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Foto del escritorAndrés Cifuentes

Viruela, el ángel de la muerte

La viruela mató a millones de personas y marcó a muchas otras de por vida durante milenios. El hallazgo de su vacuna no fue suficiente para erradicarla. Sería necesario un ambicioso plan.

Edward Jenner descubrió la vacuna de la viruela. La lucha contra la viruela vacuna

El somalí Ali Maow Maalin fue la última persona del mundo en contraer la viruela por sus cauces naturales. Se infectó en octubre de 1977, con 23 años, cuando trasladaba a dos enfermos hacia un campo de aislamiento en un todoterreno. Por fortuna, tendría el resto de su vida para arrepentirse de su decisión –se curó un mes después–, y no contagió a nadie, pese a haber estado en contacto con numerosas personas.


Él fue el último eslabón de la cadena de una enfermedad infecciosa que solo se transmitía entre personas. Aniquilado el virus en Somalia, el planeta quedaba libre de viruela. La OMS declararía este mal formalmente erradicado en 1980. Se daba así carpetazo a una de las enfermedades más letales de la historia.


Apodada “el ángel de la muerte”, se estima que, antes de la era de la vacunación, en el siglo XIX mató a una de cada doce personas en el mundo. Era, además, una enfermedad particularmente desagradable, pues tendía a atacar la cara y, si no mataba a sus víctimas, las dejaba marcadas de por vida o ciegas. Con un período de incubación de entre 7 y 17 días, sus primeros síntomas producían fiebre alta y fatiga. Luego se manifestaba con su característica erupción violenta.


Pintura que representa la plaga de Atenas que asoló la ciudad en 430 a.C.

Pandemia

Causado por el virus Variola, este mal azotó el planeta durante milenios. Los primeros brotes aparecieron hacia el siglo V a. C. en las primeras concentraciones de población surgidas en las cuencas del Tigris y el Éufrates, en Mesopotamia. Unos dos mil años después, ya se había propagado hacia el valle del Nilo, en Egipto.


Es posible que la viruela estuviera detrás de la plaga que, en 430 a. C., asoló Atenas, una ciudad densamente poblada, y que diezmara a las tropas romanas que, en torno a 165 d. C., retornaron de Mesopotamia. Los expertos consideran que en el siglo II ya era un mal endémico en la cuenca del Ganges, en India, y en los valles de los ríos Amarillo y Yangtsé, ambos en China. Por eso no resulta extraño que un tratado médico hindú del siglo I sea uno de los escritos sobre la viruela más antiguos conocidos.


En el siglo VIII, las conquistas árabes la extendieron por todo el norte de África y la introdujeron en el sur de Europa. En el XII, mientras los comerciantes árabes e indios la desplegaron por toda la costa este africana, las caravanas y peregrinos musulmanes que cruzaban el Sahara hicieron lo propio por la oeste. En el XVI, la viruela se convirtió en la plaga más temida en Europa, territorio que continuaría azotando con epidemias durante los dos siglos siguientes.


La viruela se manifestaba en una violenta erupción que si no mataba dejaba terribles cicatrices.

Pero fue especialmente cruel en América, adonde llegó de la mano de los conquistadores españoles y portugueses. El virus fue clave en la caída de los imperios azteca e inca, al provocar el derrumbe demográfico de las vulnerables poblaciones nativas. Asimismo, exterminó a gran número de indígenas del norte de forma intencionada. Uno de los episodios más trágicos, considerado precursor de la guerra biológica, tuvo lugar en el fuerte Pitt (actual Pittsburgh, en Pensilvania) en 1763, cuando las tropas británicas, dirigidas por el mariscal Jeffrey Amherst, distribuyeron a los indios mantas impregnadas con el virus. El viaje transoceánico del “ángel de la muerte” no acabó en el continente americano. En el siglo XIX, el virus atracó en Australia a bordo de los navíos de los colonos ingleses, y provocaría incontables muertes en la población local.


En busca de inmunidad


La primera victoria significativa en la larga lucha contra la viruela se dio gracias a la inoculación, una práctica que inmunizaba a las personas que no habían contraído la enfermedad. Consistía en introducir en el cuerpo sustancias infectadas mediante una lanceta, tras realizar un corte sobre la piel o en una vena. Aunque efectiva, esta técnica rudimentaria conllevaba riesgos como que el receptor desarrollara la enfermedad (aunque la probabilidad era baja, de un 3%).


Mary Wortley introdujo la técnica de la inoculación en Inglaterra.

Antes de su llegada a Europa en el siglo XVIII, la inoculación se practicaba en África, India, China y el Imperio otomano. Su importación se debió, sobre todo, a Mary Wortley Montagu. Esta aristócrata estaba marcada por la viruela desde los 26 años. Por eso, cuando, en 1717, descubrió en Estambul el sistema de inoculación practicado en la corte otomana, no dudó en darlo a conocer en su país a pesar de las resistencias. Este éxito, elogiado por Voltaire en sus Cartas inglesas (1733), resultó decisivo para que el método empezara a popularizarse en la isla y se extendiera a otras cortes y países europeos.


La era de la vacunación


La inoculación ya estaba extendida en el Viejo Continente cuando, a finales del siglo XVIII, el cirujano inglés Edward Jenner vacunó al hijo de su jardinero con muestras de pústula de una lechera que se había infectado con el virus de la viruela bovina. Aunque muy similar a la viruela humana, esta variante era mucho más suave. Jenner quiso comprobar con este experimento si era cierta la creencia según la cual las ordeñadoras que habían pasado la benigna viruela bovina quedaban protegidas de la maligna. En efecto, el niño quedó inmune.


Caricatura de la vacunación practicada por Edward Jenner.

Este descubrimiento marcó el inicio de la era de las vacunas. La inmunización con viruela bovina era una técnica relativamente fácil de realizar, no ocasionaba riesgo de muerte ni era foco de contagio. Pese a sus ventajas, encontró resistencia tanto por parte de médicos celosos del éxito de Jenner como de la Iglesia y de grupos antivacunas, que lo consideraban un sistema contranatura.


No obstante, su efectividad se impuso pronto a las injurias y supersticiones. A principios del siglo XIX, en toda Europa se vacunaba contra la viruela. No tardaron en surgir iniciativas para llevar la vacuna al otro lado del Atlántico. La más significativa fue la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, más conocida como expedición Balmis, en referencia al médico español que la concibió, Francisco Javier Balmis. Sufragada por Carlos IV, tenía como objetivo hacer llegar la cura a todos los rincones del Imperio español.


Programa de vacunación en África.

A principios del siglo XX, la viruela había dejado de ser endémica en gran parte de la Europa continental. Se erradicó de la Unión Soviética en 1936; de EE.UU., en 1949; de China, en 1961... Pero persistía en África y Asia. Solo un esfuerzo a nivel internacional podría borrarla del globo. En 1967, la OMS puso en marcha el Programa de Erradicación de la Viruela.


La estrategia de la OMS combinó campañas de vacunación, información y vigilancia con medidas de prevención para contener los focos epidémicos. Los archivos digitales de la organización guardan instantáneas de aquel proyecto: fotografías de vacunaciones en los lugares más remotos, desde las montañas de Afganistán hasta las selvas de Brasil o los estuarios de Bangladesh. Tras una década de lucha, se llegó por fin hasta Ali Maow Maalin, el último eslabón natural de la enfermedad.


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