El 6 de noviembre de 1817 la noticia de la muerte de la princesa Carlota de Gales cayó como una bomba en Gran Bretaña. La joven era la única hija del príncipe heredero del trono, Jorge, príncipe de Gales, y por lo tanto posible sucesora. Su abuelo, el rey Jorge III, se hallaba entonces muy enfermo, a causa de la demencia, y la muerte de Carlota causó grandes interrogantes sobre la sucesión al trono.
Carlota era la hija del príncipe Jorge de Gales y de su esposa Carolina de Brunswick-Wolffenbutten, un matrimonio que terminó en un escándalo mayúsculo. La princesa, divertida y enamoradiza, era chispeante, alegre y generosa. Se había criado en un ambiente de violentas peleas entre sus progenitores. A edad temprana había sido separada de su madre, mujer excéntrica y licenciosa, quedando al cuidado de su padre, quien por otra parte nunca había abandonado su vida mundana y egoísta.
Como hija única del príncipe de Gales, Carlota estaba destinada a ser reina y, en tal posición, su familia le buscó un marido apropiado: tenía que ser alemán. El elegido fue Leopoldo de Sajonia-Coburgo, un apuesto príncipe que, en el futuro, sería el primer rey de los belgas. La boda se celebró en 1816. Carlota sufrió un aborto y en abril de 1817 se informó que estaba nuevamente embarazada.
Carlota tenía en su vientre a un posible futuro rey de Gran Bretaña. El público británico se interesó mucho por su embarazo y, como sucede en nuestros días, los británicos hacían apuestas sobre el sexo y el nombre del niño por nacer. En agosto de 1817, Carlota, que había pasado gran parte del embarazo sentada para un retrato y, por lo tanto, ganó mucho peso. Su equipo médico la sometió a una dieta estricta, para horror del médico personal del príncipe Leopoldo, Christian Stockmar.
El embarazo se prolongó más de lo debido. La princesa Carlota entró en trabajo de parto el 3 de noviembre pero su salud empezó a deteriorarse. Vomitaba, sangraba, tenía mucho frío y dificultades para respirar. Los médicos no encontraron una solución más que esperar la muerte de la princesa, que tuvo lugar en Claremont House, la casa que el príncipe de Gales había obsequiado a su hija con motivo de su boda. Tenía 21 años.
La trágica muerte de la princesa fue muy lamentada por el público británico. Incluso los pobres y los indigentes llevaban brazaletes negros, lamentando la pérdida de un futuro monarca que era visto como un faro de esperanza para una dinastía -la casa de Hannover- que había dado serias muestras de no querer caer bien a los británicos durante generaciones. El embarazo y el parto de Carlota fueron mal administrados y el médico a cargo, Sir Richard Croft, terminó suicidándose.
“¡Dos generaciones desaparecidas en un instante!”, escribió el príncipe Leopoldo a Sir Thomas Lawrence. “Lo he sentido por mí mismo, pero también lo he sentido por el príncipe regente. Mi Carlota se ha ido y el país la ha perdido. Ella era buena, era una mujer admirable. Nadie podría conocer a mi Carlota como la conocí“.
El rey Jorge III murió tres años después, en 1820. Su hijo y regente, el príncipe de Gales, fue coronado con el nombre de Jorge IV cuando la situación sucesoria esa desesperante. Los hermanos del nuevo rey, entrados en años, gordos, impopulares y cubiertos de deudas, negociaron con el parlamento: todos abandonarían a sus amantes, se casarían con princesas reales y tendrían hijos. A cambio, el parlamento pagaría sus deudas y los mantendría económicamente.
El plan no tuvo éxito alguno. Jorge IV murió en 1830. El siguiente rey, Guillermo IV, tuvo dos hijas que no sobrevivieron a su infancia y en 1837 la prima que Carlota nunca conoció se convirtió en la reina Victoria. Sin saberlo, con su muerte Carlota cambiaría para siempre la historia de Gran Bretaña. Bajo este reinado, que duraría 64 años, Gran Bretaña se convertiría en el imperio más grande de la historia mundial.
Fuente: monarquias.com
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