Un día más hemos de afrontar el mismo desafío de siempre: resumir un tema complejo y lleno de ramificaciones en un solo post, en unos cuantos párrafos. En esta ocasión, hablamos del carlismo, movimiento originado en la España del siglo XIX y que animó el cotarro político en el norte peninsular durante más de medio siglo*.
El nombre lo toma del infante Carlos María Isidro, hijo de Carlos IV y hermano menor de ese otro Borbón que nos vuelve loquitos, Fernando VII, el verdugo de la Constitución de 1812 (con la inestimable ayuda del pueblo, ah, el pueblo…) y todo un dechado de virtudes reaccionarias.
Lo estupefaciente es que, al parecer, Fernando VII, el que se postró ante Napoleón sin sonrojarse para luego aparecer ante las masas como el salvador de la Patria, se ablandó con los años. Eso creían los sectores más absolutistas de la sociedad española partir de 1823, cuando finaliza el trienio liberal y comienza la segunda ola de represión del reinado fernandino. Toda represión era poca, según parece, para aquella buena gente que mandaba en España pero no lo suficiente.
Así que en torno a Carlos María Isidro se organiza lo que venía llamándose el partido “apostólico”, casa llena de higiene ni liberal ni democrática, que entra en ebullición cuando lo de la Pragmática Sanción. En resumen, el rey retira los derechos sucesorios de su hermano varón a favor de la sucesión femenina, es decir, a favor de su hija por nacer, futura Isabel II.
Por lo tanto, en los años 30 del siglo XIX hay un pleito sucesorio entre las dos ramas borbónicas: isabelinos frente a carlistas, seguidores de Isabel (y de su madre regente María Cristina) frente a seguidores de don Carlos. Dicho pleito no se quedó en mero litigio verbal alrededor de un ¿qué hay de lo mío? desembocando en una serie de guerras civiles, las guerras carlistas, que jalonan y alegran el XIX español (¿quién dijo que en la España decimonónica se morían de aburrimiento?).
En este punto, un inciso. ¿Es el carlismo, por lo tanto, una mera disputa sucesoria? Parece que más bien es la excusa donde prenden con fuerza unas soterradas contradicciones sociales, propias de ese ínterin en el que una sociedad feudal, sostenida en históricos «derechos» adquiridos, atisba a lo lejos las rupturas de la revolución industrial? Ahora bien, tampoco simplifiquemos.
Por ejemplo, el lema carlista es efectivamente Dios, Patria, Fueros y Rey que, sinceramente, nos produce escalofríos (su glosa resulta: ¡mantened el status quo!). El carlismo, es cierto, nace enraizado en las tendencias antiliberales, antiindustriales y, en definitiva, feudales y reaccionarias de la sociedad española de la época.
Al mismo, sin embargo, o quizá por eso mismo, se opone de manera muy interesante al centralismo y al reduccionismo madrileño que está a punto de iniciarse en España. Se trata, claro, de la retórica de los derechos forales, territoriales y esas cosas.
Porque como se sabe el carlismo halló su fuerza en las zonas rurales del noreste, País Vasco, Navarra e interior de Cataluña, y en un momento dado se mezcló primero, y fue sustituido después, por una ideología de ribetes más marcada y conscientemente nacionalistas.
A lo largo del XIX fueron tres las guerras carlistas. La guerra de los Siete Años, 1833-1840, la guerra dels matiners (de los madrugadores), 1846-1849, y la tercera guerra carlista, 1872-1876.
El infante Carlos María de Isidro (intitulado por los suyos Carlos V) hacía mucho tiempo que dormía el sueño eterno comido por los gusanos, pero el hecho natural no impidió que sus sucesores siguiesen reclamando el trono español.
La historia del carlismo está repleta de personajes singulares, como los diferentes príncipes que fueron recogiendo la aspiración sucesoria (entre los que destaca, por lo insólito de su moderado liberalismo en tan rancio linaje, Juan Carlos de Borbón y de Braganza, Juan III, hijo de Carlos María de Isidro) o el célebre coronel Tomás de Zumalacárregui, por no hablar de extraños episodios envueltos en cierto misterio, como la triple muerte del primer heredero Carlos de Borbón y de Braganza , su esposa y su hermano Fernando, a principios de 1861. Se comprende, pues, que la literatura haya dibujado los perfiles de sus protagonistas en más de una ocasión.
*El carlismo sigue vivo, pero aquí recordamos solamente su biografía decimonónica.
Foto vía: aspa.mforos
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