No fue un canalla, pero sí un hombre muy alejado del mensaje original de Cristo en su relato de humildad y austeridad. El hecho de que no fuera italiano le crearía muchos enemigos
La impunidad es tan perversa como la injusticia; a decir verdad, son las dos caras de una misma moneda.
Fueron los papas italianos, con el apoyo de los reyes franceses, los que dilataron la convocatoria del Concilio de Trento hasta 1545, dejando avanzar de forma irreversible el protestantismo en Europa. Los italianos no veían con buenos ojos que la Monarquía Española ocupara más de la mitad de la bota itálica y por ello se echaron en brazos de reyes galos, reyes estos, que llegarían hasta el punto de traicionar incluso a la cristiandad con vergonzosas alianzas con los turcos; pero quizás el detonante fue el del contradictorio Lutero cuando visitó Roma allá por los años 1510-1511 cuando era papa Julio II della Rovere volviendo estupefacto de su viaje. Roma, era un escándalo sinfín. Prostíbulos regidos por los purpurados líderes de la iglesia, pederastia regularizada, proles bastardas por aquí y por allá, timbas dirigidas por la Santa Sede, y un largo etc. de ignominias que dejarían atónito a aquel humilde profeta sin legado escrito llamado Jesús el Cristo.
En este punto, se hace necesario aclarar que ya fuera el Cristianismo, la Iglesia Ortodoxa, la Luterana, la Copta, Calvinista, Evangélica o la Anglicana, todas tienen su propio catálogo de horrores, corrupción y asesinatos en masa. Las religiones en su conjunto nacen y aportan en origen un corpus de normas para favorecer la convivencia, pero se desvían de su propósito cuando al ser impregnadas por la sombra del poder, sufren una degradación de la que el creyente de la índole que sea, no es consciente o acaba dándose cuenta generalmente tarde o con el rigor mortis merodeandolo. Todo el horror que sembraron Atila, Gengis Kahn, el nazismo o el comunismo, no han vertido tanta sangre en la historia de la Humanidad, como los siglos en los que las guerras de religión han apuntalado las vidas de millones de inocentes. Que se sepa, Cristo jamás hablo de repartir horror sino amor.
El Papa Borgia era amoral y de limitada ambición, además de crear una dinastía sin escrúpulos
El personaje del que hablaremos hoy, está sujeto a demoledoras críticas, abominables o exageradas quizás, en las que se le califica de envenenador e incestuoso, muchas de ellas discutidas amplia y vehementemente con resultados contradictorios según historiadores. 'Strictu sensu' no fue un canalla, pero si un hombre muy alejado del mensaje original de Cristo en su relato de humildad y austeridad más cercano a la pobreza o no tenencia voluntaria de acumulación de riqueza en pos de otras realizaciones más acordes con lo espiritual y muy alejadas de lo banal y mundanal. El hecho de que el Papa Borgia o Alejandro VI no fuera italiano, le crearía muchos enemigos que hicieron sangre en sus vicios, que los tenia, pero probablemente exagerando los mismos.
Cierto es que era amoral y de ilimitada ambición además del creador de una dinastía sin escrúpulos. Alejandro VI fue uno de los peores representantes de la Iglesia Católica y no el único. Doscientos mil ducados partieron de las mismísimas arcas del monarca galo con objeto de evitar la promoción del pretendiente español a la silla de Pedro, todo fue en vano. El amante de Julia Farnesio Orsini y Vanozza Catanei al alimón, con tres hijos ¿legales? y varias docenas de bastardos cobijados tras el sepulcral silencio del vil metal, estaba preparado para asaltar el deslumbrante templo en el que se fraguaban las más sofisticadas intrigas de Occidente.
En aquel entonces, el fúnebre tañido de los campanarios de Campidoglio anunciando la partida de Inocencio VIII-predecesor del Papa Alejandro VI (en origen Rodrygo Borja) hacia los pagos de la más severa oscuridad, alumbraría una silenciosa y brutal trifulca de canjes de favores; en la que Rodrigo Borgia (en su adaptación italianizada) hábil esgrimista en lo que a canje de cromos se refiere, se movía por los salones de San Pedro ya fuera de puntillas para pasar inadvertido o, con paso sólido y firme para dejar constancia de su inmenso poder.
¡Matadlos a todos!
El papado adscrito a los Borgia no fue ni más inmoral ni más sangriento que otros pues por ahí están el desenterramiento y juicio hecho al cadáver del papa Formoso por Esteban VII (en la llamada época de la pornocracia). Sergio III, convirtió el Vaticano en un burdel de lujo y negocio rampante en el que los guardias vaticanos secuestraban impunemente a las mujeres de Roma, el pedófilo Inocencio VIII, el genocida Inocencio III que a principios del siglo XIII, convulsiona el occidente cristiano con una brutal cruzada de exterminio emprendida conjuntamente con los endeudados y ambiciosos reyes de Francia contra el nuevo movimiento religioso cuyos creyentes se hacían llamar cátaros o albigenses (en griego, puros) y la terrible matanza de Beziers, en la que se masacraron a sangre y fuego más de 10.000 rebeldes quemando todas las iglesias y no dejando vivo literalmente ni al Tato. A algún caballero con ciertas reservas sobre lo que estaba ocurriendo, se le ocurrió preguntar cómo distinguir a los católicos de los herejes cátaros, a lo que el legado papal, Arnaud Amaury, antiguo abad de Poblet (Tarragona) entre los años 1196 y 1198, pronunció la lapidaria frase: ¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!
La amoralidad e ilimitada ambición de este Papa fueron el fundamento para tomar por asalto la antiquísima institución vaticana
Bien, pues aunque hay historiadores cuyo punto de vista contradictorio en relación con los hechos sea discrepante con la teoría más sostenida, sin por ello perder la razón del enfoque que mantienen pues en esencia la historia es una labor detectivesca ; es más que probable que el cisma luterano no nazca como consecuencia de las tropelías de Alejandro VI. Cuando el discrepante tonsurado germano clava sus famosas 95 tesis en la catedral de Wittemberg, era papa León X, un Médici famoso por poner en marcha la campaña de venta de indulgencias que reportaría grandes ingresos a la Iglesia perdonando a pecadores sus deslices por módicas sumas, dicho en Roman Paladino, un negociete redondo. Es sin embargo Clemente VII de Médici, sucesor a la vez que primo del anterior tras el brevísimo papado de Adriano VI, el que se alía con el Rey Francisco I de Francia (capturado en su momento en Pavía por los españoles) el que le hace el juego a los protestantes antes que convocar un concilio que se hacía más que urgente como venía pidiendo el emperador Carlos V.
En el caso de Alejandro VI, al menos entre tanto desatino, tuvo la virtud de consolidar la autoridad papal y la unidad de la cristiandad, en entredicho después del Gran Cisma de Occidente (1378-1417) propiciado por las ansias francesas e italianas de dominio del papado. En algún momento de este periodo del Gran Cisma, la Iglesia llegó a tener hasta tres papas (1410) simultáneamente. En lo tocante a Alejandro VI no es que fuera un angelito el espécimen, pero tampoco eran tan distinto en lo tocante a su conducta moral de otros papas renacentistas como es el caso de las familias della Rovere, Farnesio, Medici, etc.
La amoralidad e ilimitada ambición de este Papa, fueron el fundamento que esta familia española de los Borgia - una adaptación italianizada de la grafía Borja - manejaría con profusión para tomar por asalto la antiquísima institución vaticana; un papado salpicado de obscenas, groseras y escandalosas gestiones que a lo largo de esta cuestionada institución hayan presenciado los oscuros muros de este templo que debería de ser una referencia del bien y que sin embargo con los años ha perdido crédito, seguidores y confianza a raudales por los innumerables escándalos de toda laya que la han salpicado.
Pero obviamente para los creyentes en este credo tan adulterado en sus posibles verdades originales, siempre queda la esperanza de aferrarse a la largueza con la que se fían las promesas hechas por esta alambicada y laberíntica organización religiosa que tanto los arrianos, como los cátaros, husitas, incluso los protestantes, etc. en vano intentaron mejorar o hacerla volver a sus principios fundacionales. Confucio decía en una criptica frase, que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.
Desde que hace ya más de veinte siglos, aquel referente espiritual que emergió en tierras palestinas para alumbrar con su grandioso y elemental mensaje, basado en la austeridad y compasión, en la generosidad y desapego, con una altura de miras infrecuente en el pensamiento humano; un ideario que bien podría haber facilitado un sano desarrollo de la humanidad en su devenir; no hubiera sido tomado por asalto a través de maquiavélicas, torticeras y oportunistas usurpaciones más allá de la posterior manipulación de aquellas elevadas palabras hasta convertirlas en ininteligibles e inaccesibles discursos despojados de su esencia original, otro gallo nos cantaría.
Una dinastía odiada
En el caso del Papa Alejandro VI, cabeza visible de una saga aborrecida, abrazó como un hábil octópodo una sagrada representación pervirtiéndola hasta límites insospechados, convirtiendo la corrupción en una obra de orfebrería financiera sin precedentes. Esta odiada dinastía, los Borgia, marcarían indeleblemente una época en la historia de la Iglesia. Su historial, amasado entre los mimbres de la corrupción más absoluta y crímenes horrendos, estaba basada en la práctica asidua del horror como un mecanismo sistemático de eliminación de sus oponentes, entretanto, la impunidad más absoluta amparaba aquella merienda de blancos. El banderín de enganche de esta incalificable familia durante años estuvo basado en una incómoda “omertá” mantenida por una incondicional cohorte de parásitos que asfixiaban a una asustada feligresía que impotente asistía resignada a tanto desatino.
El paroxismo de esta ópera bufa, alcanzaría su cenit en el carnaval de Florencia de 1497, en el que se montaría una hoguera de proporciones colosales alimentada con el combustible de unos cuantos herejes descarriados y bien ahumados, a los que se añadirían pelucas, libros de Bocaccio calificados como obscenos por los pederastas y puteros prebostes de la curia que debería de dar ejemplo de moralidad acorde con los postulados cristianos, retratos de hermosas mujeres desnudas con su generosa belleza, sofisticadas pinturas de Boticelli, etc. fueron pasto de la voracidad de las llamas, y lo que es peor, de la intransigencia de perversas mentes de sublime hipocresía.
Originarios de Borja en Aragón, antes del gran salto a la bota itálica no menos de tres generaciones en Játiva habían hollado el suelo peninsular, su rastro y paso por la institución vaticana son de los que dejan huella. Es de esperar que la memoria de los creyentes críticos sea severa con los camaleónicos replicantes que actualmente frenan las iniciativas papales. Alejandro VI, contumaz bisexual y pederasta confeso, hizo de la conspiración y la perfidia una peculiar interpretación de las bellas artes con sus inequívocas habilidades.
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