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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

Catalina Willoughby, la casi séptima esposa de Enrique VIII

La condesa de Suffolk mantuvo una relación sentimental con el monarca, 28 años mayor que ella, pero los avatares políticos y dinásticos impidieron el matrimonio


Catalina Willoughby, duquesa de Suffolk (1519-1580) wikimedia

Al final de su vida, Enrique VIII estuvo a punto de forzar un capítulo extra de Los Tudor, en la historia y en Netflix. No contento con las seis esposas que se habían ido sucediendo a medida que perdían el favor real y algunas también la cabeza en el sentido literal, Enrique VIII quiso tomar la que hubiera sido la séptima. La elegida se llamaba Catalina, como la sexta, y para rizar el rizo era la mejor amiga de aquella.


En los últimos años una serie de documentos han mostrado hasta qué punto Enrique VIII perdió la cabeza, esta vez sí figuradamente, por una dama de 26 años, atractiva, muy rica y con carácter. Se trataba de Catalina Willoughby (1519-1580), también conocida como Madame Suffolk y duquesa del mismo nombre y, en otro giro que se diría novelesco, viuda del mejor amigo de Enrique VIII. O los Tudor vivían en una burbuja tipo covid, o realmente su mundo era muy pequeño.


Catalina Parr, sexta esposa del rey, maniobró políticamente para evitar caer en desgracia y que se casara con Catalina Willoughby


En febrero de 1546, menos de un año antes de la muerte del rey británico en enero de 1547, el embajador imperial François van der Delft daba cuenta a su señor, Carlos I de España y V de Alemania, de los rumores que inflamaban los círculos diplomáticos y aristocráticos de Londres sobre las intenciones del jefe de los Tudor, tal como explica el historiador David Baldwin en su libro Henry VIII’s last love: the extraordinary life of Katherine Willoughby, lay-in-waiting to the Tudors (El último amor de Enrique VIII: La vida extraordinaria de Katherine Willoughby, al acecho de los Tudor).


“Señor, estoy confundido y temeroso de informar a su majestad que hay rumores aquí de una nueva reina, aunque no sé por qué ni cuán cierto puede ser. Algunas personas lo atribuyen a la esterilidad de la reina, mientras otras dicen que no habrá cambios mientras dure la actual guerra. Se habla mucho de Madame Suffolk y goza de un gran favor, pero el rey no muestra ninguna alteración en su comportamiento hacia la reina, aunque esta última, según me han informado, está algo molesta por los rumores”, explica el embajador.


Retrato de Enrique VIII por Hans Holbein el Joven hacia 1540

La guerra era el enfrentamiento con Francia y la reina Catalina Parr, quien a la postre conseguiría sobrevivir a su esposo y mantener su matrimonio hasta el final, aunque posiblemente sólo fuera porque a su majestad no le dio tiempo de repudiarla. Las habladurías sobre los deseos del monarca ya corrían por toda Europa en aquel momento; Stephen Vaughan, agente del monarca británico en Amberes (si piensan que ahora hay espías, tendrían que haber vivido en el siglo XVI), informó al canciller Thomas Wriothesley y al diplomático William Paget de un suceso que le había ocurrido en aquella ciudad:

“Este día llegó a mi alojamiento un comerciante local, diciendo que había cenado con ciertos amigos, uno de los cuales se ofreció a apostar con él que su majestad tendría una nueva esposa, y el comerciante me pidió que le contara la verdad, pero no quiso decirme con quién había apostado, y yo le dije que nunca había oído hablar de este asunto y que no había nada de cierto, pero mucha gente habla de ello y no he podido averiguar de dónde ha salido todo”.

Enrique VIII y Catalina Willoughby habían tenido numerosas ocasiones de encontrarse, pese a la diferencia de edad entre ambos (28 años), algo que en principio no hubiera sido un inconveniente para ellos: Catalina Parr tenía 21 años menos que su señor, y la propia Madame Suffolk había contraído matrimonio a los 14 años con su tutor, de casi 50, algo sobre lo que en aquellos momentos y con reinos y ducados de por medio se corría un pragmático velo.


La vida de la que sería duquesa de Suffolk no había sido un cuento de príncipes y princesas, sino una sucesión de lances políticos y diplomáticos y de intercambio de los mismos nombres, dando como resultado, además de los estragos de la consanguinidad, un árbol genealógico de lo más aburrido.

La relación entre el monarca y la joven desató todo tipo de rumores y captó la atención de los servicios de espionaje europeos

Empezando por el propio matrimonio de sus padres. Catalina era hija de William Willoughby, undécimo barón de Eresby, y de María de Salinas, dama de compañía de Catalina de Aragón y primera esposa de Enrique VIII. Ambas damas eran tan amigas que la niña recibió el nombre en homenaje a la reina. Esta a su vez, el mismo año de los esponsales de su dama, tuvo su única hija con el monarca, a la que llamaron María.


No era el único lazo que acercaría a la futura Madame Suffolk al monarca; a la muerte de sus padres, se designó como tutor de la pequeña Catalina a Charles Brandon, duque de Suffolk y esposo de una hermana de Enrique VIII, de nombre, como no, María. Tan pronto como quedó viudo se casó con la adolescente (y propietaria de medio Lincolnshire), obviando el hecho de que estaba prometida a su propio hijo, también adolescente. Es lo que tiene ser tan rica.


Charles Brandon (c 1485-1546), tutor de Catalina Willoughby

Es de suponer que la joven Catalina escarmentaría en cabeza ajena, nunca mejor dicho, porque asistió a la ascensión y caída de Ana Bolena; de hecho, estuvo presente en su coronación como nueva reina. También fue testigo de la sucesión de esposas: Juana Seymour, Ana de Cléveris, Catalina Howard y por fin Catalina Parr; de la primera su marido fue padrino de su hijo Eduardo, el único varón (legal) de Enrique VIII que sobrevivió a la infancia, y tuvo como invitada en una de sus mansiones a Howard poco antes de que rodada su cabeza. También debió curtir su carácter encontrarse con 14 años como madrastra de cinco hijos, todos ellos mayores en edad que ella.


Con todos estos antecedentes es de suponer que Madame Suffolk no tendría demasiadas ganas de emparentar con el monarca, sin embargo y según los datos de David Baldwin, se cree que ambos entablaron una relación sentimental que duró años. Solo unos meses después del fallecimiento de Juana Seymour a los 12 días de dar a luz, otro embajador del emperador Carlos I, Eustace Chapuys, escribió a este que Enrique VIII había estado visitando a la duquesa.

"El rey ha estado de mucho mejor humor que nunca" escribía a Carlos I uno de sus embajadores

“El rey –señalaba- ha estado de mucho mejor humor que nunca, haciendo que sus músicos toquen sus instrumentos todo el día. Fue a cenar a una de sus espléndidas casas, donde había reunido a todos sus músicos, y después de haber dado órdenes para la construcción de algunos edificios, regresó por agua acompañado por sus músicos y fue directamente a visitar a la duquesa de Suffolk”.


Pero Enrique VIII no podía casarse con Catalina porque el esposo de esta, Charles Brandon, esposo de Catalina, decidió vivir más años de los que le correspondían y el rey se cansó de esperar que la dama enviudara. Y para cuando lo hizo, la entonces esposa del rey, Catalina Parr, demostró tener amigos e inteligencia.


Volvamos a aquel febrero de 1546; el matrimonio real duraba ya dos años y medio, no había esperanza en que la reina alumbrara un varón y la relación entre los consortes no atravesaba su mejor momento. Parr era además de fuertes opiniones y no se las guardaba, hasta el punto de que el rey llegó a quejarse en público de “tener que ser enseñado por mi esposa en mi vejez”. Por mucho menos, otras acabaron como acabaron.


Según un historiador de la época, John Foxe, Enrique VIII habría explicado sus intenciones de librarse de Catalina (Parr) al médico de ambos, Thomas Wendy, incluso le habría enseñado la orden judicial en la que se detallaban los cargos contra la esposa real. Enterada de lo que se estaba tramando, Catalina Parr tomó la iniciativa disculpándose con el rey por sus discusiones sobre religión, con las que, alegó, sólo pretendía distraerle de los dolores que le causaba su pierna ulcerada.


Catalina Willoughby, retratada por Hans Holbein el joven

Parece ser que Enrique VIII se ablandó, o decidió esperar a mejor ocasión, porque la abrazó exclamando “¿Y es aún tan dulce tu corazón? Entonces, amigos perfectos volvemos a ser, como habíamos sido hasta ahora”. Eso dijo, o así lo contó en sus libros John Foxe, anticipándose a lo que harían en el futuro con la monarquía los guionistas de The Crown, que en aquella época seguro que habrían acabado en el verdugo. El que sí estuvo realmente a punto de hacerlo fue el lord canciller Thomas Wriothesley, a quien nadie se molestó en contar la reconciliación de la pareja y que cuando al día siguiente fue a arrestar a Catalina Parr la encontró paseando del brazo de su esposo.


Tal vez lo que sucedió es que Enrique VIII decidió evitarse más problemas: Catalina (Willoughby) era atractiva y vivaz, pero compartía con su amiga la reina el carácter vehemente y batallador y la marcada inclinación por el protestantismo. También se decía de ella que era extremadamente obstinada, y posiblemente tampoco le interesara matrimoniar con un anciano cuando ya se había librado de otro, su propio marido. Libre por primera vez en su vida e inmensamente rica, siguió siendo íntima amiga de la reina. Y del rey, hasta el final.


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