Ya sabíamos que además de al proverbial talento de Mijaíl Kutúzov, con su estrategia de evitar el enfrentamiento y aplicar una política de tierra quemada, sobre todo la Grande Armeé de Napoleón fue derrotada en Rusia por el General Invierno. Lo que no sabíamos es el porqué exacto, las circunstancias y condiciones en que el frío se cebó con las tropas francesas en retirada. Ahora, una investigadora de la Universidad de Yale acaba de explicar un detalle curioso que da la clave de todo: los botones de las casacas se pulverizaron e impidieron a los soldados abrigarse adecuadamente.
Este planteamiento es una pequeña broma, por supuesto, pero el trabajo de Ainissa Ramírez va en serio. Ingeniera especialista en materiales por las universidades de Brown y Stanford, profesora de ingeniería mecánica, ganadora del premio MIT Technology Review’s TR100 por inventar un nuevo tipo de soldadura y autora de varios libros y podcasts de divulgación científica para todos los públicos, Ramírez ha estudiado el comportamiento de parte del equipo militar napoleónico en condiciones extremas equiparables a las experimentadas en aquel terrible año de 1812. Y sus conclusiones apuntan a ese insospechado factor mencionado al principio.
Situémonos cronológica y geográficamente. Bonaparte decidió invadir Rusia tras el fracaso de los acuerdos de Tilsit y Erfurt, firmados con Alejandro I en 1807 y 1808 respectivamente; el zar sólo quería ganar tiempo para poner a punto su ejército y atacar el Gran Ducado de Varsovia, que el emperador había creado poco antes. En 1812 se rompieron las relaciones y el emperador organizó un descomunal ejército con el que se dispuso a llegar hasta Moscú.
Como la Grande Armeé era muy superior -en términos cualitativos- al enemigo, el general Mijaíl Barclay de Tolly optó por una retirada hacia el interior procurando evitar batallas campales; las pocas que hubo, como las de Borodino y Smolensk fueron claras victorias francesas y permitieron alcanzar la capital a mediados de septiembre.
Tolly fue relevado por Kutúzov pero, pese al escándalo que levantó en la corte, decidió continuar su estrategia y abandonó la ciudad sin defenderla. Eso sí, le prendió fuego para privar de recursos a sus enemigos. El viento y otras circunstancias avivaron y extendieron las llamas, que dieron lugar a un pavoroso incendio del que ya hablamos en otro artículo hace poco.
Ante tal situación, sin posibilidad de recibir suministros ni de avituallarse sobre el terreno y con el invierno a punto de caer sobre el país, Napoleón no tuvo más remedio que ordenar el repliegue hasta la primavera. Como es sabido, esa retirada no fue hasta el cambio de estación sino total y además se convirtió en una catástrofe. De hecho, el primer signo de ello llegó a los pocos días, el 24 de octubre, con la Batalla de Maloyaroslávets: se desarrolló a lo largo de toda una jornada por el control de un puente y aunque al final se impusieron los franceses sobre el terreno, las consecuencias a la larga beneficiaron a los rusos.
Lo hicieron porque, aparte de las bajas -unos cinco mil hombres-, el propio Bonaparte entendió su delicada situación y tomó dos significativas decisiones: una, llevar siempre consigo un frasco de veneno para tomar antes de caer prisionero; y dos, ante el bloqueo ruso de la ruta de escape elegida, la cambió por otra al norte del río Prípiat, que era por donde había llevado a cabo la penetración en Rusia meses antes. El problema estaba en que esa zona se hallaba literalmente arrasada y sometida a una climatología mucho más cruda. Ahí es donde entra en juego el trabajo de Ainissa Ramírez.
Los meteorólogos habían informado al emperador de que en octubre el invierno aún no sería un problema pero se equivocaron. La enorme columna francesa no sólo tuvo que enfrentarse a los cosacos, que practicaban una táctica de guerrillas cebándose con las unidades que se retrasaban en la marcha o quedaban aisladas, sino también a un frío espantoso y continuas tormentas de nieve que hacían bajar las temperaturas, en algunos puntos, hasta los treinta grados bajo cero. Demasiado para un ser humano, especialmente si no lleva la protección adecuada para afrontar unas condiciones tan extremas.
Y visto lo visto, los franceses no la llevaban. Ramírez explica que los botones de sus uniformes eran de estaño y que la estructura de los átomos de ese metal empieza a cambiar cuando la temperatura desciende por debajo de trece grados. A medida que sigue bajando, el proceso se intensifica y acelera, de manera que al llegar a los treinta grados bajo cero citados el estaño cedería y los botones se convertirían en polvo. La química como insospechada aliada de Alejandro I.
Por supuesto, que los franceses se quedaran sin botones no sería sino un factor más y no el de mayor importancia, pero tuvo su papel junto a otras variables como las que estudió el ingeniero francés Charles Joseph Minard y que plasmó en un gráfico: climatología, efectivos, itinerario seguido, recursos disponibles… La suma de ellas contribuye a explicar un todo.
Fuente: labrujulaverde
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