En una ocasión, al entrar en una iglesia en Sicilia, le ofrecieron agua bendita. Él la rechazó porque, bromeó, aquello sólo servía para los pecados veniales y los suyos eran todos mortales. Caravaggio fue un genio. Pero no tenía nada de santo. Nacido a finales de 1571 y muerto antes de los 40 años, era de mal beber, bravucón y pendenciero, se relacionaba con prostitutas y maleantes, y creó algunas de sus mejores obras mientras huía de la justicia por el asesinato de un hombre durante una pelea callejera. En el camino, cosechó reconocimiento popular y una corte de enemigos inclementes. Uno de los más notables fue el también pintor, y acérrimo rival, Giovanni Baglione, quien además se convertiría en el autor de una de sus primeras y más amargas biografías: “A veces buscaba la oportunidad de romperse el cuello o poner en peligro la vida de otro”, escribió.
Sin embargo, el resentimiento de Baglione era grande, veía cómo su propio arte era eclipsado, y la inquina lo llevó mucho más lejos. Un año antes Caravaggio había pintado El amor victorioso, cuyo protagonista era un Cupido alegremente desnudo con alas falsas. El niño era Cecco, uno de sus modelos preferidos, a quien antes había retratado en El sacrificio de Isaac con los ojos angustiados y la boca abierta, mientras su padre, preparando la hoja para matarlo, lo sujeta por el cuello. Ahora estaba desnudo, con una luz que dirigía la mirada a sus genitales, en lo que parece una celebración de la sexualidad abierta. La imagen asombró a sus contemporáneos, que lo interpretaron como una confesión personal. El retrato "del niño que se acostó con él", escribió Baglione, que decidió emprender una nueva cruzada, esta vez por sodomía, ya no en los tribunales, sino en el terreno de la pintura.
Haciéndose eco del provocativo Cupido, Baglione creó Amor sacro y Amor profano, en el que introdujo la figura de un ángel que interviene para salvarlo de las garras de su sodomizador. Pero la analogía no fue tan eficaz como esperaba y decidió hacer una segunda versión en la que la figura del diablo atrapado en actos inmorales tenía ya el rostro reconocible de Caravaggio, el mismo cabello negro azabache y los ojos deslumbrantes de su autorretrato en el Martirio de San Mateo. Historiadores como Andrew Graham-Dixon sugieren que, efectivamente, esta pintura fue una denuncia directa de sodomía. Una acusación dañina y peligrosa que ponía directamente el foco en un aspecto, su homosexualidad, en un momento y en una sociedad en la que la gente era ejecutada por ello.
Fuente: www.lavanguardia.com
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