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Foto del escritorAndrés Cifuentes

El kamasutra cortés que acompañó a Felipe II en su lecho de muerte

‘EL JARDÍN DE LAS DELICIAS’

El famoso tríptico del Bosco retrata un mundo onírico de pasiones y de castigos que fascinó al bisnieto de los Reyes Católicos hasta el final de sus días


Detalle del 'Jardín de las delicias' del Bosco. Museo del Prado / LV

Con una mirada seductora nos invita a participar de la fiesta. Su boca, entreabierta, está a punto de mordisquear un jugoso fruto rojo. ¿Caeremos en la tentación? Pues sí. Resulta imposible no hacerlo. Esta figura que nos aguarda socarronamente en la parte inferior del cuadro es una de las muchas que integran El jardín de las delicias , la gran obra del Bosco que nos adentra en un mundo onírico de pasiones y, también, de castigos.


Nada sale gratis. El famoso tríptico (pintado entre 1490-1500), que se expone en el Museo del Prado, así nos lo advierte con una primera e indiscutible lectura moralizante. En el panel inicial, Adán y Eva todavía se encuentran libres de pecado en el paraíso. La tabla central nos traslada al propio jardín de las delicias, con una humanidad entregada a los placeres (especialmente sexuales). Y en el tercero, llega, como no, el infierno con los pecadores sufriendo sus penitencias.


Múltiples lecturas

Hasta aquí, todo claro y nada nuevo si no fuera porque hay mucho más. El Bosco creó una obra hipnótica y cambiante. Cada vez que se la observa aparecen nuevos elementos no vistos y sus interpretaciones dan para escribir tantos libros como ya hay publicados, y los que quedan todavía por redactar...


De lo que no cabe ninguna duda es que esta pintura siempre ha cautivado a quien ha osado observarla con detenimiento. Felipe II fue uno de los que cayó bajo su poderoso influjo. Tanto fue así que formó parte de su colección personal y ya en su lecho de muerte en El Escorial pidió que la instalasen en sus aposentos. Con ella, y rodeado también de miles de reliquias de santos que había coleccionado, el gran monarca pereció.


Vaya tortura para el rey si se limitó a observarla bajo la idea de lo efímero, la fugacidad de los placeres a cambio de la eternidad del infierno. Por suerte, José Juan Pérez Preciado, conservador de pintura flamenca del Museo del Prado, nos profundiza en sus múltiples lecturas. “Es una pintura nueva cada vez que la vemos”, insiste. Menudo desafío.


‘El jardín de las delicias’ del Bosco Museo del Prado

Así, el panel central, el que en el siglo XIX se bautizó como ‘el jardín de las delicias’, también podría representar “el paraíso perdido, lo que hubiera sido de la humanidad de no haber existido el pecado original”, revela. Pues sí que la fastidió Eva mordiendo la manzana... Y hablando de la gran madre, la primera tabla oculta algunas de las peculiaridades más escondidas de la obra. Aparece ella. Dios la coge de la muñeca y se la presenta a Adán. Para muchos, el momento puede significar la instauración del sacramento del matrimonio. Pero vale la pena ir más allá.


Aunque la escena no es extraña, sí es verdad que la que se solía representar más a menudo era el nacimiento de Eva a partir de la costilla de Adán. Y el Bosco pretendía hacerlo así. Los estudios de la obra han detectado un arrepentimiento. Algo más arriba donde se encuentra el árbol de la ciencia, el artista había dibujado esta escena que prefirió eliminar. Y todavía hay más.


El rostro inicial de Dios era diferente, mucho más barbudo, y miraba fijamente a Adán. Al final, lo cambió por una cara más cercana a la típica iconografía de Jesús y modificó también el enfoque de sus ojos, que pasaron a observar al espectador. Otro detalle: Adán aparece con los pies cruzados, como si estuviera señalando la propia crucifixión del salvador. ¡Menudo lío!


Para acabar de redondear el cuadrado, otra de las curiosidades de esta escena es el árbol que la acoge. Se trata ni más ni menos que del típico drago. ¿Qué hace un árbol canario en una obra flamenca de finales del siglo XV? Pues la respuesta está en el comercio marítimo. “El Bosco quería representar un árbol exótico, y lo conocía de grabados de la época”, detalla Pérez Preciado. Nada excepcional, aunque todo nos lo parezca.


De hecho, el conservador resulta casi revolucionario: “Pese a todo lo enigmático, El Bosco no deja de ser un artista convencional, se basaba en representaciones visuales más o menos conocidas, como el bestiario medieval o las referencias a proverbios de la época, algunos perdidos”.


Erotismo renacentista

Y aquí aparece otro elemento revelador. Aunque el tríptico nos parezca incluso pornográfico, el equivalente a las películas X del renacimiento, responde al típico amor cortesano, eso sí, más explícito de lo habitual. Aunque no se sabe quién encargó la obra, podría tratarse del propietario más antiguo que se conoce, Enrique de Nassau, miembro destacado de una familia popular por sus impresionantes fiestas. Incluso se habla de una “cama en la que cabían más de diez personas”, detalla el experto en pintura flamenca.


Lo que sí es cierto es que algunas escenas, como la del centro de la tabla que representa a unas jóvenes bañándose rodeadas de chicos cabalgando encima de animales fantásticos “alude a una práctica que se hacía en el mundo caballeresco medieval con una mujer en el centro con una fruta en la cabeza y los pretendientes alrededor”, explica el restaurador recordando la novela de amor medieval Roman de la rose. “No es muy distinto a las justas medievales”, añade antes de apuntar otro elemento crucial del cuadro y que estaba muy presente en esos juegos: “el contacto y la conversación entre hombres y mujeres”.


A Felipe II, como heredero del condado de Borgoña donde tanto triunfó la familia Nassau, no le debía sonar raro este otro mundo, como tampoco el de la alquimia, tan presente entre las clases altas de la época. “Muchos nobles coqueteaban con ella”, explica Pérez Preciado. Y el gran monarca contaba con una buena colección de libros dedicados a esta temática en su biblioteca del Escorial, aunque no se sabe si realmente la practicaba. Por eso, tampoco le hubiera resultado extraño ver en el cuadro elementos que nos trasladan a esos laboratorios, como tubos de ensayo o esferas de cristal.


“Incluso se ha dicho que el Bosco estaba muy relacionado con este mundo y por eso quizás se auto representó como el diablo en el infierno, en una especie de autoinculpación”, aventura el experto del Prado. El hombre-árbol que mira fijamente al espectador y que algunas fuentes creen ver en él el propio r ostro del artista es otro de los elementos inquietantes del tríptico. Tanto, que acabó influyendo en el surrealista Dalí, de donde extrae la idea de su obra ‘El gran masturbador’.


Ya vemos que El jardín de las delicias da para mucho. Amantes gozando encerrados en un mejillón, un cerdo con hábito de monja seduciendo a un hombre, una partitura musical escrita en un trasero, un monstruo que come y defeca humanos... La imaginación y la diversión están aseguradas. ¿Por eso Felipe II quiso el cuadro en su lecho de muerte a falta de televisión? Seguro que él también se entretuvo y voló por sus múltiples y oníricas escenas llenas de color y detalles, todo un kamasutra del amor cortesano.

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