volvieron.

Ferrer-Dalmau ha querido realizar otro de sus particulares homenajes a aquel ejército desaparecido, como lo ha denominado mi buen amigo y emotivo historiador, Juan Pando. Para ello, en lugar de centrarse en alguno de los no pocos episodios lamentables ocurridos aquellos días del Desastre, ha elegido uno de los ejemplos de abnegación y heroísmo, que fueron mucho más frecuentes de lo que se dijo en su día y nos han venido contando hasta ahora.



Igueriben, solos ante el peligro


Durante el avance del general Fernández Silvestre, comandante general de Melilla en la primavera de 1921, la posición de la colina de Igueriben protegía, junto con la de Talilit e Intermedias A y B, los alrededores de Annual, campamento base español. Fue establecida el 7 de junio y componían su guarnición 316 hombres, pertenecientes al Regimiento de Infantería de Ceriñola. Estaban apoyados por la 1.ª Batería del Mixto de Artillería con cuatro piezas Schneider, cuatro máquinas Hotchkiss de la compañía de ametralladoras de posición y varios soldados de la compañía de telégrafos de campaña, junto a un puñado de policías indígenas. A primeros de julio quedó al mando de la guarnición el comandante malagueño Julio Benítez Benítez.

En el lienzo de Ferrer-Dalmau puede verse lo más característicos de la posición, tal y como la dibujó el único oficial superviviente de su defensa, el teniente Luis Casado, que años después escribiría un libro sobre lo sucedido: Un parapeto, que se inició con piedras de la propia colina a primeros de junio y que fue perfeccionado posteriormente por tropas de Ingenieros. Tenía, aproximadamente, la altura de un hombre, estaba aspillerado, coronado por sacos terreros y rodeado por una alambrada clavada sobre estacas de madera. En el centro del recinto se hallaban las clásicas tiendas cónicas, con funciones de puesto de mando, enfermería y dormitorio. A ambos lados de la entrada se situaban las ametralladoras, mientras que las piezas de artillería se emplazaron en la parte opuesta de la posición.



«Tirar por encima de la alambrada a 200 metros. Los moros se nos vienen encima».

Mensaje de Igueriben a Annual, 19 de julio


Desde la primera semana de julio de 1921 se produjo en la zona, inesperadamente, la irrupción de un verdadero ejército de cabileños hostiles, liderados por Abd-el-Krim. Igueriben quedó cercada y hostigada por el fuego enemigo. El problema más grave para los defensores sería la falta de los víveres y el agua, que eran proporcionados periódicamente desde Annual y que el certero fuego de los rifeños obligó a interrumpir. Los de Igueriben fueron agotando los suministros, a la par que aumentaba el número de heridos. Ante la gravedad de la situación, se organizaron varios convoyes de auxilio, que, para ascender por aquellas serpenteantes sendas, tuvieron que marchar fuertemente escoltados. Hubo que desarrollar verdaderas operaciones de combate bajo un intensísimo tiroteo enemigo para conseguir alcanzar la posición.

Nuestro artista ha representado en su obra la llegada del convoy de Igueriben del día 17 de julio de 1921. Iba compuesto por hombres del Parque Móvil de Artillería al mando del teniente Ernesto Nougués Barrera y de la 1.ª compañía de Intendencia del alférez Enrique Ruiz Osuna. Como escolta contaban con el escuadrón de Caballería de Regulares n.º 2 del capitán Joaquín Cebollino Von Lindeman. Las mulas transportaban, sobre todo, barricas con agua y algunas municiones para los cañones y las armas ligeras.



La marcha del convoy resultó una auténtica odisea, en la que los Regulares fueron relevándose en un avance escalonado, ocupando una tras otra sucesivas alturas, bajo un intenso fuego de los harqueños que les produjo numerosas bajas de soldados y oficiales. Las proximidades de la posición estaban batidas eficazmente por un enemigo que disparaba agazapado y protegido desde la cercana Loma de los Árboles.

Los últimos metros del avance fueron liderados personalmente por el capitán Cebollino. La columna consiguió alcanzar Igueriben gracias al fuego de apoyo y el sacrificio de los Regulares, pero también -y eso es lo que quería realzar en su composición nuestro pintor-, a la abnegación de los soldados de reemplazo.



En el lienzo vemos a los defensores tras el parapeto, liderados por Benítez, que, como relata Casado, sin descanso dirigió la defensa, atendiendo a todos los frentes y elevando la moral de las tropas con su heroico ejemplo y sus palabras enérgicas de aliento, y al capitán Federico de la Paz Orduña, jefe de la artillería. Intentan cubrir el avance del convoy que se acerca a la desesperada y que contemplamos en primer plano, pues el artista ha querido darle todo el protagonismo. Ascienden envueltos en polvo, mezclados artilleros e intendentes con las enloquecidas acémilas, bajo el abrasador sol marroquí, apenas mitigado por los gorros de cuartel. La tropa carecía aún, en julio de 1921, de una prenda de cabeza adecuada, como el sombrero de ala o chambergo, que se distribuiría muy pocos meses después. Vemos cómo algunos infantes de Ceriñola han hecho una salida, combatiendo para protegerlos en el último tramo del recorrido.



Vemos cómo los protagonistas de la escena han tenido que concentrarse en un reducido espacio para poder pasar por el hueco que deja la puerta de la alambrada. A la cabeza de los mulos se distingue al alférez Enrique Ruiz Osuna y al sargento Ricardo Rodríguez Peña, ambos de Intendencia y muertos en los días siguientes; algo más adelante, un soldado ayuda al teniente Nougués, quien, en sus propias manos, transportó alguna de las pocas cargas de artillería que se pudieron introducir. Ambos oficiales quedaron en la posición con sus hombres, muchos de ellos heridos, uniendo su destino a la suerte de los defensores. Aquel fue el último convoy. A partir de entonces, los de Igueriben quedarían prácticamente abandonados a su suerte.

Desgraciadamente, muchas de las barricas llegaron agujereadas por el fuego de los rifeños y, muy poco después, la sed volvería a hacer su aparición, aumentando la penuria de los defensores. Las tiendas eran meros jirones de tela y los hombres dormían de pie en el parapeto o en hoyos excavados en la pedregosa tierra. No había medicinas ni vendas para los heridos, mientras a los muertos se los cubría con sus propias guerreras ensangrentadas. Una vez consumida el agua, se bebieron la pulpa de las patatas, el jugo de las latas de tomate, la tinta o la colonia disponible y hasta los propios orines, que se suavizaban con azúcar. El hedor de los cadáveres insepultos y los mulos descompuestos agravaba aún más la situación.



«Solo quedan doce cargas de cañón que empezaremos a disparar para rechazar el asalto. Contadlas y al duodécimo disparo, fuego sobre nosotros, pues moros y españoles estaremos envueltos en la posición».


Último heliograma de Igueriben, 21 de julio


Durante los días siguientes se sufrieron intensos ataques. Los rifeños les ofrecieron en diversas ocasiones la rendición, que fue rechazada con gritos de ¡Viva España! El 21 de julio, los rifeños atacaron en masa la posición, mientras desde Annual se hacía un nuevo, pero fallido intento de auxiliar a los defensores. Sin agua ni víveres ni apenas municiones, bombardeados y acribillados por el enemigo, Benítez decidió intentar abrirse camino hacia Annual y organizó una precaria columna de retirada. Casi todos los oficiales quedaron en la posición intentando proteger la desesperada salida de sus hombres. Muy pocos lo conseguirían: solo sesenta y nueve defensores sobrevivieron. El 78% de la guarnición resultó muerta, como el cabo artillero Julio Castillo Perandrés, que, seguramente, ayudó a sus compañeros a inutilizar los cañones antes de abandonar la posición. Todos los oficiales, salvo el teniente Casado, murieron en combate al pie de la alambrada o en el parapeto.



Según uno de los supervivientes de Annual, que enterraría el cuerpo de Benítez semanas más tarde, encontró el mensaje sobre las doce cargas de cañón en el bolsillo de su guerrera. También cita el mensaje Casado, aunque dicho documento no ha sido encontrado en los archivos.

Sea verdad o leyenda, es un digno epitafio para aquellos hombres que eligieron el último sacrificio antes que rendirse: los oficiales, los sargentos y sus soldados de reemplazo, aquellas Levas heroicas de Igueriben que, casi un siglo después, merecen este recuerdo emocionado.


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