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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

Prolegómenos de la guerra napoleónica

El emperador francés más famoso de todos los tiempos basaba su estrategia en una planificación perfecta.


Para Napoleón, la unidad de mando era “la primera necesidad de una guerra”, una premisa que en realidad se consigue cuando se reúnen en un solo hombre la dirección política y la militar. Así, el Emperador escribió: “En las operaciones militares sólo me consulto a mí mismo, en las diplomáticas, a todo el mundo”.

Su segunda premisa era referente al generalato y las tropas. De sus mandos esperaba básicamente resolución: “Un ejército de leones mandado por un ciervo, dejará de ser un ejército de leones”.

De las tropas, el Emperador confiaba en que estuvieran dispuestas siempre a sacrificar sus vidas por una causa que, la mayoría de las veces, no comprendían: “Los hombres que valoran más sus vidas que la gloria y la estima de sus camaradas no debieran ser miembros del ejército francés”.

Consciente de que el valor no puede comprarse, recurrió a estimular su vanidad y credulidad, buscando el contacto personal entre oficiales y soldados y preocupándose por la salud, el bienestar y las necesidades físicas y morales de sus hombres: ”Es preferible entablar una sangrienta batalla a instalar a las tropas en un lugar insalubre”.

Una característica de sus campañas fue el éxito en la planificación, algo que consideraba una obra de arte. Este hecho, derivado directamente de su condición de autócrata, se manifestaba a veces tan brillantemente que sus generales eran incapaces de comprenderle. No obstante, al aumentar la complejidad de los problemas por la prolongación de la guerra, en muchas ocasiones sus maniobras fracasaron por la incapacidad de sus mariscales para asimilar y adaptar sus decisiones a las circunstancias de la batalla.

Aunque confió siempre en el valor de la ofensiva, no fue sin embargo un general temerario: “Una vez decidida la invasión de un país, no debe existir temor por la batalla, debiendo buscarse en todas partes el combate con el enemigo”.


Sistematizó la persecución, aun a pesar de que en contadas ocasiones alcanzaron las suyas el éxito completo. Otras características de sus batallas fueron la movilidad, “el movimiento es el alma de la guerra” ; la sorpresa, casi siempre de orden estratégico y no táctico; y la concentración de las fuerzas, reduciendo para ello las operaciones secundarias.


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