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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

Isabel I la Católica, Reina de castilla

La princesa Isabel no estaba destinada a ser reina, pero la muerte de su hermano Enrique IV la llevó al trono de Castilla. Isabel ejerció el poder por sí misma y llevó al reino a la cúspide de su prestigio

Hija de Isabel de Portugal y Juan II de Castilla, Isabel nació en 1451. A pesar de que su destino no era ocupar el trono –tenía un hermano mayor por parte de padre, Enrique, que heredaría el trono castellano–, pero tras su matrimonio con Fernando de Aragón se proclamó reina de Castilla.

No estaba destinada a ocupar el trono, pero su determinación le permitió conquistarlo. Ya dueña de la corona, ejerció por sí misma el poder y llevó al reino de Castilla a la cúspide de su prestigio. Cuando nació su hija, Isabel, el rey Juan II de Castilla ya tenía un hijo varón de veinte años, Enrique (apodado más tarde el Impotente), nacido de su primer matrimonio con María de Aragón, y sería él quien, tras años más tarde, en 1454, le sucedería en el trono.


Cuando esto ocurrió, la princesa Isabel fue enviada junto a su madre, Isabel de Portugal, a Arévalo, lejos de la corte y cerca de Medina del Campo, a cuyo castillo de la Mota se sentiría siempre estrechamente vinculada. Pese a esta aparente marginación, Isabel recibió una esmerada educación de acuerdo con lo que se esperaba que aprendiera una princesa del momento.


Madrigal de las Altas Torres, localidad de Ávila donde nació Isabel en 1451. En la iglesia de de San Nicolás de Bari se casaron los padres de Isabel y aquí mismo fue bautizada. Más tarde, fue enviada a Arévalo junto a su madre, lejos de la corte y cerca de Medina del Campo. Isabel recibió una esmerada educación de acuerdo con lo que se esperaba que aprendiera una princesa del momento.

Desde pequeña vivió rodeada por un excelente grupo de damas de compañía y tutores, designados directamente por su padre antes de morir, entre los que se encontraban algunas de las figuras que con el tiempo estarían llamadas a desempeñar una importante función en su vida y su reinado, como Lope de Barrientos, Gonzalo de Illescas, Juan de Padilla, Gutierre de Cárdenas y fray Martín de Córdoba. De ellos recibió una formación humanística basada en la gramática, la retórica, la pintura, la filosofía y la historia. Nadie supo a ciencia cierta los motivos por los que su hermanastro, que nunca se había preocupado demasiado por ella, decidió llamarla junto a él en 1462, poco antes del nacimiento de su hija Juana, con quien estuvo enfrentada.

Recibió una formación humanística basada en la gramática, la retórica, la pintura, la filosofía y la historia

La princesa contaba entonces diez años. ¿Pensó quizá que era preferible tenerla cerca y bien controlada? La inestabilidad política en Castilla crecía por momentos debido a las desavenencias entre el monarca y algunos magnates del reino, capitaneados por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo. Las tensiones llegaron a su punto extremo en 1465, cuando los nobles impusieron al rey un humillante conjunto de medidas que limitaban su poder. Una de las exigencias que Enrique IV debió aceptar fue que la princesa Isabel se alejara de la corte y tuviera casa propia en el Alcázar de Segovia. Tan sólo tres años después, el propio Enrique aceptó un pacto -materializado en una venta cercana a los Toros de Guisando, cerca de Ávila- por el que, a cambio de que sus adversarios aceptaran su continuidad en el trono, reconocía a Isabel como legítima sucesora en la corona de Castilla.


Imagen de la boda de los Reyes Católicos. Isabel tomó como pretendiente matrimonial al candidato aragonés, Fernando, hijo y heredero, como ella, de otro Juan II. Todo se llevó en el más absoluto secreto. Puesto que eran primos segundos, necesitaron un permiso especial del Papa.

Aconsejada por el arzobispo Alfonso Carrillo, Isabel tomó como pretendiente matrimonial al candidato aragonés, Fernando, hijo y heredero, como ella, de otro Juan II. Todo se llevó en el más absoluto secreto. El 5 de septiembre de 1469, Fernando partió de Zaragoza disfrazado de criado y acompañado por tan sólo seis personas. Cuatro días después tenía lugar la ceremonia nupcial, que incluyó la bendición también en el sentido político, del arzobispo Carrillo. Al día siguiente, como era preceptivo, el matrimonio fue debidamente consumado en la cámara nupcial ante un selecto grupo de testigos.


En la imagen, Juana la Loca, hija de los Reyes Católicos y reina de Castilla. Como su madre, Juana tampoco estaba destinada a reinar. Sin embargo, tras la muerte de los herederos legítimos de la corona, se convirtió en la reina de Castilla y Aragóns. Se le atribuyó una enfermedad mental que, bajo el punto de vista de algunos historiadores, responde a una conspiración de sus parientes para arrebatarle el trono.

Los cronistas oficiales presentaron su encuentro como un amor a primera vista. Pero, por supuesto, Fernando tenía tantos intereses políticos en ese matrimonio como los que pudiera tener su esposa. Una fría mañana del 12 de diciembre de 1474 llegó al Alcázar de Segovia, donde habitaba la pareja, la noticia de que Enrique había muerto. Al día siguiente, Isabel I se autoproclamó con toda solemnidad reina de Castilla y envió cartas a las principales ciudades del reino exigiéndoles obediencia. Pero el camino distaba mucho de quedar expedito.


La demencia de Isabel de Portugal. Museo San Carlos, México. Óleo por Pelegri Clave Roque, año 1855. En la imagen se puede ver a Isabel junto a su madre quien, a raíz de la muerte de su marido Juan II de Castilla en 1454, sufrió una enajenación mental. Tras este episodio de locura, Isabel de Portugal fue confinada en el castillo de Arévalo junto con sus hijos, donde murió en 1496.

A las pocas semanas, su sobrina Juana hacía lo mismo, Y no sólo eso: negociaba con su tío, el belicoso rey Alfonso de Portugal, un contrato matrimonial que permitiera unir las fuerzas de ambos reinos con el objetivo de defender sus derechos. Comenzaba así una sangrienta guerra por el trono castellano que no finalizaría hasta septiembre de 1479, con los tratados de Alcáçovas y Moura. La victoriosa Isabel I exigió que su sobrina renunciara al matrimonio con Alfonso y entrara como monja en el convento de las clarisas de Coimbra. Con ello, la reina pretendía garantizar a cualquier precio que su rival no tuviera descendencia.


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