Ruso, alemán y después francés, el pintor Wassily Kandinsky fue el gran teórico (y práctico) del arte abstracto, es decir, este arte en el que la representación del objeto es secundaria e incluso perjudicial: la belleza del arte reside en la riqueza cromática y la simplificación formal. Es la representación de lo esencial del arte, no una burda imitación de la naturaleza, que es de por si insuperable.
Kandinsky compaginó sus estudios de derecho y economía con clases de dibujo y pintura. Como buen aficionado al arte de principios del siglo XX, le interesaban las culturas primitivas y las manifestaciones artísticas populares rusas.
A los 30 años lo abandonó todo para estudiar pintura en Munich, y viajó por numerosos países para descubrir colores, formas y formas de representación alejadas de la mímesis tradicional.
Encabeza el grupo expresionista Der Blaue Reiter (el jinete azul), con el que comienza a obsesionarse con expresar algo más allá de la simple representación de la naturaleza. Poco a poco, su experimentación continuada culmina en torno a 1910, entregándose a la pura abstracción. Un poco de la libertad cromática de los fauvistas, el impulso personal del artista típico de los expresionistas y una espiritualidad que robaba tanto de las matemáticas como de la música.
Entre 1910 y 1914, Kandinsky pintó obras de tres categorías: las impresiones (inspiradas en la naturaleza), las improvisaciones (expresiones de emociones internas) y las composiciones (de gran rigor compositivo aunque basadas en la pura intuición). Líneas negras agrupadas junto a vivos colores, geometrías, motivos decorativos eslavos y formas en armonía.
Sería por tanto, uno de los padres del arte abstracto, que se acabaría diversificando y contaminando a otros movimientos, del Surrealismo al Neoplasticismo, pasando por el Constructivismo y el Expresionismo abstracto.
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