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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

Constantin Brancusi

Rumanía 1876–1957


Considerado como uno de los grandes escultores del siglo XX (quizás el más famoso, desde luego el más caro), la influencia de su obra es inabarcable. Perteneció a esos primeros vanguardistas arriesgados y originales que asentaron las bases del arte moderno. Esos que deambulaban por el París de principios de siglo. Con ellos, admiradores de la riqueza del arte primitivo (paleolítico en caso de Brancusi) y creadores de un nuevo lenguaje sin precedentes, allanaría el terreno para la posterior escultura, pintura y diseño industrial.


Constantin Brancusi vivió una infancia llena de trabajos en el campo, de agricultor a ganadero. Después empleado en una tintorería, una droguería y finalmente en una posada, donde tendría su gran golpe de suerte. Durante una discusión, alguien lo desafió a fabricar un violín y el joven, bendecido con un don en sus manos, convirtió una caja de naranjas en uno. Un gitano sacó música de él y Brancusi se ganaría la simpatía de uno de sus clientes, muy acaudalado que pagó sus estudios. Apenas sabía leer ni escribir.

4 años después, Brancusi sabía que su destino era ser escultor. De Bucarest viajó a París en 1904 e inició su carrera. Primero como lavaplatos, después bajo el ala de Rodin y finalmente desarrollando su propio estilo junto a Modigliani, Picasso, Duchamp y compañía.


Inspirándose en el arte primitivo africano, y sobre todo en el arte prehistórico

mediterráneo y balcánico, Brancusi fue simplificando las formas hasta volverlas tan geométricas que no podían ser otra cosa que abstracción, aún dejando ciertos rastros de figuración. Formas puras y elementales que rozan lo espiritual. Esculturas cargadas de ancestrales simbolismos (el pájaro, el cilindro alargado, el huevo…) que con un trabajado pulido del material se convirtieron en símbolos por sí mismas.


Su «militancia» en el arte moderno dio lugar a uno de los primeras anécdotas de la historia sobre este concepto, que como sabemos fueron muchas y tan divertidas como delirantes y ridículas. En 1926 las aduanas estadounidenses consideraron que su «Pájaro en el espacio» no era una obra de arte sino un extraño objeto manufacturado en el extranjero a saber para que motivos y por tanto sujeto al pago de una tasa. Tras 4 años de juicios la sentencia dictaminó que efectivamente se trataba de una obra de arte y Brancusi quedó exento de pagar, algo que, según dicen, no divirtió demasiado al escultor, que era un hombre arisco, excesivamente antisocial y convencido misántropo.

…hay imbéciles que dicen que mi obra es abstracta; eso que ellos llaman abstracto es lo más realista, porque lo que es real no es el exterior sino la idea, la esencia de las cosas.
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