Freud recomendó radiar intensamente los ovarios de la madre de Felipe de Edimburgo, esposo de Isabel II de Inglaterra. Es una de las penurias que sufrió Alicia de Battenberg, una princesa que padecía sordera y que fue monja y heroína. Un investigador acaba de analizar su historial psiquiátrico.
Los turcos ganan la guerra. Un grupo de oficiales toma el poder y exige la abdicación de Constantino I de Grecia. Al príncipe Andrés -hermano del rey- lo detienen, juzgan y condenan al destierro. Debe escapar con urgencia al exilio con su mujer, la princesa Alicia, y sus cinco hijos. Salen en su auxilio la Marina británica -que pone a su disposición el crucero HMS Calypso- y Marie Bonaparte -casada con Jorge, hermano de Andrés y dueña de una finca cerca de París-, que les ofrece cobijo. La familia sale a toda prisa: al pequeño Felipe, de 18 meses, lo transportan en una caja de naranjas como cuna improvisada y se embarcan hacia el exilio.
En Francia, Alicia de Battenberg se dedica a obras de caridad, atiende una tienda benéfica y se ocupa de sus hijos: Margarita, Teodora, Cecilia, Sofía y el pequeño Felipe, quien más tarde se convertiría en Felipe de Edimburgo, consorte de la reina Isabel II de Inglaterra.
Los días del exilio en Francia fueron cruciales en la vida de la suegra de la reina de Inglaterra. A partir de allí se torció su destino para siempre, quedó separada de su familia y sufrió una cadena de calamidades que, cuando se conocen ahora, ponen los pelos de punta.
Tirada en el suelo
Todo comenzó con su interés por la espiritualidad y la admiración que sentía hacia su tía Ella. Alicia de Battenberg tenía sangre azul por los cuatro costados: era una princesa británica (bisnieta de la reina Victoria de Inglaterra); su padre era Luis de Battenberg; su madre, Victoria de Hesse; y estaba emparentada también con el zar de Rusia. Su querida tía Ella era Elizabeth Feodorovna, hermana de la zarina Alejandra, mujer de Nicolás II.
Alicia pasaba horas rezando en el suelo y decía que le hablaba “su marido, Jesucristo”. Creyeron que era un trastorno premenopáusico
Alicia admiraba a su tía Ella por su profunda religiosidad: había fundado un convento ortodoxo en Moscú y fue asesinada por los bolcheviques en 1918. En Francia, Alicia se obsesiona con la fe, se convierte a la religión ortodoxa y pasa muchas horas absorta en sus rezos. Su familia empieza a preocuparse cuando ven que Alicia está horas en el suelo rezando. Cuando cuenta que está recibiendo mensajes directos de Jesucristo y que incluso se ha convertido en su esposa, se alarman.
Llaman a su ginecólogo griego, el doctor Louros, por si se tratara de trastornos provocados por la premenopausia: Alicia tiene 44 años. Louros fue el primero en diagnosticar a Alicia de psicosis. Marie Bonaparte, amiga de Sigmund Freud y psicoanalista ella misma, pide ayuda a Freud y este recomienda el traslado de Alicia a la clínica Schloss Tegel en Berlín. A Alicia la engañan para que acceda a ingresar en el sanatorio. El doctor Louros -hombre de su total confianza- le susurró al oído «el señor Jesucristo, vuestro marido, recomienda que pases una temporada allí».
La ingresaron sedada sin su consentimiento. Se escapó varias veces, pero la pillaron. Pasó dos años y medio en una clínica suiza
Alicia ingresó en aquel centro psiquiátrico puntero regentado por Ernst Simmel, uno de los creadores del concepto de neurosis de guerra y buen colega de Freud. Allí le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Simmel consultó a Freud sobre el caso de Alicia de Battenberg y fue él quien aconsejó que sometieran sus ovarios a una intensa radiación con rayos X.
Ahora es una barbaridad, una tortura innecesaria, pero entonces no se veía así. A Alicia de Battenberg la ‘castraron’ para ‘rejuvenecerla’, para que recobrara el ánimo y las fuerzas y desaparecieran sus delirios. Eso sostiene Dany Nobus, profesor de Psicología Psicoanalítica en la Universidad de Brunel de Londres en su artículo La locura de la princesa Alicia; Sigmund Freud, Ernst Simmel y Alicia de Battenberg en Kurhaus Schloss Tegel, donde analiza la historia clínica de la princesa.
La esterilización que realizaron a Alicia de Battenberg la ideó el fisiólogo vienés Eugen Steinach, un hombre de gran prestigio en su época, mucho más famoso entonces que Freud. Al principio fue una técnica meramente masculina: se trataba de una vasoligadura de los conductos deferentes, precursora de la vasectomía. Steinach era un estudioso de los procesos biológicos del desarrollo sexual. En 1912 informó de que las ligaduras de los conductos deferentes realizadas a ratas ancianas provocaban la destrucción de las células germinales de los testículos y provocaban la proliferación de hormonas. En pocas semanas, las ratas que estaban aletargadas, delgadas y casi sin vida se volvieron activas, aumentaron de peso y recuperaron el interés sexual. Habían rejuvenecido.
El procedimiento se hizo muy popular como un exitoso método de rejuvenecimiento. Muchos se sometieron a él; entre otros, el poeta William Butler Yeats y el mismísimo Sigmund Freud. Estaban convencidos de que era una técnica curativa y rejuvenecedora. Yeats se esterilizó a los 69 años y confesó que la experiencia había tenido en él efectos positivos: estimuló su creatividad y su deseo sexual. Freud se sometió a esta intervención a los 67 años: tenía cáncer de boca y esperaba que la esterilización frenara su enfermedad, cosa que no sucedió.
La prueba de Steinach en el caso de las mujeres se realizaba mediante la exposición de los ovarios a rayos X de alta intensidad. Steinach no era un chiflado, sino un prestigioso investigador que fue nominado en seis ocasiones al Premio Nobel de Fisiología, entre 1921 y 1938. A Alicia de Battenberg la esterilizaron con buenas intenciones, pero para ella resultó fatal: le provocó una menopausia temprana y fue un tormento inútil. Según Dany Nobus, Freud -que nunca trató en persona a la princesa ni supervisó su intervención- recomendó esa terapia porque «Freud no creía que los pacientes psicóticos pudieran ser tratados psicoanalíticamente». Y le interesaban mucho los efectos de las intervenciones biológicas sobre la mente. En el caso de Alicia, además, la terapia mediante psicoanálisis era complicada, pues era sorda de nacimiento, aunque, aun así, logró leer los labios en cuatro idiomas.
Por Europa sin rumbo
La esterilización no sanó a la princesa. Al contrario, Alicia estaba alicaída y débil. Cuenta Nobus que ayunaba «como penitencia a sus graves pecados». Pobre Alicia. Su madre y su marido decidieron su ingreso en el sanatorio Bellevue en Kreuzlingen (Suiza). Para trasladarla, la sedaron sin su consentimiento. Se escapó varias veces, en una de ellas casi lo logra, pero la atraparon en la estación de tren. Tras pasar dos años y medio interna allí, finalmente su madre dio permiso para que saliera.
Alicia se fue al norte de Italia. Luego viajó. Pasó parte de la década de los años 1930 como viajera sin rumbo fijo. Recorrió Europa sin que su familia supiera dónde estaba. Sus hijas se habían casado con nobles alemanes, su hijo Felipe estudiaba interno en Escocia y era tutelado por su tío Luis Mountbatten (anglificación del apellido Battenberg) y su marido disfrutaba con su amante en Montecarlo.
En 1937, la familia se reunió debido a una tragedia: Cecilia, una de las hijas de Alicia, murió junto con su marido y sus hijos en un accidente de avión. Tras su funeral, Alicia de Battenberg regresó a Atenas. Allí se hizo monja y fundó su propia orden: la Hermandad Cristina de Marta y María, dedicada a ayudar a los más necesitados. Alicia fue vendiendo sus joyas para sufragar los gastos.
“La princesa Alicia padeció un colapso mental, pero no estoy seguro de que fuera psicótica”, dice el investigador Dany Nobus
¿Estaba loca? «Lo que está claro es que no encajaba en su entorno. Y tampoco hay dudas de que padeció un colapso mental. Pero no estoy convencido de que fuera psicótica», dice Dany Nubos. En su opinión, en el colapso de Alicia tuvo que ver su madre, quien intervino quizá demasiado en la vida de Alicia. Cuenta Nubos que poco antes de que la internaran en Berlín -en 1930- Alicia mantenía una relación amorosa con un inglés con el que compartió encendida correspondencia erótica. Estaba muy enamorada. Parece que su madre lo descubrió e intervino. «El colapso pudo ser una reacción contra la figura abrumadora de la madre que la gobernaba constantemente», opina Dany Nubos. El convertirse en monja fue una escapatoria práctica -cree este investigador- porque de ese modo «podía ser la esposa de Cristo sin que la llamaran loca».
La Segunda Guerra Mundial la vivió la princesa Alicia en Atenas. Escondió en su casa a la viuda judía Rachel Cohen y a dos de sus hijos: su marido, Haimaki Cohen, había ayudado a su suegro, Jorge I de Grecia, y Alicia correspondió jugándose la vida al refugiar a los Cohen. Cuando la Gestapo hacía preguntas, Alicia se excusaba de todo amparándose en su sordera. También le resultó de mucha ayuda conocer perfectamente el alemán y tener yernos nazis.
Luego llegó la guerra civil y Alicia continuó con sus labores caritativas, a pesar de los tiros en las calles. Se dice que, cuando la alertaban del peligro, respondía: «Creo que uno no oye el tiro que le mata y en cualquier caso soy sorda. Entonces, ¿por qué preocuparse por eso?».
Su situación se hizo más difícil con el golpe de Estado de los Coroneles de 1967. Entonces accedió a mudarse a casa de su hijo: el palacio de Buckhingham. Resultaba chocante ver en palacio a aquella monja que fumaba sin parar cigarrillos baratos y muy fuertes.
En 1969, en Buckhingham, murió esta princesa que también había nacido en un palacio, en el de Windsor, en 1885. Alicia murió sin pertenencias: lo había donado todo. Pidió ser enterrada con su querida tía Ella (santificada por la Iglesia ortodoxa) en Jerusalén, en el monasterio de Santa María Magdalena, en el monte de los Olivos. En 1994, Israel la nombró Justa entre las Naciones por haber protegido a judíos. Su hijo Felipe viajó a agradecer el reconocimiento. Y la ensalzó en su discurso. Pero no habla apenas de ella. Fue una madre poco común.
Me encanto este articulo nos permite tener una visión mas amplia del ayer, para asi poder comprender un poco mas el presente