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Foto del escritorAndrés Cifuentes

Vasco Núñez de Balboa


Núñez de Balboa, Vasco. Jerez de los Caballeros (Badajoz), c. 1475 – Acla (Panamá), 13-19.I.1519. Conquistador, descubridor del océano Pacífico.


Fue fundador y alcalde de Santa María la Antigua del Darién, primera ciudad española en la América continental, y de Acla, así como conquistador de una gran parte de la región transístmica americana. Tuvo los títulos de adelantado de la Mar del Sur y gobernador de las provincias de Panamá y Coiba.


Debió de nacer hacia 1475, pues Las Casas afirmó que en 1510 era “mancebo de hasta treinta y cinco o pocos más años”. Su padre fue Nuño Arias de Balboa, “hidalgo y de sangre limpia” y su madre una señora de Badajoz de nombre desconocido. Este matrimonio tuvo varios hijos: Gonzalo y Juan, y quizá otros dos llamados Vasco y Alvar. Vasco entró como criado en casa de Pedro Puertocarrero, señor de Moguer, donde se educó en letras, modales y armas. Allí debió de asistir al protagonismo de Moguer en la empresa colombina. A fines de siglo, se trasladó a Sevilla y en 1500 se enroló como escudero en la expedición organizada por el escribano público de Triana Rodrigo de Bastidas y el cartógrafo Juan de la Cosa. Parece que era buen espadachín. Las Casas lo describió como “bien alto y dispuesto de cuerpo, y buenos miembros y fuerzas, y gentil gesto de hombre muy entendido, y para sufrir mucho trabajo”.


La expedición, formada por una nao, una carabela y un bergantín, partió de Cádiz hacia marzo de 1501 y llegó a Coquibacoa o la Guajira, desde donde navegó lentamente (durante cinco meses) hacia occidente, descubriendo la actual costa atlántica colombiana (Santa Marta, bocas del Magdalena, Cartagena, etc.) y luego la costa atlántica panameña desde Urabá hasta un punto desconocido, quizá el Retrete, situado a unas 150 millas del Darién. El mal estado de las naves a causa de la broma (molusco lamelibranquio que perforaba las cuadernas de roble de las quillas) obligó a detener el descubrimiento, ante la amenaza de hundimiento. Juan de la Cosa logró llegar con las naves hasta Jamaica y desde allí a la isla La Española.


Intentaron inútilmente reparar las naves y finalmente se hundieron en las cercanías de Puerto Príncipe en febrero de 1502. Los expedicionarios llegaron a pie a Santo Domingo, divididos en tres grupos. Se inició el proceso a Bastidas y tuvo que volver a España, pero Balboa se quedó en la isla de Santo Domingo. Debió de participar en la conquista ovandina, pues fue premiado con un reparto de tierras en Salvatierra de la Sabana, población que ayudó a fundar. Inició un negocio de cría de cerdos que le fue mal.


Endeudado, fue a Santo Domingo, donde se encontraba en 1509 buscando la forma de salir de la isla. Sus acreedores le impidieron salir en la expedición de Ojeda al Darién y tuvo que esperar hasta que se organizó la del bachiller Martín Fernández de Enciso, socio del anterior y su alcalde mayor, que partió de Santo Domingo el 13 de septiembre de 1510, para reforzar a su jefe y socio, con una nao y un bergantín con cincuenta y dos hombres. Balboa iba de polizón, con su perro Leoncico, escondido en una vela o dentro de un tonel (existen ambas versiones). Descubierto en alta mar, estuvo a punto de ser abandonado en una isla desierta por Enciso (parece que era uno de sus acreedores), quien finalmente le dejó a bordo a ruegos de los tripulantes.


La flotilla siguió su rumbo a Urabá y encontró frente a Cartagena los restos de la expedición de Ojeda, mandados por Francisco Pizarro. Se supo entonces que había fracasado el intento de poblar San Sebastián en el golfo de Urabá, por lo insalubre del lugar y porque estaba habitado por indios que usaban flechas envenenadas. El propio Ojeda había sido herido y tenido que abandonarlo en busca de refuerzos, tras dejar a sus hombres al mando del Pizarro y con autorización para hacer lo que estimaran conveniente si no regresaba en un plazo de cincuenta días. Los españoles habían cumplido con el plazo, tras el cual habían embarcado en las naves que encontró Enciso.


Enciso puso proa a San Sebastián y, al llegar, naufragó la nao. Comprobó que era cierto cuanto le habían dicho. Es más, los indios habían quemado las treinta chozas construidas por los españoles. Convocó entonces una junta para decidir si regresaban a La Española o buscaban otro lugar para poblar, lo que no parecía fácil. En plena deliberación pidió la palabra Vasco Núñez para decir algo parecido a esto que transcribió el padre Las Casas: “Yo me acuerdo, que los años pasados, viniendo por esta costa con Rodrigo de Bastidas a descubrir, entramos en este Golfo, y a la parte de occidente, a mano derecha, según me parece, salimos en tierra y vimos un pueblo de la otra banda de un gran río, que tenía muy fresca y abundante tierra de comida, y la gente de ella no ponía hierba (veneno) en sus flechas”.


Fue una sugerencia providencial que todos aceptaron, empezando por el propio Enciso. Dejaron 65 hombres en San Sebastián y el resto siguió hasta el lugar señalado por Balboa, que encontraron pasado el golfo, en un río del Darién. Era la provincia del cacique Cémaco, cuyos guerreros fueron vencidos fácilmente por Enciso, que les combatió tras encomendarse a la Virgen de Nuestra Señora del Antigua (Las Casas dio una versión mas idílica del encuentro con los naturales). Los vencedores se apoderaron de la población y quemaron a los homosexuales (muy frecuentes en el istmo), en aplicación de la ley de 1254, y recogieron un pequeño botín de oro.


Mandaron luego venir a los que habían quedado en San Sebastián y procedieron a establecer una población que llamaron La Guardia en noviembre de 1510. No hubo fundación formal y Oviedo asegura que unos meses más tarde Balboa decidió bautizarla con el nombre de Santa María de la Antigua del Darién. Fue la primera capital española en la América continental. Su emplazamiento se ha discutido mucho, pero parece ser en un afluente del río Tanela, muy cerca de un buen puerto, que debería de ser Puerto Escondido.


Enciso ejerció provisionalmente el mando, pero se enemistó pronto con sus hombres por haberles prohibido comerciar con oro bajo pena de muerte y se negó además a repartir el botín de oro capturado a los naturales, ya que en su opinión esto le correspondía hacerlo al gobernador Ojeda. Balboa aprovechó la ocasión para minar su autoridad, pidiendo la creación de un Cabildo para que gobernase la ciudad.


Se reunieron los conquistadores y resultaron elegidos como alcaldes Vasco Núñez y Benito Palazuelos (sustituido luego por Zamudio). El tesorero fue el médico doctor Alberto, el alguacil Bartolomé Hurtado, y los regidores Diego Albítez, Martín de Zamudio, Esteban Barrantes y Juan de Valdivia. El Cabildo se apoderó de los barcos y empezó a actuar como máxima autoridad local. Protestó Enciso, argumentando que representaba al gobernador Ojeda, de quien era alcalde mayor, pero no pudo presentar su nombramiento porque se había perdido en el naufragio de la nao, según dijo. Los cabildantes no le hicieron caso alguno.


En la segunda quincena de 1510 llegó a Santa María Rodrigo de Colmenares con dos naves y los refuerzos para su jefe Diego de Nicuesa, a quien debía encontrar en algún lugar situado al oeste del golfo de Urabá. En la ciudad no se sabía nada de Nicuesa y Colmenares la abandonó, siguiendo por la costa panameña tras el rastro de su gobernador. Lo encontró pasado Nombre de Dios. Nicuesa había fracasado en su objetivo poblador y le quedaban sólo treinta hombres. Al saber que existía Santa María, decidió ir a la ciudad y reclamarla como parte de su gobernación, ya que estaba pasado el golfo de Urabá y había convenido con Ojeda que Urabá se dividiría por la mitad para sus dos gobernaciones.


Tardó mucho en llegar y se le anticiparon las noticias de sus desastres, por lo que el Cabildo de Santa María se juramentó para no recibirle por gobernador. Cuando Nicuesa arribó a Santa María se le conminó a no desembarcar y luego a retirarse. Tras muchos incidentes fue obligado a reembarcarse el 1 de marzo de 1511. Puso rumbo a La Española, donde pensaba reclamar sus derechos, pero murió en el naufragio de su nave en alta mar. Fernández de Oviedo atribuye todo esto a maquinaciones de Balboa y Pedro Mártir atribuye culpa a los dos, Enciso y Balboa. Enciso exigió luego dos tercios del botín (sacado el quinto) por su aportación de los barcos y por su supuesto título.


Se le negaron; antes al contrario se le acusó de usurpación de autoridad y tentativa de apropiación indebida. Se le puso en libertad, pero decidió ir a España para reclamar sus derechos. Embarcó en la carabela de Colmenares el 4 de abril de 1511. Le acompañaban el alcalde Zamudio y el corregidor Juan de Valdivieso, a quienes Balboa envió a Santo Domingo para pedir ayuda y mercedes. Consecuencia de esto último fue que el virrey Diego Colón reconociera a Vasco Núñez el título de gobernador interino del Darién, desconociendo los derechos de Enciso. Lo mismo haría luego el Rey por Cédula de 23 de diciembre de 1511, en espera de nombrar gobernador en propiedad.


Vasco Núñez de Balboa había quedado como la única autoridad del Darién desde el 4 de abril de 1511, cuando lo abandonó Enciso y un mes después de partir Nicuesa. Su gobierno duró tres años durante los cuales realizo la conquista y el descubrimiento del Pacífico. En mayo se dirigió al cacicazgo de Careta para pedir alimentos a su jefe Chima. No se los dio y Balboa le prendió. Acordaron entonces que Chima entregaría anualmente alimentos y algún oro, a cambio de que Balboa le ayudara en su guerra contra el cacique Ponca. El cacique selló el pacto con la entrega de varias mujeres, entre ellas a su hija Anayansi, que tenía trece años y se convirtió en la amante y mujer de Balboa. Chima aceptó ser bautizado con el nombre de Fernando, como el Rey.


Balboa mandó recoger toda la gente de Nicuesa que quedaba en Veragua y la trasladó a Santa María. En agosto de 1511 procedió a organizar la ciudad. Distribuyó solares a los vecinos, se trazaron calles, se construyeron casas y se señalaron sementeras de maíz. Para cumplir lo prometido a Careta, atacó al cacique Ponca. Los naturales se escondieron, por lo que saqueó su territorio. Fernando le pidió entonces que hiciera lo mismo con otro enemigo suyo, el cacique Comogre (su territorio iba del Caribe al río Bayano).


Éste recibió bien a los españoles y tras agasajarlos con comida y bebida abundantes, aceptó luego bautizarse como Carlos y les regaló setenta esclavos y piezas de oro, valoradas en unos 4000 pesos. Balboa ordenó separar el quinto real y repartir el resto del botín entre sus hombres, que disputaron por las mejores piezas. Panquiaco, hijo mayor del cacique, intervino para aconsejar a los españoles que fueran a buscar el oro donde abundaba, que era en las tierras de Pocorosa y Tubanamá, cerca de la mar que estaba al Sur, según señaló (por la inflexión del istmo), y a solo tres días de marcha de las montañas del valle de Bayano.


Pedro Mártir recogió un discurso muy florido de Panquiaco, que es improbable que lo dijera, y Las Casas creyó que Panquiaco se refería a la riqueza del Perú, cosa aún más improbable. Balboa y sus hombres regresaron a Santa María, donde encontraron a Valdivia, que había regresado de la Española con el nombramiento de Vasco Núñez como gobernador interino por el virrey. Balboa le mandó regresar nuevamente a Santo Domingo para informar al virrey de las noticias sobre la Mar del Sur y pedirle un refuerzo de mil hombres, armas y vituallas.


Le entregó asimismo el quinto real de los botines logrados hasta entonces, que subían a unos 15.000 pesos. La nave de Valdivia naufragó, por lo que Colón no recibió las noticias ni el quinto real. El año se cerró con el nombramiento real de Balboa el 23 de diciembre de 1511 como gobernador y capitán de la isla de Darién “entre tanto que mandamos proveer de Gobernador e Justicia de la provincia del Darién”. Fue resultado de las gestiones de Zamudio en España, pero no le llegaría a Balboa hasta 1513, por lo que ejerció con el que le había dado Colón.


Ningún historiador ha explicado la razón por la cual Balboa no emprendió la jornada del descubrimiento de la Mar del Sur en 1511, tras recibir los informes de Panquiaco, como sería esperable. Aguanto casi dos años para hacerlo, pese a saber que habría llegado al Pacífico en sólo unas semanas. Balboa dedicó el año 1512 y la mayor parte del año siguiente a establecer buenas relaciones con las tribus de la zona transístmica y, lo que es aún más raro, a realizar su expedición a la culata de Urabá, como si presintiera que allí podría haber otro camino alternativo a la Mar del Sur.


Organizó una fuerza de ciento sesenta hombres de la que nombró segundo a Rodrigo de Colmenares y la embarcó en un bergantín y una flotilla de canoas para explorar el golfo. Desembarcó en Urabá y penetró hasta la provincia de Ceracana (su cacique era Abraibe), donde recogió otro botín de oro de 6.000 pesos. Subió luego por el río Atrato hasta el río Sucio, al que llamó Negro, desde donde alcanzó la tribu de Albanumaque. Aquí oyó hablar del mito del Dabaibe (sus hombres cogían pepitas de oro como naranjas y las transportaban en cestas).


No pudo ir en su busca, porque le llegaron noticias de que en el Darién había surgido una sublevación indígena para destruir Santa María. Regresó a la ciudad y logró deshacer la conspiración urdida por los caciques Cémaco, Abraibe, Abanumaque y Abibaibe en octubre de 1512. Incluso le tendieron una emboscada con cuarenta guerreros disfrazados de campesinos, de la que logró salir indemne por el miedo que les infundió su sola presencia.


Pese a todo, la situación de la colonia era mala. Los vecinos llevaban dos años sin refuerzos, viviendo por sus medios, y decidieron pedir ayuda, Construyeron un pequeño bergantín en el que embarcaron el veedor Juan de Quicedo, Colmenares y once tripulantes y partieron el 28 de octubre de 1512. En Santa María quedaron sólo ciento sesenta españoles. Quicedo y Colmenares llegaron a La Española, donde trataron de desacreditar a Balboa, y luego a España en 1513, donde siguieron hablando mal del gobernador, lo que decidió al rey Fernando a enviar un gobernador titular y una fuerza pobladora al Darién.


El descontento de Santa María fue dirigido por los alcaldes y regidores, como el bachiller Corral, cierto Alonso Pérez de la Rúa, Luis de Mercado y Gonzalo de Badajoz. Hicieron una “pesquisa secreta” e intentaron apoderarse del botín de 10.000 pesos de la Tesorería. Balboa encarceló a varios de ellos y los puso luego bajo la custodia de los franciscanos. Llegaron entonces unos refuerzos de La Española, enviados por Colón (Sebastián Ocampo entre ellos).


Las Casas afirmó erróneamente que también llegó el nombramiento real de Balboa como gobernador interino, pero fue posterior. Vasco Núñez envió a Colmenares por procurador suyo a La Española, con un memorial para el Rey, fechado el 20 de enero de 1513, en que criticaba a sus antecesores, Nicuesa y Ojeda, y ponderando sus descubrimientos, el cuidado de Santa María, el buen tratamiento dado a los indios, los botines logrados y la enorme riqueza que se escondía en los ríos que iban al otro océano. Ocampo partió con sus naves y tardó mucho en llegar a España. Arribó además enfermo y murió en Sevilla en 1514, transfiriendo a Noya la defensa de Balboa.


Poco después llegaron al Darién varias naves de La Española con víveres, correspondencia y cuatrocientos colonos, según el piloto Juan de Ledesma que iba con ellos, o 150, según Las Casas. En la correspondencia llegó el nombramiento real de Balboa por gobernador interino otorgado por el rey en 1511, así como noticias (quizá de Zamudio) de que el Rey pensaba nombrar un gobernador en propiedad, ajeno a las facciones existentes. Balboa decidió entonces (por qué no lo hizo antes) jugar la carta escondida del descubrimiento del Pacífico, pensando sin duda que era su gran oportunidad para ascender de gobernador interino a propietario.


Dejó en Santa María doscientos hombres y salió a su descubrimiento con ciento noventa. Su plan era ir a Careta, Ponca y luego a la tierra de Chima, que le facilitaría las guías y porteadores para llegar a la Mar del Sur. Zarpó del puerto de la ciudad el 1 de septiembre de 1513 con un barco pequeño y nueve canoas rumbo a la tierra de Chima. El itinerario que iba a seguir, visto en un mapa moderno, supone cruzar Panamá desde Sasardí Viejo, en la costa atlántica, hasta el golfo de San Miguel, en la pacífica. En la época suponía ir desde Careta, en la costa atlántica, hasta el cacicazgo de Ponca, en la sierra, bajar luego a la de Quareca y subir la sierra de este nombre hasta un lugar desde el cual podría divisar el océano Pacífico. Sabía a dónde iba y por dónde.


Aunque tardó veintidós días en cruzar el istmo, sólo anduvo durante unos diez días de ellos. Eso sí, lo hizo al comenzar el invierno tropical, lo que añade otra incógnita al problema de la fecha escogida para la expedición. Los españoles marchaban en fila india por las trochas, seguidos de los porteadores y mujeres de los indios, con lo que sería una columna de varios kilómetros.


Hizo por mar la pequeña travesía hasta Puerto Careta, donde dejó más de la mitad de sus hombres asentados en un real, y partió con sólo 92 soldados y dos sacerdotes. Tras dos días de marcha por la selva alcanzó Ponca. Mandó llamar a su cacique y le interrogó sobre la ruta que debía seguir. Después de esto envió a retaguardia algunos enfermos y siguió hacia la tierra de Quareca, cuyo cacique, llamado Torecha, era enemigo de Ponca. Este trayecto fue el más duro del viaje. Tardaron en cubrirlo cinco días, dado lo abrupto del mismo. Cruzaron el Chucunaque, las fuentes del Artigatí y del Sabanas y finalmente llegaron a su objetivo el 24 de septiembre.


En Quareca tuvieron un combate con los indios. Les vencieron fácilmente y saquearon la población. Balboa estableció otro nuevo real de apoyo con quince hombres y partió con el resto, sesenta y cinco soldados y el clérigo. Abandonó Quareca el 25 de septiembre, a las seis de la mañana, dispuesto a subir hasta la cima de las montañas aquel mismo día. Lo logró en unas cuatro horas. Hacia las diez de la mañana los guías le indicaron el lugar desde el cual podría ver la otra mar. Balboa ordenó detenerse a su gente y partió solo, pues deseaba ser el primer español que viera la Mar del Sur.


Coronó la montaña en unos minutos y desde allí contempló extasiado el Pacífico. El escribano de la expedición, Andrés de Valderrábano, escribió luego en su diario: “Y en martes veinte y cinco de aquel año de mil e quinientos y trece, a las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Núñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso, vido desde encima de la cumbre del la Mar del Sur antes que ninguno de los cristianos compañeros que allí iban”. Llamó entonces al resto de sus hombres para que contemplaran la maravilla.


A continuación procedió a tomar posesión en nombre de los reyes de Castilla: cortó varias ramas de los árboles, amontonó piedras y grabó sobre los troncos de algunos árboles los nombres del rey Fernando y de la reina Juana. Los indios miraban asombrados toda la ceremonia. Balboa hizo venir al escribano y le ordenó tomar los nombres de todos los que habían estado presentes en el acontecimiento: 67españoles. El primero era naturalmente el de Balboa, el segundo el del clérigo Andrés de Vera y el tercero el del teniente de la expedición, Francisco Pizarro, el hombre que años después encontraría en dicho océano el fabuloso Perú.


El “martes” 25 de septiembre de 1513 cayó en domingo, por lo que Rómoli piensa en un error numérico en el acta del escribano (un domingo no habría pasado inadvertido para los clérigos), y que fuera realmente el martes, pero 27 de septiembre, cuando efectivamente se descubrió la Mar del Sur. Efectivamente, Oviedo transcribió el acta de Valderrábano con el error, de donde lo tomaron todos los historiadores.


Los españoles descendieron hasta la costa y acamparon en Chape, cuyos habitantes huyeron. El cacicazgo los ostentaba una mujer, a la que no vio Balboa, que mandó llamar a los que habían quedado en Quareca. Cuando todos estuvieron reunidos, el 29 de septiembre, fiesta de san Miguel Arcángel, preparó la ceremonia de la toma de posesión. Seleccionó a veintiséis hombres y partió con ellos hasta la misma orilla del mar. Todos lucían sus mejores galas de combate; corazas, cascos, plumas y llevaban en vanguardia un estandarte con la imagen de la Virgen y las armas de Castilla.


Había llegado a un ancón de un golfo que en el futuro se llamaría de San Miguel. Eran las dos de la tarde y la playa ofrecía aspecto deplorable, pues había marea baja y parecía un inmenso fangal. Balboa había calculado mal la marea, al regirse por el océano Atlántico. En vista del panorama existente, los españoles decidieron posponer la ceremonia. Se sentaron en la playa y esperaron que subiera la marea. Entonces y sólo entonces consideró Vasco Núñez que había un marco adecuado para la toma de posesión. El escribano Valderrábano anotó a este respecto: “Llegó [Balboa] a la ribera a la hora de vísperas y el agua era menguante.


Y sentáronse él y los que con él fueron, y estuvieron esperando que el agua creciese, porque de bajamar había mucha lama e mala entrada, y estando así (sentados) creció la mar, e vista de todos, mucho y con gran ímpetu”. Balboa se puso la coraza y el yelmo, tomó el estandarte en la mano derecha y con la espada desnuda en la izquierda se adentró algunos pasos, hasta que el agua le llegó a las rodillas. Luego empezó a pasear de un lado para otro diciendo: “Vivan los muy altos e poderosos señores reyes don Fernando e doña Juana, Reyes de Castilla e de León, e de Aragón, etc. en cuyo nombre e por la corona real de Castilla tomo e aprehendo la posesión real e corporal e actualmente destas mares e tierras, e costas, e puertos, e islas australes”.


Preguntó luego desafiante si alguien se oponía a la posesión, pero nadie replicó. A continuación preguntó si los españoles presentes estaban dispuestos a defender con sus vidas la posesión por los reyes de Castilla, a lo que contestaron todos afirmativamente. Después ordenó al escribano dar fe del acto y escribir los nombres de todos los presentes. Valderrábano anotó veintiséis nombres, encabezados por los de Balboa y Pizarro. Los testigos probaron el agua y aseguraron que era salada, como la de la otra mar. Por último Balboa dio unos sablazos a las aguas y salió a la playa, donde hizo con un puñal tres cruces en los árboles, en nombre de la Santísima Trinidad. Los acompañantes secundaron su acción cortando ramas y grabando cruces. Todo el formalismo quedó así cumplido.


Al caer la tarde regresaron a Chape, donde el hermano de la cacica les obsequió oro y perlas. Balboa exploró los alrededores pues quería encontrar las perlas por su propia mano. Embarcó a sesenta hombres en unas piraguas y navegó por un brazo del río Congo hasta Cuquera, donde cogió a los indios otra buena cantidad de perlas y oro. Volvió a Chape y pidió más canoas. Se embarcó en ellas el 17 de octubre con sus hombres, dispuesto a llegar a las islas de las perlas.


Al día siguiente arribó a las tierras del cacique Tumaca, unas veinte millas al norte del golfo de San Miguel. Lo bautizó como “golfo de San Lucas”, aunque los indios lo llamaban Chitarraga. El cacique Tumaca le dijo que las perlas estaban en las islas que se veían a lo lejos. Balboa trató de conseguir una gran canoa para llegar a ellas, pero no pudieron alistarla hasta el 29, cuando se adentró con ella en el mar acompañado de veintitrés españoles. Había mar gruesa y sólo pudo navegar hasta la desembocadura del río Chiman, desde donde tuvo que contentarse con ver la silueta de la isla de Terarequí, que distaba unas veinte millas.


La bautizó como “Isla Rica”. Valderrábano volvió a levantar acta con el testimonio de los veintitrés tripulantes de la canoa. Se dirigieron luego al lugar donde los indios pescaban las perlas. Varios buceadores indígenas sacaron cuatro grandes cestas de ostras. Los españoles las abrieron con voracidad, esperando encontrar perlas, pero no hallaron ninguna, y se quedaron extrañados de que los indios se comían su contenido. Volvieron a Tumaca y desde allí, el 23 de noviembre, emprendieron el regreso a Santa María. Habían estado casi un mes en la costa del Pacífico.


Regresaron por un camino distinto, con objeto de descubrir otras tierras y recoger más botines. Dieron un rodeo para pasar del río Maje al Bayano. Llegaron al cacicazgo de Thevaca y luego a los de Pacra y Bucheribuca. Entraron en Pocorosa el 8 de diciembre. Desde allí hicieron una incursión a la provincia cacique Tamaname, donde se sospechaba que existían minas de oro. Resultó un fracaso y volvieron a Pocorosa. Los hombres estaban exhaustos y Balboa se hallaba enfermo de fiebres (quizá de paludismo), por lo que se hacía transportar en una hamaca.


Desde Pocorosa siguieron a Comogre el 1 de enero de 1514 (el viejo cacique había muerto, sucediéndole Ponquiaco); luego a Ponca y Careta, en cuyo puerto embarcaron (en el mismo bergantín que les trajo) hasta Santa María. Atracaron en su puerto el 19 de enero de 1514. El balance de la entrada no podía ser mejor: habían descubierto la Mar del Sur y recogido un botín de más de dos mil pesos en oro y perlas, y no habían perdido un solo hombre.


Balboa recibió en Santa María unas noticias alarmantes que le trajo el comerciante Pedro de Arbolancha desde La Española: la nave de Valdivia que llevó el quinto real había naufragado y los procuradores y Enciso habían informado en contra suya, por lo que el Rey había nombrado un nuevo gobernador para el Darién, rebautizado como “Castilla del Oro”. Se llamaba Pedro Arias de Ávila y estaba próximo a llegar con una gran flota y dos mil colonos. Vasco se apresuró a comunicar al Rey su descubrimiento.


Hizo una relación del mismo y un mapa de la Mar del Sur, que adjuntó al nuevo quinto real, a una petición de que se le nombrase gobernador de la Mar del Sur y a una relación de los vecinos de Santa María sobre sus servicios. Lo envió a La Española con Arbolancha, pero sus enemigos hicieron desaparecer los documentos. En espera de la llegada de Pedrarias envió a Andrés Garavito con ochenta hombres para descubrir otra vía alternativa hacia el Pacífico; desde Bea a las fuentes del río Arquiati, confluencia de los ríos Payá y Tuira y golfo de San Miguel. Fue el camino llamado ‘del Suegro’, porque el cacique de Tamahe casó a su hija con Garavito.


Pedrarias arribó al puerto de Santa María el 26 de junio de 1514, con diecisiete buques y unos dos mil colonos, artesanos y funcionarios (obispo incluido). Desembarcó y mandó notificar su llegada a Balboa, poniéndose en camino a la ciudad. Balboa recibió la noticia cuando estaba reparando el tejado de una casa y salió a recibirle inmediatamente con la ropa de trabajo que tenía; una camisa y un calzón viejo de algodón. El encuentro se produjo en mitad del camino entre la ciudad y su puerto y no pudo ser más ridículo. Pedrarias portaba armadura completa y cabalgaba sobre un caballo enjaezado, rodeado de su señora, sus parientes y criados.


Tras él venía el obispo bajo palio, con mitra y cruz de plata, rodeado de religiosos, precediendo una comitiva de funcionarios (tesorero, veedor, alguacil, etc.), soldados, abanderados, mujeres, traíllas de perros, etc. Balboa besó el anillo del obispo e hizo una reverencia a Pedrarias, que le entregó sus credenciales. Las miró, las besó y las puso sobre su cabeza, como era preceptivo. Se hicieron las presentaciones de turno y ambos grupos regresaron a la ciudad. Cuando Pedrarias contempló Santa María se quedó asombrado, pues eran sólo unas doscientas casas de tablas y paja en las que vivían quinientos españoles y mil quinientos indios de servicio.


No tenía infraestructura para recibir aquella enorme población que le acompañaba. Pedrarias pidió a Balboa un informe pormenorizado de la colonia: fuentes de aprovisionamiento, tribus confederadas y hasta el camino para llegar a la Mar del Sur. Balboa se los entregó puntualmente, pero estos papeles se han perdido. El nuevo gobernador ordenó entonces al licenciado Espinosa que abriera juicio de residencia a Balboa, lo que era usual, e inició por su cuenta una pesquisa secreta sobre la actuación de su predecesor, lo que era insólito. Intervino el obispo y la pesquisa secreta quedó pendiente.


Como Santa María no podía albergar una población de dos mil quinientos españoles, Pedrarias ordenó una serie de campañas contra los territorios indígenas; cinco expediciones para descubrir minas de oro y, en realidad, para quitarse bocas en la ciudad. Produjeron un botín de 30.000 pesos, pero destruyeron la labor pacificadora de Balboa y dejaron a los naturales enemistados con los españoles.


El 20 de marzo de 1515 llegó a Santa María el nombramiento real de Vasco Núñez como adelantado de la Mar del Sur (se había dado por cédula de 23 de septiembre de 1514) y gobernador de las provincias de Panamá y Coiba, aunque sujeto a Pedrarias. Éste quiso guardarse la Cédula pero se opusieron el obispo y varios funcionarios. Tuvo que entregársela a regañadientes, pero prohibió a Balboa reclutar gentes para sus empresas descubridoras, ya que dijo necesitar todos los hombres que había en Castilla del Oro.


Balboa mandó entonces a Garavito a la isla La Española para que los reclutara. Tenía el proyecto de fundar poblaciones a orillas de los dos océanos, bien en el eje Careta-golfo de San Miguel, bien en el que luego sería Nombre de Dios-Panamá, y construir unas naves para navegar doscientas o trescientas leguas por la Mar del Sur con objeto de encontrar las islas de la Especiería. De no hallar éstas, pensaba singlar hacia el sur para tratar de hallar un paso interoceánico en América, cosa que preocupaba al Rey. Eran grandes proyectos que lamentablemente no pudo acometer.


Pedrarias viajó a Careta, pero tuvo que regresar rápidamente a Santa María a causa de un cólico hepático. Allí encontró sesenta soldados de Cuba, que habían llegado a petición de Balboa. Acusó a éste de conspiración y rebelión frustrada y le metió en una jaula en el patio de su casa. Balboa estuvo allí dos meses, hasta que un día Pedrarias le abrió la jaula, le pidió perdón y le concedió la mano de su hija María. Balboa no lo pensó dos veces y aceptó los esponsales, lo que disgustó mucho a su amante Anayansi. La reconciliación tuvo otras dependencias, como construir una población en Careta (sería Acla), no emplear más de ochenta hombres en sus empresas y concluirlas en un plazo máximo de año y medio.


Balboa fundó Acla a fines de 1516, donde organizó la Compañía de la Mar del Sur, con aportaciones de accionistas de Santa María. Luego mandó construir las piezas necesarias para ensamblar varios bergantines que pensaba botar en el Pacífico (se decía que la broma no atacaba la madera de aquel lugar, lo que resultó falso). En 1517 envió a Francisco de Compañón a la costa pacífica, para que escogiera el lugar apropiado para el astillero. En agosto de 1517 comenzó a trasladar las piezas de los bergantines, así como las jarcias, brea, velas, anclas, etc. El propio Balboa cargó con tablones. El astillero se montó junto al río de las Balsas (posiblemente el Chucunaque, cerca de la actual Yavisa).


Los españoles trabajaron en cuadrillas que se ocupaban de talar árboles, construir las naves, recoger víveres y en abrir un buen camino a Acla. Cuando estaba todo listo para la botadura sobrevino una riada del Chucunaque que arrastró el astillero al mar. Balboa, apesadumbrado, hizo reunir el Consejo de la Compañía para decidir qué hacer. Se acordó seguir adelante. El adelantado botó los bergantines, pero se hundieron de inmediato a causa de la broma.


Pidió a su suegro otro plazo y dinero y volvió a empezar con unos préstamos. Balboa reflotó los bergantines, les tapó las vías de agua y se embarcó en ellos hasta llegar a una de las islas de las Perlas; la Isla Rica o Isla del Rey (antigua Terarequí), que había sido esquilmada por Morales, un lugarteniente de Pedrarias. No se desanimó por ello, sin embargo. Construyó otras dos naves y navegó hacia el sur (la ruta al Perú), hasta alcanzar un puerto que llamó Puerto Peñas (creyó que estaba lleno de arrecifes, pero eran ballenas en realidad), el mismo lugar que luego Pizarro bautizó como Puerto Piñas (actual Jaqué).


Desde allí regresó a Chochama y al golfo de San Miguel. Envió entonces a Valderrábano a Santa María para que insistiese ante Pedrarias en la solicitud de una prórroga. En vez de ésta, le llegó la noticia de que el Rey había sustituido a Pedrarias por un nuevo gobernador llamado Lope de Sosa, que estaba próximo a llegar. Surgió entonces la “traición” de Balboa, que le costó la vida.


No se conoce bien cuál fue el delito de la “traición”. En versión de Fernández de Oviedo, que vio el expediente, consistió en que Balboa se precipitó ante la noticia de la llegada del nuevo gobernador, pensando que éste le iba a prohibir realizar descubrimientos en la Mar del Sur, y decidió fundar una población en la costa del Pacifico, exactamente en Chepavare, en el camino de Chepo a Panamá, para salir desde allí al océano con dirección sur, donde los indios decían que había muchas riquezas (el Perú). Balboa creía, al parecer, que si continuaba Pedrarias como gobernador podría realizar su navegación, en lo que se confundió.


Envió a Santa María a sus fieles Valderrábano, Garavito, Muñoz, el archidiácono Pérez y Luis Botello. El último de éstos debía anticiparse y llegar a Acla para saber si había arribado Sosa. Tuvo la mala fortuna de ser detenido por un centinela y conducido a presencia de Francisco Benítez, enemigo de Balboa, que le hizo confesar todo el plan, comunicado de inmediato a Pedrarias. Todos sus compañeros fueron detenidos al llegar a Santa María. Pedrarias ordenó al tesorero Puente que levantara una acusación formal contra Balboa.


Luego se trasladó a Acla, desde donde escribió una carta muy cariñosa a su yerno, rogándole que se presentara en dicha población para tratar de los asuntos de la expedición que deseaba realizar. Balboa no receló nada. Al entrar en Acla fue apresado y acusado del delito de traición. Se le tuvo preso en la casa de Juan de Castañeda, adonde fue a visitarle Pedrarias para decirle que no se preocupara, porque había sido detenido por algunas acusaciones seguramente infundadas. En una segunda visita cambió de tono y le acusó de haber traicionado al Rey y a él.


Mandó ponerle guardias y trasladarlo a la cárcel común. En el proceso testimoniaron todos los enemigos de Balboa y hasta su amigo Garavito, que estaba enamorado de Anayansi y había sido rechazado por ésta. Pedrarias añadió al expediente su pesquisa secreta e infinidad de acusaciones, como haberle dado informes falsos sobre los indios para que fracasara en sus entradas, haber maltratado a los indios contra sus instrucciones, haber actuado malintencionadamente contra Ojeda y Nicuesa y, sobre todo, haber urdido un plan para proclamarse independiente en la Mar del Sur. Pedrarias negó la apelación y le condenó a muerte.


Se levantó un cadalso en la plaza mayor de Acla, donde se cumplió la sentencia un día desconocido de la semana del 13 al 21 de enero de 1519. Se ajustició a Balboa, Fernando de Arguello, Luis Botello, Hernández Muñoz y Andrés Valderrábano. Antes de que le cortaran la cabeza, Balboa tomó la palabra y dijo a los presentes que todo era una falsedad y que jamás había traicionado al Rey. Las cabezas de los sentenciados cayeron sobre una artesa vieja. Fernández de Oviedo, testigo del suceso, afirma que “E desde una casa que estaba diez o doce pasos de donde los degollaban (como carneros, uno a par de otro) estaba Pedrarias mirándolos por entre las cañas de la pared de una casa o bohío”.


Lamentablemente no existen obras, ni tampoco ninguna colección de los documentos que hizo Balboa, salvo los publicados por Altolaguirre como apéndice a su conocida biografía de este personaje, muchos de los cuales proceden de testimonios recogidos por Fernández de Oviedo. El padre Las Casas buscó informaciones para tratar la figura de Balboa, pero no aportó documentación. Tampoco ofreció ninguno Anglería, que se limitó a recoger datos sobre el descubridor del Mar del Sur, fiel a su forma de trabajar.


De estos tres cronistas, el más valioso es el primero, que coincidió once meses en el Darién con Balboa (luego volvió) y le conoció personalmente, pero fue un historiador muy poco proclive a Pedrarias Dávila, con quien tuvo algunos diferendos. El padre Las Casas no perdonó a Balboa su trato con los indios, especialmente los aperramientos y quema de homosexuales. Otro cronista interesante fue Andagoya, pero lo difuminó todo en beneficio de enaltecer su propia figura como precursor del descubrimiento del Perú.


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