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Foto del escritorAndrés Cifuentes

Una pintora en la corte de Felipe II: Sofonisba Anguissola


Sofonisba Anguissola, Autorretrato

Sofonisba Anguissola es la única mujer que tiene obra pictórica (tres cuadros) expuesta en las galerías del Museo del Prado.


Sofonisba Anguissola nació en Cremona, Italia, en 1530, en una familia noble y culta, en la que se otorgaba una gran importancia a la formación humanista y artística, y en la que las seis hermanas y el hermano recibieron una profunda formación. De hecho, otra de sus hermanas, Lucía, también destacó en la pintura, aunque falleció prematuramente.


El interés del padre de Sofonisba en la formación pictórica de su hija permitió a esta entrar en contacto con los mejores maestros de Cremona, los pintores Campi y Gatti, y más tarde, cuando contaba con 20 años, le permitió trasladarse a Roma y entrar allí en contacto con Miguel Ángel Buonarotti, quien accedió a intercambiar con ella dibujos y consejos durante un período de dos años.


Hay que tener en cuenta la dificultad que entrañaba en aquella época para una mujer acceder a una formación pictórica, ya que el aprendizaje de la pintura se realizaba entrando a formar parte del taller de un maestro, en el que conviviendo con él y otros aprendices se aprendían, trabajando, las diferentes técnicas pictóricas y los secretos de la fabricación de pigmentos, el uso de aceites, la elección de lienzos.


Pongámonos en situación, en el siglo XVI no se permitía a las mujeres convivir y formar parte de un taller de hombres. Tampoco se permitía que las mujeres pintasen a modelos, menos si estaban desnudos, se las privaba del estudio de la anatomía y de la posibilidad de permanecer largo tiempo a solas con extraños. De ahí que, generalmente, las obras pictóricas realizadas por mujeres de las que tenemos noticia se centraran en pintar autorretratos, retratos de familiares o naturalezas muertas.


Sofonisba Anguisola retratada por Van Dick

Sofonisba no fue una excepción, abundan en su obra de juventud los autorretratos y las escenas familiares, pero en su caso, la fortuna hizo que, cuando, gracias al apoyo de su padre, se trasladó a vivir a Milán, con 27 años, su destreza llegara a oídos del Duque de Alba quien se interesó por su obra hasta el punto de encargarle un retrato.


Le gustó tanto aquel retrato y quedó tan impresionado por la exquisita formación humanista de Sofonisba que le recomendó a Felipe II que hiciera lo posible por incorporarla a la corte española. Y la recomendación no tardó en ser atendida por Isabel de Valois, la mujer que se iba a convertir en la tercera esposa del rey de España, que la invitó a ser su dama de compañía y pintora de la corte.


Sofonisba aceptó la invitación y ese mismo año se traslada a España, con una importante dote anual asignada por la corte de España y otra importante renta asignada por su padre. Llegó a España antes de que Felipe II e Isabel de Valois contrajeran matrimonio y permaneció en España veinte años, hasta dos años después de la muerte de la reina. Durante estos años destacó entre los artistas del momento, colaborando e intercambiando conocimientos con algunos de ellos, como Sánchez Coello, y realizó gran número de retratos a la familia real, entre los que destacan los retratos de Felipe II y de Isabel de Valois, ambos atribuidos hasta 1990 a Sánchez Coello, y que son dos de los que podemos ver en las paredes del Museo del Prado. Lamentablemente gran parte de la obra pictórica de Sofonisba realizada durante su estancia en la corte española ardió en el incendio del Alcázar de Madrid.


Apunte de un cuaderno de Van Dick con un esbozo del retrato anterior

A la muerte de Isabel de Valois, Sofonisba fue nombrada institutriz de las dos infantas, labor que ejerció durante unos dos años, hasta que, en prueba de aprecio, Felipe II le concertó un ventajoso matrimonio para una mujer de 47 años, con el hermano del virrey de Sicilia, para que acabara sus días en buena posición. Sofonisba, en plena madurez, se traslada a vivir a Palermo, donde vive uno de los más productivos períodos artísticos de su vida, y podemos adivinar que de los más serenos, ya que es precisamente a Palermo a dónde se trasladó a morir muchos años después. Pero a los nueve años de su matrimonio su esposo muere asesinado por unos piratas. Es entonces cuando se traslada de nuevo a su ciudad natal, Cremona.


Aquella mujer de 56 años, una vieja en el criterio de la época, en su viaje en barco, conoce a un joven capitán genovés, al que dobla en edad, Orazio Armellino, con el que se casa en 1580, trasladándose a vivir a Génova, donde con el fervoroso apoyo de su marido se instaló en un gran estudio en el que dedicaba su tiempo a pintar y dibujar, y era visitada por numerosos artistas jóvenes de la época, admiradores de su estilo. Allí fue visitada también por las infantas de España hijas de Isabel de Valois y Felipe II, quienes nunca la olvidaron.

También falleció pronto su segundo marido, y ella permaneció en Génova, donde gracias a su buena económica pudo seguir pintando. Al final de su vida se trasladó a morir a Palermo, aquella tierra donde había experimentado tanta serenidad en contacto con la naturaleza y lejos de la Corte.


Fue allí donde recibió la visita del joven pintor flamenco Antonio Van Dick, gran admirador de su obra, que la retrató en su cuaderno de viaje, anotando que su edad era de 96 años y esta observación:

“Aunque su vista está debilitada, se mantiene aún muy alerta, realmente.”

Sofonisba Anguissola murió en Palermo.


En su obra destaca, sobre todo, la falta de rigidez, la mirada directa de la persona retratada que no se presenta como objeto o como idealización, sino como persona, el

tratamiento de luces y sombras, la mujer como persona, como artista, como igual con alta capacidad intelectual que juega al ajedrez, que toca el piano o la spinetta, que lee y escribe.

Y aunque como ya he dicho parte de su obra realizada en España ardió en el incendio del Alcazar de Madrid, afortunadamente su vida fue larga y nunca dejó de pintar, y cada vez más estudiosas y estudiosos se afanan en desentrañar las falsas atribuciones de sus pinturas que se han atribuido durante siglos a pintores como Sánchez Coello, a Tiziano, a Zurbarán e incluso a El Greco, nada menos, lo que nos da una idea de la gran calidad de sus trabajos.


Al Greco se atribuyó hasta no hace mucho uno de sus retratos expuestos en la Pollock House de Glasgow, “La dama de armiño”, considerada una de las obras cumbre del retrato cortesano no convencional, retrato de la infanta Catalina Micaela realizado entre 1590 y 1595.

Ana Cendrero Álvarez, marzo de 2014


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