La leyenda asocia el descubrimiento de la Florida por Juan Ponce de León con la búsqueda de la fuente de la eterna juventud. ¿Qué hay de realidad en el mito?
En 1513, Juan Ponce de León descubría la Florida. Durante la expedición que lo propició, de siete meses de duración, también se descubrió la llamada corriente del Golfo , que iba a facilitar de forma asombrosa la navegación de regreso a Europa. El conquistador no vivió lo suficiente para conocer la trascendencia de un hallazgo, el de la península de Florida, que él y sus hombres tomaron por una isla.
La historiografía, además, ha arrastrado durante siglos la idea de que, en su periplo, Ponce de León buscaba la fuente de la eterna juventud. ¿Qué perseguía realmente el español?
El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo situó el nacimiento de Ponce de León en Santervás de Campos (Valladolid), y le calificó de “caballero pobre”. La identidad de sus padres se desconoce, pero al parecer poseía vínculos familiares con aristócratas influyentes.
Entre sus parientes figuraba Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, que participó activamente en la conquista del reino de Granada. El propio Juan habría combatido con su tío en aquella contienda contra los musulmanes.
Al término de la misma, nuestro hombre se embarcó con destino a la isla de La Española (lo que hoy son Haití y República Dominicana), donde seguramente esperaba hacer fortuna. Y, en efecto, la hizo.
Unas crónicas señalan que llegó al Nuevo Mundo en el segundo viaje de Cristóbal Colón, en 1493; otras indican que viajó allí con la flota de Nicolás de Ovando, nombrado gobernador de las Indias, que partió el 13 de febrero de 1502 con 32 embarcaciones y varios miles de colonizadores. Lo que sí sabemos es que, dos años después, en la comarca oriental de Higüey, dejaba a Ovando impresionado al aplastar al cacique Cotubanamá, que se había sublevado contra los españoles.
Por ello recibió unos terrenos junto al río Yuma, además de un elevado número de siervos indígenas en régimen de encomienda, en la práctica, de cuasi esclavitud. Allí se asentó Ponce con su esposa Leonor y sus hijos, Juana, Isabel, María y Luis, y allí seguía en 1507. Ponce prosperó rápidamente con las explotaciones de las minas de oro, las cosechas y la ganadería en Yuma, donde las carabelas españolas efectuaban su última parada de aprovisionamiento antes de regresar a la península ibérica.
También ejerció el oficio de “cogedor de los diezmos” –encargado de recoger este impuesto– de la villa de Santo Domingo y su comarca. Sin embargo, La Española pronto se le quedó pequeña. Había muchas más tierras por colonizar. El historiador estadounidense Robert H. Fuson apunta que seguramente sabía de la existencia de oro en la isla que los nativos llamaban Boriquén (bautizada como San Juan Bautista por Cristóbal Colón y rebautizada después por Ponce de León como Puerto Rico).
Tuvo que buscar fortuna en otro lugar, ya que buena parte de sus bienes habían sido confiscados por Colón.
De hecho, Boriquén estaba próxima a sus dominios, y podía verse en la lejanía desde La Española en los días claros. A mediados de 1508, Ponce solicitó y recibió permiso real para explorarla y colonizarla con el título de gobernador. Navegó a la isla en un barco con una cincuentena de hombres, y en el lugar que luego sería la ciudad de Cáparra (actual San Juan) estableció un asentamiento, no sin antes combatir sangrientamente contra los indios.
Sin embargo, en 1509 se presentó allí el hijo de Cristóbal Colón, Diego, para reclamar las tierras que su padre había descubierto durante su segundo viaje al Nuevo Mundo. Sustituyó a Nicolás de Ovando en el gobierno de las Indias y también a Ponce de León como gobernador de San Juan Bautista. Aunque Fernando el Católico había validado a Ponce como tal, el Consejo Real falló a favor de Diego, y a Ponce le fue retirado el cargo. Tuvo que buscar fortuna en otro lugar, ya que buena parte de sus bienes habían sido confiscados por Colón.
Aquel mazazo a su próspera hacienda fue precisamente lo que daría lugar a su futura fama. Las circunstancias le forzaron a movilizarse: “Hallándose Juan Ponce de León sin oficio [...] y viéndose rico, determinó de hacer alguna cosa con que ganar honra y acrecentar su hacienda, y como había nueva que se hallaban tierras a la banda del norte, acordó de ir a descubrir hacia aquella parte”, señalaba en 1601 el cronista Antonio de Herrera y Tordesillas.
Ponce solicitó de nuevo permiso real para explorar los territorios situados al noroeste, donde ni Cristóbal Colón ni ningún otro conquistador habían puesto pie. El objetivo de su viaje se detalló en una capitulación emitida por la Corona y firmada en Burgos el 23 de febrero de 1512. El rey Fernando compensaba a Ponce por la entrega de la isla de Puerto Rico a Diego Colón, y le concedía permiso para buscar y reclamar la nueva isla o tierras de Bímini.
Le nombraba adelantado de los dominios que conquistara, además de otorgarle el honor y las riquezas que obtuviera en sus aventuras. Esta Bímini que Ponce de León buscaba era un lugar de extraordinaria riqueza, según las descripciones de los indios de La Española, Cuba y Puerto Rico. Aseguraban que existía un paraíso en Bímini, una de las islas del archipiélago de los Lucayos (las Bahamas), y que un tal Sequene, un jefe nativo de Cuba, había efectuado una expedición en busca de una fuente con poderes curativos, si bien nunca regresó.
Creyeron que se trataba de otra isla, pero era Norteamérica, más concretamente la península de Florida.
En opinión del historiador norteamericano Douglas T. Peck, seguramente los indígenas se referían al reino de los mayas en Yucatán, y no a las Bahamas o a Florida. Con la escasa información de que Ponce disponía sobre aquellas tierras al noroeste, organizó una expedición en el puerto de Yuma. El 29 de enero de 1513, el español tenía preparadas dos carabelas: la Santiago, pilotada por Antón de Alaminos y capitaneada por Diego Bermúdez, y la Santa María de la Consolación, al mando de Juan Bono de Quejo.
Desde Yuma se dirigieron al fondeadero de San Germán, en Puerto Rico, donde se les unió el San Cristóbal, un pequeño bergantín para explorar islotes y puertos de aguas poco profundas, puesto a las órdenes de Juan Pérez de Ortubia. Las tres naves zarparon el 3 de marzo con rumbo al noroeste a través de las Bahamas. El día 14 hicieron escala en la isla de Guanahaní, y a principios de abril avistaron tierra: creyeron que se trataba de otra isla, pero era Norteamérica, más concretamente la península de Florida.
El lugar exacto del desembarco ha estado siempre rodeado de polémica. Algunos historiadores lo situaron en una zona próxima al lugar donde, en la segunda mitad del siglo, los españoles fundarían la ciudad de San Agustín, mientras que otros lo ubicaron en Ponte Vedra, más al norte. Sin embargo, especialistas actuales como Peck o el también estadounidense Michael V. Gannon señalan que pudo ser doscientos kilómetros más al sur, en Melbourne Beach, cerca del cabo Cañaveral.
Los navegantes descubrieron el territorio el domingo de Resurrección, festividad conocida también como día de la Pascua Florida, y puesto que, además, había plantas y flores por doquier, le dieron el nombre de Florida. Cabe la posibilidad de que algunas expediciones de esclavistas portugueses hubiesen llegado antes allí, ya que efectuaron incursiones en las Bahamas desde 1494.
Según Fuson, existen testimonios que pueden relacionarse con esta idea. También es de esa opinión el autor Arne B. Molander, de la Bahamas Historial Society, que indica que el planisferio de Cantino, de 1502, muestra un territorio cerca de Cuba enormemente similar al de Florida. En su búsqueda de Bímini, el grupo exploró buena parte de la costa de Florida, así como algunas islas entre esta península y Puerto Rico –los Cayos de Florida, las Turcas y Caicos en las Bahamas–.
Y fue durante aquel periplo cuando Ponce mencionó por vez primera la corriente del Golfo. El 22 de abril, según escribió en su cuaderno de bitácora, se encontraron con tal corriente que, aunque tenían el viento a favor, no navegaban hacia delante, sino hacia atrás. Luego advirtieron que aquella corriente que se iniciaba en el mar Caribe y les arrastraba hacia el norte, frente a los Cayos y la zona occidental de Florida, era más poderosa que el viento.
El 25 de julio alcanzaron las Bahamas, pero las aguas poco profundas del archipiélago impidieron a Ponce adentrarse en él con sus navíos. La hostilidad de los indígenas que encontraron en las costas y el azote de varias tormentas le hicieron regresar a Puerto Rico a regañadientes, pero encargó a sus subordinados que prosiguieran con la misión: “Encomendó la búsqueda al timonel Antón de Alaminos y a Juan Pérez de Ortubia, quienes realizaron una nueva jornada con el pequeño bergantín San Cristóbal durante cuatro meses”, cuenta el historiador español Salvador Bernabéu Albert.
El conquistador supo que los belicosos indios de la región habían atacado Cáparra y que su familia había salvado la vida de milagro.
Aquella “nueva jornada” permitió a Alaminos estudiar la corriente del Golfo, y sería el primero en beneficiarse de ella seis años después. En 1519, tras dejar atrás a Hernán Cortés en México, Alaminos navegó de vuelta a España desde Veracruz hasta La Habana siguiendo esta corriente. Fue él quien inauguró la ruta oceánica que luego seguirían los grandes barcos que unían Europa con América. De hecho, aunque tradicionalmente se atribuya a Ponce el descubrimiento de la corriente del Golfo, los historiadores otorgan el mérito a Alaminos.
Ponce llegó a Puerto Rico entre el 21 de septiembre y el 10 de octubre, según las fuentes. Una vez allí, el conquistador supo que los belicosos indios de la región habían atacado Cáparra y que su familia había salvado la vida de milagro. Unos meses después, a mediados de febrero de 1514, fondeaba en la isla el San Cristóbal, con Alaminos y Pérez de Ortubia a bordo, tras haber experimentado con la corriente del Golfo y haber descubierto varias islas, entre ellas la que creyeron reconocer como Bímini. el último viaje.
Las revueltas de los nativos contra los españoles y la falta de entendimiento con Diego Colón convencieron a Ponce de volver a España y solicitar a la Corona el gobierno de Bímini y Florida. Fuson indica que el 27 de septiembre de 1514 el conquistador mantuvo un encuentro con el rey, que le nombró Capitán General, le otorgó un escudo de armas y confirmó sus derechos sobre Florida.
Ponce de León viajó de nuevo a Puerto Rico, adonde arribó el 15 de julio de 1515. Como relata la historiadora María Antonia Sáinz Sastre: “Su deseo hubiera sido continuar de inmediato a la Florida, pero nuevas revueltas en la isla y la muerte de su esposa doña Leonor le retuvieron [...]. La salida se demorará más de seis años”.
El español zarpó del puerto de San Germán en torno al 26 de febrero de 1521. Navegó hasta la costa sudoriental de la península con dos carabelas, varios centenares de hombres, cincuenta caballos y numerosas bestias de carga. Su intento de colonización fracasó. Los expedicionarios se asentaron en una localización hoy desconocida, y no llevaban allí mucho tiempo cuando un ataque de los nativos les obligó a volver al mar.
Muchos de los hombres perecieron a raíz de la ofensiva, y a Ponce le atravesó el muslo una flecha envenenada (algunas fuentes citan el hombro). Logró escapar y puso rumbo a Cuba con la esperanza de recuperarse, pero murió poco después, durante el mes de julio. Tenía 47 años. El historiador estadounidense Paul E. Hoffman señala que la trascendencia de su expedición por el Caribe no fue valorada por España hasta algunos años después, en la segunda mitad de la década, cuando los viajes de Lucas Vázquez de Ayllón evidenciaron que Florida era parte del continente.
“Era muy trabajador y ambicioso, y, de no haberse implicado en tantas rencillas políticas, habría llegado mucho más lejos”.
Por otro lado, Douglas T. Peck recuerda que los historiadores de la propia Florida tardaron mucho en corregir los errores y malentendidos que se extendieron sobre el verdadero propósito de la aventura de Ponce de León. Más allá de las simples riquezas o de la fuente de la juventud que algunos defendieron que buscó en vano, el objetivo del viaje era el especificado en la capitulación del 23 de febrero de 1512, que le nombraba adelantado de las tierras que conquistara para el Imperio español.
Ser un adelantado le permitía disfrutar de numerosos derechos sobre los territorios que descubriera y le abría muchas más posibilidades que ser gobernador de Puerto Rico, título que, por otra parte, le había arrebatado Diego Colón. “Era muy trabajador y ambicioso, y, de no haberse implicado en tantas rencillas políticas –en especial, con la familia Colón–, habría llegado mucho más lejos”, opina Peck.
Lo cierto es que se sabe poco sobre él. El catedrático Juan Gil, que ha estudiado a fondo innumerables fuentes en un intento por conocer su figura, lo considera un “enigma”. Fuson opina que el trato que dio a los nativos asignados a sus encomiendas fue “relativamente” bueno. Desde la perspectiva actual, el adverbio resulta discutible, puesto que los indios se sublevaron contra él en más de una ocasión y el español los aplastó con brutalidad.
Sin embargo, no parece que en este aspecto fuese más despiadado que otros terratenientes españoles del período. Hernando de Escalante Fontaneda, superviviente de un naufragio, mencionaba en su Memoria de las cosas y costa y indios de la Florida (1575) una migración de indios a esta península en el siglo XVI huyendo del trato inhumano de los encomenderos en La Española y en Cuba.
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