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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

Carlos III de España


Carlos III por Anton Raphael Mengs

CARLOS III, rey de España (1759-1788; 1716-1788) [Valladolid-El Escorial]. Primogénito de Felipe V y de Isabel de Farnesio. Rey en Nápoles de 1734 a 1759 y sucede después en España a su hermanastro Fernando VI. Para ceñir aquella primera corona renuncia a los ducados italianos de Toscana, Plasencia y Parma, que le habían sido adjudicados por convenio de España con Inglaterra y el Imperio — segundo tratado de Viena — (22-VII-1731), y es coronado rey en Palermo, en julio de 1734. Apoyó con las armas napolitanas, unidas a las españolas y francesas (1744), las pretensiones de su hermano Felipe sobre Parma y Plasencia, en contra de Austria e Inglaterra; pero después de caer prisionero en Velletri, regresa a la capital de su monarquía, sin tomar desde entonces parte señalada en la lucha, si bien Felipe logró que se le adjudicasen ambos ducados cuatro años más tarde —tratado de Aquisgrán—(1748).


Su reinado en Nápoles fue beneficioso para este país: obtuvo su pacificación, practicó una labor de justicia y piedad, saneó la administración, embelleció la ciudad con artísticos monumentos, mandó descubrir ruinas ilustres. Para esta labor contó con el consejo y la diligencia de sus ministros, en particular de Bernardo Tanucci, marqués de este nombre, con quien le unió durante toda la vida un afecto entrañable. Aún se conserva inédita buena parte de la correspondencia que se cruzó entre Tanucci y Carlos, cuando este era ya rey de España. Bajo la regencia de dicho ministro, compartida por el príncipe de Yacci y el marqués de Arienzo, dejó la corona de Nápoles a su tercer hijo, Fernando, pues el segundo, Carlos Antonio -después Carlos IV-, fue proclamado príncipe de Asturias, ya que el primero, Felipe, era incapaz.


El pueblo napolitano se afectó sinceramente por el alejamiento del que había sido su rey durante dieciséis años. Fernán Núñez nos ha dejado este retrato de Carlos: Su fisonomía ofrecía en un momento dos afectos y aun sorpresas opuestas. La magnitud de su nariz a primera vista daba a su rostro un aspecto muy feo, pero, pasada esta impresión, hallábase en el mismo semblante una bondad, un atractivo y una gracia que inspiraban amor y confianza Vida de Carlos III, Madrid, 1947.


Tenía Carlos una afición desmedida a la caza, hasta el extremo de que sentíase triste y melancólico cuando transcurrían dos o tres jornadas sin practicar este deporte, que en él era pasión. Profesaba a su mujer, María Amelia de Sajonia, muerta a poco de ocupar el trono de España, un profundo afecto y una fidelidad ejemplar. Con ella consultaba asuntos de Estado, y no pocas veces siguió su consejo para resolver o decidir en cuestiones de esta índole. Las citadas cartas de Carlos a Tanucci dicen que los propósitos del rey, una vez en España, eran sostener en política internacional una neutralidad armada. Ser amigo de todos, vivir en paz, no hacerse temer, pero hacerse respetar cf. cartas de 15-1 y 5-II de 1760, Archivo General de Simancas, Papeles de Estado, leg. 6.042.


Las disposiciones iniciales del nuevo rey fueron conservar en sus cargos a los secretarios Ricardo Wall, marqués del Campo de Villar y Julián de Arriaga; sustituyó al secretario de Hacienda, conde de Valparaíso, por Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, a quien trajo de Nápoles. Por indicación de la reina levantó el destierro al marqués de la Ensenada, que había sido exonerado de todos sus empleos por Fernando VI (20-VII-1754).


No tardó en emprender su labor reformadora, comenzando por la reorganización y táctica de los cuerpos armados; fomentó la marina de guerra; se fijó en el estado del Tesoro público; perdonó a las veintiuna provincias de Castilla, Valencia y Mallorca lo que adeudaban por atrasos de alcabalas, cientos de millones, servicio ordinario y extraordinario, exactamente lo mismo que antes había hecho con Cataluña y Aragón, condonando todos los débitos hasta el año 1758.


Concedió indulto general a todos los desertores de las tropas de mar y tierra, se adoptaron medidas para el saneamiento de Madrid, propuestas por el arquitecto e ingeniero Sabattini; se fijaron las condiciones para la extracción del esparto en rama y para la importación de granos, Al tener noticia de que no se cumplía el artículo 8.° del Concordato de 1737, por el cual se declaraban los bienes adquiridos por el Estado eclesiástico desde aquella fecha, sujetos a las mismas cargas y gabelas que los de los legos, expidió una real cédula (29-VI-1760) corrigiendo aquel abuso, y por cédula del 19 de agosto creó una Contaduría General de Propios y Arbitrios para que vigilase a los encargados de la inversión de fondos de propios y a los recaudadores de arbitrios que se imponían sobre los abastos.


Con el objeto de corregir la inmoralidad de las costumbres públicas, dio bandos acerca de los teatros y de los paseos, encaminados a desterrar los tapados y tapadas, pues todos debían llevar el traje propio de su persona, carácter y empleo. Distinguió mucho al padre Feijóo; puso gran interés en que la Congregación de Ritos aprobase algunas obras del venerable Palafox, las cuales durante el anterior reinado fueron puestas en el Índice Expurgatorio, y manifestó simpatía a todos los que se habían distinguido por sus ideas favorables a la libertad de pensamiento y a los derechos del poder civil. Tanto disgustó a Carlos III la persecución de que fue objeto Palafox, que se dirigió al papa Clemente XIII en una sentida carta pidiendo que se apresurase la causa de la beatificación del obispo de la Puebla de los Ángeles, a lo que accedió la Santa Sede.


Política exterior


No obstante sus propósitos de paz, Carlos no tardó en contradecirlos al suscribir el Pacto de Familia (15-VIII-1761), por lo que se vio envuelto en la guerra con la Gran Bretaña y Portugal —guerra de los Siete años—. La primera operación militar fue la rendición de Miranda del Duero, que el general marqués de Sarriá se apresuró a participar el 9 de mayo de 1762 desde el Cuartel General de Dos Iglesias. Demostrada la falta de actividad del marqués de Sarriá, se le sustituyó por el conde de Aranda. Ambos se dispusieron a caer sobre la plaza portuguesa de Almeida, estando delante de ella el 3 de agosto, según carta de Carlos III a Tanucci. El 25 del mismo agosto se rindió la ciudad, Sarriá pidió entonces permiso para retirarse, quedando nombrado comandante general del ejército el conde de Aranda.


Señalado triunfo consiguieron los españoles con la toma de Almeida; pero sufrieron mayores desastres en sus posesiones del Nuevo Mundo, donde perdieron la ciudad de La Habana (13 VIII-1762), que cayó en poder de Pocok, comandante de las fuerzas navales, y de lord Albermale, jefe de las de tierra. Los franceses quedaron también malparados en Europa y América. Al quebranto producido a España por la pérdida de La Habana, hay que agregar el ocasionado con la toma de Manila por los ingleses. La conquista de dicha ciudad se llevó a cabo por el almirante Cornix y por el brigadier Dreper (5-X), Manuel Rojo, arzobispo de Manila, gobernador interino de Filipinas, mostró alguna energía y cumplió con su deber.


Lo único que nuestra nación logró en esta guerra marítima fue que Pedro Ceballos, capitán general de Buenos Aires, se apoderase de la colonia del Sacramento (23-X-1762), que pertenecía a los portugueses. Puso fin al conflicto el tratado de París (10-II-1763), cuyos acuerdos más importantes fueron la renuncia de Francia a sus pretensiones respecto a la Nueva Escocia, y cedió toda propiedad en el Canadá, isla de Cabo Bretón y todas las islas y costas del golfo y río de San Lorenzo. Inglaterra restituyó a Francia la Guadalupe, Mari Galante, Deseada, Martinica y Belle Isle. Francia cedió a Inglaterra las islas de la Granada y los Granadielos, el río del Senegal con las factorías de San Luis, de Podo y de Galam, a cambio de Corea, que se le restituyó.


Inglaterra devolvió a España todo lo conquistado en la isla de Cuba y el archipiélago filipino; pero nuestra nación cedió a la Gran Bretaña la Florida y los territorios al este y sudeste del Mississipi, y a Portugal, la colonia del Sacramento. Se acordó que las tropas españolas y francesas evacuarían Portugal. El cumplimiento de los artículos del tratado suscitó disputas graves entre españoles e ingleses y más de una vez se llegó a temer una ruptura entre ambas potencias. Poco después de estos hechos, dimitió Ricardo Wall la Secretaría de Estado y le sustituyó el marqués de Grimaldi.


No transcurrió mucho tiempo sin que se reprodujera la enemistad entre Inglaterra y España, lo que aconteció por el incidente de las islas Malvinas (1770), el cual puso también de manifiesto la ineficacia del Pacto de Familia por lo que a España se refiere, ya que Luis XV se decidió por la paz, dejando en humillante situación a Carlos III, quien tuvo que acceder a todas las pretensiones inglesas. Danvila escribe a este respecto que el odio a Inglaterra quedó bien arraigado en el corazón de Carlos III; pero el odio no puede jamás ser buen consejero para gobernar y regir los destinos de una nación Historia del reinado de Carlos III, T. IV, pág. 157, Madrid.


Política interior y reformas


En el interior, la situación pacífica del reino se vio alterada por dos hechos ligados entre sí: el llamado motín de Esquilache (Danvila lo llama motín de Madrid y la expulsión de los jesuitas. A este respecto debe señalarse el acuerdo entre los soberanos de España, Portugal, Francia y Nápoles para extender la expulsión de dicha Orden religiosa a toda la Europa católica, siendo a la sazón primeros ministros de dichos países el conde de Aranda, el marqués de Pombal, Choisseul y Tanucci, respectivamente.


Por otra parte, se inició la ingente obra colonizadora de Sierra Morena, que glorifica, sin la menor sombra, el reinado de Carlos III. Este, por indicación de Aranda, solicitó el dictamen de Olavide, que fue favorable habiendo asimismo patrocinado la idea el conde de Campomanes, fiscal del Consejo de Estado. Pero el alma de aquella empresa fue Olavide, nombrado superintendente de las nuevas poblaciones proyectadas. Su labor fue fecunda. Con fecha 1 de noviembre de 1772, remitió al ministro de Hacienda un estado del que resultaba que se habían construido numerosas capitales y aldeas. Papel preponderante de esta colonización correspondió al aventurero bávaro Thurriegel, protegido por el ministro Múzquiz.


Tras este fecundo período tiene lugar la guerra de Marruecos, provocada por el sultán Sidi Mohammed-ben Abdallah, con el sitio de Melilla y los intentos marroquíes por apoderarse del Peñón y Alhucemas, en cuyas acciones obtuvieron señalados triunfos las armas españolas, viéndose obligado el emperador de Marruecos a pedir la paz (1775). Siguió a poco la expedición contra Argel (junio y julio de este año), organizada y promovida por Grimaldi y por O'Reilly, y que fue un desastre para España.


Grimaldi dimitió la Secretaria de Estado y le sustituyó el conde de Floridablanca (1776), que inició su ministerio logrando un ventajoso tratado de paz en la guerra que desde el 13 de noviembre sostenía España con Portugal y en la que nuestras tropas se apoderaron de la isla de Santa Catalina, en las costas del Brasil, y de la colonia del Sacramento. Por dicho tratado (11-X-1777), España devolvió aquella y se le adjudicó esta, consiguiendo también la renuncia del reino lusitano a los derechos que creía tener sobre las islas Filipinas. En la segunda guerra que sostuvo al lado de Francia, en contra de Inglaterra, nuestra escuadra sufrió sensibles pérdidas entre Cádiz y el Puerto de Santa María, y después rompieron los británicos el bloqueo de Gibraltar, tan valerosamente sostenido por la Marina española. Sin embargo, se reconquistó la isla de Menorca.


La política de Ultramar conoce durante el reinado de Carlos III los primeros conatos de independencia americana: la sublevación del Perú, iniciado por el cacique de Tungaruca, Tupac Amaru, que fue condenado a la horca (18-V-1781); mientras, en el Mediterráneo, Barceló emprende una nueva acción contra la regencia de Argel (1780-84).


Si torpe y perjudicial fue la política exterior de Carlos III y si inconveniente y equivocada se manifestó en algunos hechos interiores, de acertada y discreta puede calificarse en otros asuntos. La milicia, ya para mantener el orden interior, ya para contener con gloria las guerras exteriores, fue organizada con acierto. Las Escuelas de Artillería, Caballería e Infantería, establecidas en Segovia, Ocaña y Puerto de Santa Maria, bajo la dirección de Gazzola, Ricardos y O'Reilly, dieron excelentes oficiales al Ejército.


La fundición de cañones se mejoró, las fábricas de pólvora prosperaron y el Gobierno tomó a su cargo la célebre y famosa de armas blancas de Toledo. La creación de la Gran Cruz para premiar y honrar la virtud y el mérito, y la institución del Montepío Militar, fueron alicientes para los que se dedicaban a la carrera de las armas. La Marina, ya restaurada y protegida en el reinado anterior por el marqués de la Ensenada, siguió su camino de progreso. Merecen trasladarse aquí las palabras que el rey escribió en la instrucción reservada a la Junta de Estado:

Siendo como es y como debe ser la España, potencia marítima por su situación, por la de sus dominios ultramarinos y por los intereses generales de sus habitantes y comercio activo y pasivo, nada conviene tanto, y en nada debe ponerse mayor cuidado, que en adelantar y mejorar nuestra marina.

Comenzaban ya a propagarse principios de economía política, y el premio a los laboriosos y el castigo a los holgazanes fueron los medios de que se valió el Gobierno para extirpar el parasitismo. Se crearon las Sociedades Económicas de Amigos del País. La industria mereció no poco interés y para su fomento y mejora expidió Carlos bastantes pragmáticas, cédulas, provisiones y decretos.


Para que esta protección a la industria no fuese ineficaz se construyeron vías públicas y se establecieron posadas y paradas de posta. También se dieron saludables disposiciones y órdenes para favorecer el comercio exterior, contribuyendo a su impulso el establecimiento de la Compañía de Filipinas y la creación del Banco Nacional de San Carlos (Real cédula de 2-VI-1782), obra esta debida a la iniciativa del economista Francisco Cabarrús, francés naturalizado en España, que sería luego ministro de Hacienda con Carlos IV y José Napoleón I.


También expidió el rey una pragmática (10-XII-1782) en favor de los chuetas, descendientes de los conversos de Mallorca, y concedió la naturalización española a los gitanos que lo solicitasen. Atendió asimismo Carlos III a suplir la escasez de lluvias, emprendiendo las obras del pantano de Lorca (Murcia) y el canal de Tortosa y continuando las del Canal Imperial de Aragón, el de Castilla y los de Manzanares y Guadarrama. La creación de una escuela práctica de agricultura y ganadería en Aranjuez, produjo mejoras de importancia lo mismo que la agricultura, se fomentaron todas las industrias. haciéndose traer de fuera del reino artífices y constructores, máquinas, modelos y otros útiles para la fabricación.


Políticamente caracteriza a este reinado el creciente regalismo, o sea la subordinación de la autoridad eclesiástica a la autoridad real, sin que por esto pueda negarse a Carlos III sus piadosas virtudes y su católica devoción. En su vida privada, tuvo que luchar Carlos, primero contra el carácter intrigante y absorbente de su madre, que murió a poco del motín de Esquilache, y después contra el príncipe de Asturias y su camarilla, que trataban de perturbar las decisiones políticas del rey e indisponerle con los consejeros de su confianza.


Hijos de Carlos III y de María Josefa Amalia de Sajonia fueron: Maria Isabel (1740-1742, Nápoles-ibidem); Maria Josefa Antonia (1742, muerta a los pocos meses); María Isabel (1743-1749, Nápoles-ibidem); María Josefa (1744, Gaeta-1801, Madrid, murió soltera); María Luisa, emperatriz de Austria (1745, Nápoles-1792, Viena, tuvo 16 hijos); Felipe, duque de Calabria (1747, Portici, fue declarado incapaz para reinar y murió antes de cumplir los veinte años); Carlos IV, que reinaría en España como Carlos IV; María Teresa (1749-1750); Fernando (1751-1825, Nápoles-ibidem), reino de Nápoles como Fernando IV; Gabriel (1752, Portici-1788, El Escorial); Maria Ana (1754-1755, Portici-ibidem); Antonio Pascua l (1755, Nápoles-1817, Madrid); Francisco Javier (1757, Nápoles 1771, Aranjuez).


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