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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

El triste destino de Sofía Dorotea de Inglaterra: la reina prisionera

La hermosa pero imprudente esposa del príncipe y madre de dos hijos fue descubierta en flagrante adulterio con un oficial sueco, el conde Philipp Christoff von Konigsmark.


La hermosa pero imprudente esposa del príncipe y madre de dos hijos fue descubierta en flagrante adulterio con un oficial sueco, el conde Philipp Christoff von Konigsmark.

Cuando la reina Ana de Inglaterra falleció a los 49 años de edad y sin descendencia, en 1714, hubo un momento de confusión antes de que se difundiera una sorprendente noticia: el nuevo rey sería un pariente lejano y el único protestante disponible, un príncipe alemán de 54 años de edad, Jorge de Hannover, Brunswick y Luneburg (1660-1727). Coronado como Jorge I, el rey alemán de Inglaterra se encontró ante una situación extraña, ya que jamás había puesto un pie en Inglaterra, no hablaba inglés e ignoraba la cultura, las tradiciones y hasta las buenas maneras inglesas. La población ridiculizó hasta el hartazgo a ese alemán de maneras burdas y poco educado cuyo único mérito para ser rey era ser primo lejano de la reina muerta. Una de las cosas que más risa les causó a los ingleses fue ver a su nuevo rey desembarcar en la corte de Londres con una serie de amantes alemanas, feas y gordas a las que Jorge quería mucho.


El nuevo monarca se instaló en Londres con dos amantes: una era desmedidamente obesa y se la apodó popularmente “el Elefante”, mientras la otra era exageradamente delgada. El ensayista Horacio Walpole recordaba de este modo su encuentro con la gorda, sintiéndose aterrado por el enorme porte de su cuerpo: “Dos fieros ojos negros, enormes e inquietos bajo un par de cejas altas y arqueadas; dos acres de mejillas cubiertos de purpurina; un océano de pescuezo que rebosaba y que no se distinguía de un tronco donde nada se mantenía firme… ¡No es de extrañar que un niño se asustara de tal ogro, y que la chusma de Londres se divirtiera tanto por la importación de este particular serrallo!”. Lord Chesterfield se mostró especialmente sarcástico en sus comentarios sobre las favoritas del rey Jorge I: “El estándar del gusto del rey, tal y como demuestran sus amantes, exige que todas sus pretendientes… se obliguen a engordar, como las ranas de la fábula, para rivalizar con la envergadura y la dignidad del buey. Algunas tienen éxito, y otras… revientan”.


Pero lo que más sorprendió a los ingleses es que el nuevo rey llegara a Inglaterra con sus dos hijos pero sin su esposa. ¿Dónde estaba la nueva reina? Pronto se supo la verdad. Sofía Dorotea de Celle (1666-1726), la mujer con la que Jorge de Hannover se había casado en 1682, permanecía desde hacía muchos años encerrada en un castillo alemán como castigo por haber “abandonado” a su esposo. La hermosa pero imprudente esposa del príncipe y madre de dos hijos había sido descubierta en flagrante adulterio con un oficial sueco, el conde Philipp Christoff von Konigsmark. Descubierta la relación, en 1694, Konigsmark desapareció misteriosamente y desde entonces se sospechó que Jorge había ordenado que lo descuartizaran y enterraran bajo el suelo de su palacio de Hannover.


El destino de Sofía Dorotea fue todavía peor. Después de divorciarse de ella, con el consentimiento del propio padre de Sofía Dorotea, Jorge mandó que su mujer fuera encerrada de por vida en el Castillo de Ahlden bajo una estricta vigilancia. Así, permaneció treinta y dos años sin poder siquiera ver a sus propios hijos, el príncipe Jorge y la princesa Sofía. Además, le fue prohibido volver a casarse y comunicarse con sus padres, aunque se le permitió tener servidumbre y una pensión, y dar paseos en su carruaje de caballos en los alrededores del castillo. El mayor de ellos, también llamado Jorge, estaba tan desesperado por el encierro de su madre que en una ocasión cruzó a nado el foso del castillo donde estaba recluida para intentar, en vano, liberarla de su prisión. Sofía no volvió a ver a sus hijos, que marcharon a Inglaterra cuando Jorge fue coronado rey, y solo supo de ellos mediante las cartas que solía enviarle su hija menor, Sofía, reina de Prusia.


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