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Foto del escritorAndrés Cifuentes

La Guerra de Troya


Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas. Así comienza la que sin duda ha sido la mayor epopeya jamás narrada. Con la Ilíada nace la literatura y con Homero la cultura occidental. Pocas obras han logrado sustraerse al embrujo de los avatares de Héctor y Aquiles y todavía hoy, miles de años después de que griegos y troyanos se enfrentasen en las orillas del Egeo, conservamos expresiones que aluden, de un modo u otro, a lo allí sucedido (“caballo de Troya” o “talón de Aquiles”).


De la Guerra de Troya apenas sabemos, con certeza, algún dato fiable. Casi todo está impregnado de conjeturas o suposiciones y hasta la misma existencia del conflicto ha sido cuestionada. Dónde, cuándo, sus causas, quiénes participaron y muchos otros interrogantes han sido pormenorizadamente estudiados por cientos o miles de investigadores a lo largo de la historia, aunque será a partir del siglo XIX cuando comiencen a juntarse las piezas del puzzle que las fuentes y los restos arqueológicos habían ido creando. El descubrimiento de la legendaria ciudad permitió dar forma a los diversos relatos y arrojar cierta luz sobre lo sucedido ante sus murallas. Aunque todavía hoy siguen siendo más las preguntas que las certezas.


El profesor Eric H. Cline en su obra La Guerra de Troya* trata de poner al día “todos los aspectos sobre la Guerra de Troya, incluidos los nuevos y más recientes exámenes e interpretaciones de este tema”. Cline aborda desde los relatos míticos que aluden por primera vez a la contienda hasta el descubrimiento y las excavaciones de Troya/Hisarlik en la costa occidental de la actual Turquía. Es un trabajo breve -apenas ciento cincuenta páginas-, que ilustra de forma didáctica e interesante las principales teorías e investigaciones sobre la Guerra de Troya, intentando, al mismo tiempo, separar lo mítico de lo real, lo legendario de lo histórico.

El libro está dividido en tres partes. La primera (“La Guerra de Troya) analiza la contienda desde un punto de vista histórico, intentando situarla cronológicamente y en el marco de las civilizaciones (micénica, hitita, troyana y pueblos del mar) que poblaban el Mediterráneo oriental en la Edad de Bronce Reciente.


Aunque existe la creencia generalizada de que sólo la Odisea o la Ilíada abordan la Guerra de Troya, lo cierto es que para conocer su historia completa debemos acudir (y así lo hace Cline) a doce narraciones épicas conocidas como el Ciclo Troyano escritas en diferentes momentos, de las que nos han llegado fragmentos sueltos y que fueron recopiladas por Proclo (no está claro quién fue realmente) en el siglo II d.C. o en el V d.C. Y es que a veces olvidamos que la Ilíada tan solo relata los cincuenta últimos días de una guerra que “duró” diez años y, según parece, no hubo una, sino varias guerras de Troya.


La segunda parte del libro (“Investigaciones de las pruebas literarias”) busca, por un lado, responder a preguntas tales como ¿existió en realidad Homero?; ¿son creíbles los acontecimientos y el argumento de la Ilíada y el Ciclo Troyano?” o ¿la Grecia o Troya descrita por Homero corresponde a la Edad de Bronce o la Edad de Hierro? Según explica el profesor Eric H. Cline, “[…] En conjunto, la Ilíada parece ser una recopilación de detalles y datos que abarcan todo el tiempo transcurrido entre la Edad de Bronce y la Edad de Hierro”. Por otro lado, el autor indaga en diversas fuentes literarias en las que aparece reflejada la ciudad de Troya (aunque no tienen por qué denominarla con ese mismo nombre). Destacan las tablillas hititas que hacen alusión a la ciudad (o región) de Wilusa. Hoy existe un cierto consenso (y así lo manifiesta Cline) al identificar a Wilusa con Troya e incluso disponemos de cartas y tratados que informan sobre algunas guerras que afrontó esta ciudad contra potencias extranjeras.


El último bloque de la obra está dedicado a las investigaciones arqueológicas en torno a lo que se consideran los restos de Troya. En este capítulo sobresale, sin duda alguna, la figura de Heinrich Schliemann, quien con sus virtudes y sus defectos (se le acusa de haber falsificado sus diarios de excavación y de actuar de forma, digamos, poco noble), logró a base de tesón y mucha suerte dar con la ciudad de Troya. El hallazgo, que Cline relata, es en sí mismo una aventura, aun cuando una vez descubierta, las rudimentarias técnicas aplicadas por Schliemann entorpecieron las excavaciones especializadas posteriores.

No existe una única Troya, pues se han encontrado restos de hasta nueve ciudades superpuestas, construidas una sobre otra, con subfases adicionales y remodelaciones pertenecientes a cada una de ellas. A medida que las excavaciones avanzaban (a cargo de Dörpfeld, Blegen o Korfmann) quedó claro que la Troya de Homero debía corresponder a uno de los estratos denominados Troya VI o Troya VII, fechados en torno a finales del II milenio a.C. Cline expone las distintas hipótesis planteadas por los arqueólogos para explicar la destrucción de la ciudad durante este período: unos mantienen que fue debida a una catástrofe natural (un terremoto), mientras que otros defienden la intervención del hombre (micénicos o pueblos del mar).


La obra concluye con un epílogo en el que el profesor Eric H. Cline condensa las principales ideas del libro y expone sus propias interpretaciones Las líneas que separan la realidad de la fantasía pueden resultar borrosas, en particular cuando Zeus, Hera y otros dioses se involucran en la guerra, y podríamos mostrarnos quisquillosos con algunos detalles, pero, en conjunto, Troya y la Guerra de Troya están justo donde deberían estar, en el noroeste de Anatolia, y firmemente instaladas en el mundo de la Edad de Bronce Reciente, tal como sabemos por la arqueología y las fuentes hititas, además de las pruebas literarias griegas procedentes tanto de Homero como del Ciclo Troyano”.


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