El descubrimiento en 1879 por Marcelino Sanz de Sautuola de las pinturas de la Cueva de Altamira, a dos kilómetros de la villa de Santillana del Mar en Cantabria, es el momento más importante de la investigación arqueológica moderna y supuso en su momento una revisión total de la percepción que se tenía hasta ese momento de la vida y costumbres de los grupos humanos prehistóricos.
Pero, a pesar de que la leyenda ha querido que su hallazgo fuera casual, lo cierto es que Sanz de Sautuola ya había visitado con anterioridad la cueva, que el perro de un cazador había localizado en 1868, y fue su visita en París de la Exposición Universal de 1878 en la que se exponían los más recientes hallazgos arqueológicos de Francia lo que le impulsó a repetir su entrada en la cueva acompañado esta vez de su hija María.
«¡Papá, bueyes!», dicen que gritó la pequeña María cuando, al mirar hacia el techo de lo que hoy se conoce como Sala de los Polícromos, fijó sus ojos sobre los increíbles bisontes que la decoran. A partir de ahí, como suele suceder con todos los grandes descubrimientos de la humanidad, Sanz de Sautuola debió sufrir una tremenda incomprensión tras publicar sus conclusiones y fue duramente atacado por los máximos especialistas mundiales de la época.
Sólo veinte años más tarde, después de que en Francia se descubrieran las pinturas de Les Corbarelles y Font de Gâume, el mismo Cartailhac, que tan duramente se había portado con el investigador español, reconoció públicamente su error y reivindicó en varias conferencias los escritos de Sanz de Sautuola. Lamentablemente éste ya había fallecido, pero Cartailhac convirtió en costumbre, como una caballerosa forma de pedir disculpas por su evidente falta de modestia científica, cada vez que visitaba la cueva, acercarse a presentar sus respetos a María, la auténtica descubridora de las pinturas, a su residencia familiar de Puente San Miguel.
La primera ocupación de la cueva se produjo en el periodo Solutrense, hace unos 18.540 años, fecha que se obtuvo por dotación de carbono-14 de un hueso extraído en el nivel correspondiente. De esta época se encontraron asimismo diversos objetos como puntas de muesca, raspadores y buriles.
Sin embargo, las pinturas, que se encuentran a lo largo de casi toda la cueva, de trescientos metros de longitud, pertenecen a tiempos menos remotos y su creación se puede estimar que se produjo entre 14.450 y 15.500. El azar sí tuvo una gran influencia en la conservación de las pinturas ya que un desprendimiento selló la gruta hará unos 13.500 años, permitiendo de esta forma que llegaran hasta nosotros. Sin embargo, el deterioro producido por las masivas visitas de los años 60 y 70, ha llevado al cierre casi total de la cueva que tiene una limitación de 8.500 visitas al año previa solicitud por escrito.
Recorrido por las Cuevas de Altamira
El arte rupestre de Altamira, más de ciento setenta figuras entre pinturas y grabados, aparece en casi toda su extensión, aunque se pueden distinguir varias zonas. La primera de ellas, la Sala de los Polícromos, originalmente estaba comunicada con el área de habitación de los grupos paleolíticos, por lo que se supone que en su origen debió de tener incluso iluminación natural, aunque los diversos derrumbes y la intervención que realizó Obermaier para evitarlos nos impide tener una idea exacta de cómo era en realidad. Esta primera sala contiene gran cantidad de obras de arte, entre las que destacan, por su perfección magistral, el grupo de pinturas polícromas que se encuentran en su techo. Un total de veinte bisontes grabados y pintados en rojo y negro y con medidas comprendidas entre 110 y 170 centímetros; dos caballos, uno tan sólo con una gran cabeza y el arranque de la crin; una gran cabeza de bóvido dibujada en negro; y una enorme cierva de 2,20 metros de longitud, que muchos consideran la figura más bella de la cueva y que opone su cabeza delicada y expresiva a la del bóvido citado anteriormente.
En la pared de la derecha de la sala se ven otras pinturas posiblemente más antiguas que representan caballos panzudos y de patas cortas, diez individuos, un posible alce y una cabra. También se aprecian dos manos humanas en positivo y en rojo y cuatro manos en negativo de color violeta. Además se observan una gran cantidad de signos de tipo claviforme, más de cuarenta, que llegan incluso hasta la zona de los polícromos, y otros en forma de parrilla, pectiniformes y tectiformes.
Por otra parte, el mismo techo de los polícromos presenta asimismo numerosos grabados hechos con un fino buril de una delicadeza extraordinaria. Cinco ciervos, dieciocho ciervas, cinco cápridos, dos caballos y dos bóvidos, y un motivo repetido hasta setenta veces, como un haz de rayas que ha recibido el nombre de chozas. Finalmente, hay al menos ocho figuras antropomorfas y al parecer enmascaradas con cabezas de ave y en posición orante. La importancia capital de esta sala se debe también a su extensión, pues el panel principal tiene una extensión de dieciocho metros en diagonal, medida sólo comparable a la de la cueva francesa de Lascaux.
Pero el arte de Altamira no se limita sólo a esta sala. En la segunda sala hay diversas representaciones, principalmente grabadas. Sobre el techo se encuentran los llamados macarrones, que son unas figuras realizadas con los dedos sobre la arcilla fresca, y rodeada por estos signos hay una hermosa cabeza de bisonte. Al fondo de la sala, sobre las paredes se pueden ver dos ciervos, un caballo y un bisonte, todos ellos muy esquemáticos. Y a la izquierda hay un friso donde se aprecia una cierva grabada, con estrías en el interior buscando el sombreado, un bloque desprendido en el suelo con varios caballos y ciervos, y una buena colección de grabados entre los que destacan tres cabezas de ciervas, un caballo completo, dos ciervos con cuernos y cuatro ciervas más. Continuando el descenso por la galería se aprecian a la izquierda un toro grabado y junto a él una cabeza de rebeco.
Algo más adelante, hay un bisonte negro superpuesto a un caballo, con el que comparte parte de su trazo, y dos cabras. Al final de la galería hay una gran sala con la cámara llamada la Hoya a la que se desciende por una colada de estalagmitas. En su interior hay una figura de bisonte en negro y un panel donde se encuentra una cabeza de cierva en negro, de gran parecido con la gran cierva de los Polícromos, y varias figuras de cabras.
A partir de aquí ya no se encuentran más pinturas hasta el final de la cueva, en una estrecha galería llamada Cola de Caballo. En su techo nuevamente aparecen una gran cantidad de signos hechos con los dedos sin aparente orden y las primeras figuras que encontramos son un bisonte, un caballo, una cabeza de bóvido y varios grabados de cérvidos. A continuación aparecen signos tec tiformes antes de llegar al centro de la sala, donde se encuentra una máscara realizada aprovechando el relieve natural al que se le han añadido los ojos y la boca, frente a una impresionante máscara natural que recuerda una cara humana. Lo más curioso de esta sala es que situándose en el centro de la misma se encuentra uno con estas máscaras y hacia las salidas de la sala están cortadas por otras máscaras pintadas, lo que sugiere que esta disposición no es fruto del azar y hace pensar en antiguos rituales de iniciación, ya que a lo largo de toda la cueva existen muchas rocas susceptibles de ser convertidas en máscaras y no lo fueron.
La visita a la cueva de Altamira hoy es, como ya se ha avisado, una empresa que exige paciencia; sin embargo, el nuevo Museo Altamira, inaugurado a su lado en 2001 presenta, además de la excelente réplica del techo polícromo que Pedro Saura y Matilde Múzquiz han realizado, una importante colección de los materiales hallados en las diferentes excavaciones del yacimiento, expuesta de manera que ayuda a comprender lo extraordinario que es este yacimiento para la comprensión de la historia de la humanidad.
Comments