(Madrid, 28 de noviembre de 1857 – Madrid, 25 de noviembre de 1885)
Un reinado «inacabado» por una muerte prematura e inesperada, a solo tres días de cumplir 28 años y con apenas una década como jefe del Estado español. Existencia y vida institucional efímeras pero, sin embargo, suficientes para poner los cimientos de un nuevo régimen monárquico de gobierno parlamentario, con la Constitución de mayor vigencia, hasta hoy, de la Historia contemporánea de España: la de 1876. Un balance, a priori, bastante propicio para la proliferación de mitos y leyendas populares en torno al monarca: rey romántico, rey soldado, rey liberal… «El Pacificador» fue el sobrenombre que la propaganda oficial logró consolidar para la posteridad y por el cual todavía hoy se le recuerda. La negra placa conmemorativa sobre la que se alza la escultura ecuestre en bronce de «Alfonso XII, el Pacificador», en el majestuoso conjunto monumental del madrileño parque del Retiro, así lo atestigua.
Nacimiento
Palacio Real de Madrid, 28 de noviembre de 1857: la reina Isabel II de Borbón alumbra a Alfonso de Borbón y Borbón, príncipe de Asturias y futuro Alfonso XII. Desde su misma gestación, la rumorología de la época se encargó de sembrar la duda sobre la paternidad del príncipe heredero, difundiéndose por doquier la idea de que el verdadero padre de ese niño no era el rey consorte Francisco de Asís de Borbón −cuyo amaneramiento, por otra parte, parecía ostensible y está constatado por distintas fuentes−, sino el oficial del cuerpo de ingenieros Enrique Puigmoltó; de ahí que la prensa antiborbónica se encargara de divulgar, en diferentes coyunturas, el malintencionado y deslegitimador apodo de «el puigmoltejo» para referirse al príncipe de Asturias y, de paso, hacer pública –más si cabe− la activa vida extraconyugal de la reina madre. Alfonso Francisco de Asís Fernando Pío Juan María Gregorio y Pelagio, como fue bautizado el 7 de diciembre de 1857, tendría como padrinos a su hermana mayor, la infanta Isabel, y al mismísimo papa Pío IX, representado por el nuncio monseñor Berili.
Personalidad y fisonomía
Además de una abundante iconografía (cuadros, grabados, esculturas, fotografías, etc.), contamos con multitud de testimonios escritos que describen la fisonomía y personalidad de Alfonso de Borbón: hombre serio y responsable para su edad; con notable talento, rayano en la genialidad; de ojos castaños y serenos y con facilidad de expresión; según el diplomático Augusto Conte, «si hubiera sido un poco más alto de cuerpo, se le habría calificado de buen mozo; mas, aunque pequeño, gustaba mucho a las damas por la dulzura de sus ojos y por la expresión inteligente de sus facciones. Hablaba con elocuencia natural… Era, además, bondadoso, ocurrente y amable, sin el menor orgullo…» (Carlos Dardé, Alfonso XII, Madrid, Arlanza, 2001, pp. 74-75). Desde pequeño tuvo una salud frágil, que sus médicos y preceptores intentaron vigorizar mediante baños marinos y la práctica cotidiana de gimnasia y varios deportes, actividades «burguesas» muy en boga en la segunda mitad del siglo XIX.
La Revolución de 1868 y el exilio
«¡Abajo los Borbones!, ¡Viva España con honra!», fue una de las clama populares de la triunfante y «gloriosa» revolución de septiembre de 1868, por la que la reina Isabel II fue destronada y toda su familia borbónica se vio forzada al exilio. Un exilio que será permanente para Isabel II, pero no para el príncipe de Asturias, quien regresaría, ya como rey, a su patria natal, en los primeros días de enero de 1875. Con apenas 17 años recién cumplidos, su cometido era harto complejo: debía restaurar y legitimar la monarquía borbónica, tras las malogradas experiencias de la monarquía de Amadeo de Saboya (1870-1873) y de la Primera República (1873-1874); tenía que restablecer la paz y, por tanto, sofocar las sublevaciones carlista y cubana; y, lo más difícil, habría de devolver a España la estabilidad política, social y económica de que carecía los últimos años. Para ello contaba con una adecuada preparación personal y con un buen asesor de imagen y arquitecto de la política: Antonio Cánovas del Castillo.
Educación
Los años de exilio (1868-1874) le valieron para adquirir una selecta formación lingüística, académica y militar en algunas de las mejores escuelas europeas: el Stanislas de París, la Academia Pública de Ginebra, el Theresianum de Viena, y la Royal Military Academy of Sandhurst (Inglaterra). Ya en 1870, Isabel II abdicó en el príncipe de Asturias y desde agosto de 1873 Antonio Cánovas del Castillo, en sustitución del duque de Montpensier, se convertiría en el director del movimiento alfonsino, cuyo propósito era preparar la opinión pública y ganar el mayor número de adeptos para restaurar la monarquía en España en la figura de Alfonso de Borbón, a ser posible sin la intervención del Ejército. Idea de Cánovas fue, por ejemplo, que el príncipe Alfonso completara su formación militar en la prestigiosa academia militar de Sandhurst, cosa que apenas pudo realizar durante poco menos de tres meses.
El Manifiesto de Sandhurst y el pronunciamiento militar de Martínez Campos
Su formación castrense se vería interrumpida por el pronunciamiento militar encabezado por el general Arsenio Martínez Campos en la valenciana población de Sagunto (29 de diciembre de 1874), que abriría al príncipe Alfonso las puertas al Trono español. Tres días antes (26 de diciembre de 1874), se había publicado en la prensa un manifiesto que Alfonso de Borbón –mediante pluma de Cánovas− había firmado desde Sandhurst bajo pretexto de agradecer las numerosas felicitaciones recibidas por su decimoséptimo cumpleaños. En el Manifiesto de Sandhurst –como comúnmente se conoce− Alfonso se presenta ante los españoles como un futuro rey modélico: español, católico, liberal y con espíritu verdaderamente conciliador.
Rey soldado, pacificador de la monarquía española
Alfonso XII regresó a España vía Barcelona (9 de enero de 1875) e hizo su entrada en la capital el 14 de enero. Sumamente significativo resulta que, solo cinco días más tarde, la primera acción emprendida como jefe del Estado español fuese marchar al norte para dirigir las operaciones militares contra los carlistas. La imagen de «rey soldado» que la propaganda alfonsina había empezado a difundir meses atrás, empezaba a tomar forma efectiva. Finalmente, en 1876 se puso fin a la tercera guerra carlista y a partir de entonces Alfonso XII empezaría a ser conocido popularmente como «el Pacificador», imagen que reforzó la Paz del Zanjón (1878), que dio por concluida, aunque de forma interina, el único frente importante que quedaba abierto: la guerra de Cuba.
La Constitución de 1876 y el sistema político de la Restauración
El 30 de junio de 1876 fue promulgada una nueva Constitución, que no reconocía la soberanía nacional, sino una soberanía compartida entre el monarca y las Cortes. El rey se convertía en el poder moderador del nuevo régimen, pues conservaba amplias prerrogativas políticas, y asumía el mando supremo del Ejército y de la Armada (artículo 52 de la Constitución y Ley Constitutiva del Ejército de 1878). Sobre esta base legal se construiría el sistema político monárquico de gobierno parlamentario de lo que historiográficamente se conoce como la época de la Restauración, periodo en el que, con la ayuda de prácticas electorales fraudulentas, dos grandes partidos dinásticos de notables, el Partido Liberal-Conservador (o Partido Conservador) y el Partido Liberal-Fusionista (o Partido Liberal), se turnarían durante casi medio siglo en el Gobierno, hasta el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (13 de septiembre de 1923), con el que se iniciaría la primera (y mucho menos funesta) de las dos dictaduras que conocería la España del siglo XX.
Matrimonios, descendencia y otros devaneos
Durante su corta vida como rey, Alfonso XII selló dos casamientos, uno por amor y otro por razón de Estado, además de mantener algunas relaciones extramatrimoniales (la más conocida y duradera con la cantante Elena Sanz, con la que tuvo dos hijos ilegítimos, y fuera, por tanto, de cualquier derecho en la sucesión al Trono). Su prima María de las Mercedes de Orleans y Borbón, nieta del rey de Francia Luis Felipe de Orleans y sobrina de Isabel II, fue su primera esposa. La boda se celebró al iniciar 1878. Medio año escaso transcurrió entre el júbilo popular del enlace regio y el duelo oficial provocado por la súbita muerte, a los 18 años, de la reina consorte. He aquí el origen de cuantiosos versos y coplillas (luego convertidas algunas en exitosas piezas teatrales llevadas también al cine) que han alimentado la leyenda de este joven y «romántico» monarca, siendo el más conocido el de: «¿Dónde vas, Alfonso Doce, dónde vas, triste de ti? Voy en busca de Mercedes, que ayer tarde no la vi…». En noviembre de 1879, contrajo segundas nupcias con María Cristina de Habsburgo-Lorena, quien le daría tres hijos: María de las Mercedes, María Teresa y un varón, Alfonso, que nació meses después de la desaparición de su padre Alfonso XII. María Cristina de Habsburgo sería reina regente de España hasta el comienzo del reinado efectivo de su hijo Alfonso XIII de Borbón (mayo de 1902).
Rey humanitario
Gran parte de la popularidad de este monarca «por la gracia de Dios» se debe no solo a la buena propaganda gubernamental, sino también a su carácter afable y espontáneo, que puso de público manifiesto en varios contextos a lo largo de su reinado. Se mostró como un rey al que verdaderamente le importaban los problemas de sus súbditos y lo demostró, por ejemplo, en varias visitas (unas oficiales, otras no) a los afectados por catástrofes naturales o endémicas: inundaciones en Murcia y sur de Alicante (1879), terremoto de Andalucía (1884-1885), coléricos de Aranjuez (1885). Un rey cercano al pueblo siempre que podía, como constataron los medios de comunicación de la época.
En este sentido, el poeta Antonio Fernández Grilo escribe en la Ilustración Española y Americana (30 noviembre 1885):
«(…) Murcia gimió desvalida Y en el fango sepultada, Desde el trono hasta el pantano Bajó para consolarla; (…) Montes enteros hundidos Pueblo y heredad aplastan; Los cauces desaparecen, Los árboles se trasladan; Sin rumbo, por nuevos valles, Corren las dispersas aguas, Que el huracán las azota Y el terremoto las cambia!!! Sobre el vacilante suelo Fija el Rey la augusta planta, Y al que no de los peligros, De la miseria lo arranca!!! Triunfa en Aranjuez la muerte; Deja el lecho con el alba (…) Y se van los moribundos Bendiciendo a su monarca!!!»
Muerte
Víctima de la tuberculosis, Alfonso XII falleció arropado por su mujer y sus dos infantas (como se recoge en el famoso cuadro El último beso, de Juan Antonio Benlliure, 1887, en el Museo del Prado) en el madrileño Palacio de El Pardo el 25 de noviembre de 1885. Sus restos mortales descansan en la cripta de reyes y reinas del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Fuente: cervantesvirtual.com
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