La trágica historia de Madame du Barry, la ultima amante de Luis XV
La institución matrimonial era una pesada carga para los monarcas europeos. "Hasta que la muerte los separe", era un período demasiado prolongado para un matrimonio sin amor, más cuando las tentaciones acechaban a estos pobres hombres expuestos a las deliciosas tentaciones que se desplegaban dentro y fuera de la corte. Dos cosas facilitaban el acceso a otros placeres. Uno era la indiferencia de la Reina consorte, usualmente también infeliz quien, al ver que no era correspondida en su afecto inicial, buscaba nuevas distracciones para alejar de su mente las deslealtades del monarca (siempre y cuando no perjudicase los derechos de su descendencia). Y, en segundo lugar, la redención de los pecados por un confesor complaciente permitía al monarca continuar en gracia de Dios con el cumplimiento mecánico de la constricción. Así las cosas, los monarcas contaban con un inmenso coto de carga donde podían acceder a frutos, no tan prohibidos.
Cuando Jeanne du Barry irrumpió con su belleza y sus joyas, por primera vez en el baile de la corte, Madame de Pompadour, la amante oficial entendió que sus días como preferida del monarca habían llegado a su fin.
Hija ilegítima de Anne Bécu, se educó en un convento del que fue expulsada a los 15 años. Sin otro medio para mantenerse se vio obligada a vender baratijas en la calle, hasta que comenzó a desempeñarse como asistente de un peluquero con quien mantuvo un breve romance que culminó con la llegada de una niña al mundo. Gracias a las recomendaciones de un pariente del amante peluquero, Anne pasó a desempeñarse como dama de compañía de Madame de la Garde. Todo anduvo bien hasta que los hijos de Madame posaron sus ojos sobre la bella jovencita. Madame de la Garde para evitar situaciones embarazosas (en ambos sentidos de la palabra), la despidió, obligando a que Anne busque nuevos horizontes.
Jean-Baptiste du Barry, era apodado “el astuto”, y con esa habilidad regenteaba una casa de juego y prostíbulo. No pasó mucho tiempo hasta que Jeanne y Jean se convirtiesen en amantes. Desde este lugar de privilegio la joven comenzó su carrera de cortesana que le permitió escalar posiciones en las erigidas estructuras sociales de la aristocracia gracias a su belleza y el acceso de sus encantos. Conocida como Mademoiselle Lange, Jeanne se convirtió en la sensación de París contando entre sus clientes a la flor y nata de Francia, incluido el conde de Richelieu. En 1768 Luis XV la conoce en Versailles y la reclama para si.
Un solo obstáculo existía para acceder al titulo de amante oficial del Rey, Jeanne debía pertenecer a la nobleza, un tema fácil de sortear en una corte de tantos recursos y pocos escrúpulos (más cuando se trataba de satisfacer las necesidades eróticas del Rey). El 1º de septiembre de 1768 Jeanne se casó con el conde Guillaume du Barry, incluyendo un falso certificado de nacimiento donde la más joven Jeanne (ya que estaba le quitaron 3 años) debía pertenecer a la nobleza de Francia. Si se va a mentir, no escatimar en detalles.
Inmediatamente se la instaló en los apartamentos cercanos a los aposentos del Rey a fin de que el monarca dispusiese de un libre acceso a su nueva maîtresse-en-titre.
Sin embargo, los días pasaban en soledad para Madame du Barry ya que se había corrido el rumor sobre el pasado turbio de esta advenediza.
Para incorporarla a la corte el Rey dispuso que Madame de Béarn fuese “la madrina” de Jeanne a cambio que le fuesen condonadas las cuantiosas deudas de juego que había contraído. Después de una serie de vicisitudes Jeanne fue presentada ante la corte el 22 de abril de 1769. En la oportunidad, una multitud de nobles y cortesanos se agolpó en la Sala de los Espejos de Versailles para ver a una radiante Madame du Barry pasearse ante esa multitud de curiosos luciendo un vestido blanco con brocados de oro y joyas deslumbrantes que el mismo monarca le había hecho llegar la noche antes. Consagrada como amante oficial, muchas damas de la corte dejaron de lado sus prejuicios y se acercaron a Jeanne en busca de los favores reales. Fue así como Madame du Barry comenzó una vida pletórica de lujos, que incluía un esclavo bantú llamado Zamor, dispuesto a facilitar la existencia de Jeanne.
Madame comenzó a interceder ante el monarca cuando le llegaban pedidos de clemencia, circunstancia que conmovía a Luis y mejoraba la imagen de su amante a los ojos de todo el mundo, incluido el mismísimo Voltaire. Bueno, vale decir que no “todo el mundo” estaba tan encantado con el encubrimiento y enriquecimiento de Madame. Poderosos enemigos se movían a su alrededor, como la duquesa de Gramont, quien publicó libelos difamatorios de carácter pornográfico que comprometían no sólo a la du Barry sino al mismo Rey.
También el duque de Choiseul conspiraba contra la amante del rey, razón por la cual du Barry lo denunció ante el monarca cuando el duque tramó la ocupación de las islas Malvinas con la expedición de Bougainville, circunstancia que hubiese desencadenado una nueva contienda europea. Francia aun no se había recuperado de la Guerra de los Siete Años. Por este intento imperialista que rompía el precario equilibrio europeo, Choiseul fue privado de su posición de ministro y expulsado de la corte.
El poder de Madame du Barry fue creciendo a medida que aumentaba el afecto del Rey por su nueva amante, a punto de confesar que, gracias a Jeanne, el monarca había conocido nuevos placeres. El duque de Noailles, miembro de una de las familias más ricas de Francia, se limitó a comentar “Su Majestad, es que usted jamás ha visitado un burdel”.
Los excesivos gastos en los que incurría el monarca para satisfacer los caprichos de su amante, más la enemistad entre du Barry y la esposa del delfín, María Antonieta de Austria, crearon una situación cada vez más precaria para Jeanne que se complicó con el “affaire del collar”, una costosa joya que Luis XV había encargado para du Barry, aunque no lo pudo entregar porque el Rey murió antes de obsequiarla.
En una complicada trama de ambición e intriga queda comprometido tanto el cardenal Rohan (la diócesis más rica de Francia) y María Antonieta, quienes son acusados de estafar a varios joyeros con los diamantes de este collar, sin tener nada que ver con el asunto tramado por el matrimonio Valois de La Motte, que habían logrado engañar al cardenal.
La estafa se hace pública y estalla el escándalo que indigna a la nobleza y al pueblo por igual, al mostrar la forma en que son dilapidados los fondos públicos y de la Iglesia. Este episodio sería ampliamente divulgado en la Revolución de 1789.
Luis XV comenzó a sentir los primeros síntomas de la viruela a fines de abril de 1774. Ya hacía un tiempo que no asistía a los encuentros con su amante con la asiduidad de antaño; los años y cierto remordimiento acosaban al monarca. La enfermedad obligó a separarse de Madame du Barry. No hubo adiós. El médico de su majestad le comunicó que estaba relegada de sus funciones y, para evitar el contagio, lo mejor era que se dirigiese a uno de los palacios que el Rey le había obsequiado. En Aiguillon, Madame du Barryrecibió la noticia de la muerte de Luis XV.
María Antonieta insistió para que du Barry fuese exiliada al convento de Pont-aux-Dames. Allí las religiosas le dieron una fría acogida. Después de un año pudo abandonar su reclusión y se instaló en Louveciennes donde mantuvo una relación con el duque de Brissac y paralelamente con Henry Seymour, sobrino del duque de Somerset y político británico, quien la abandonó. El duque de Brissac fue asesinado por una turba, su cabeza fue degollada y arrojada a la casa de Madame du Barry.
Su antiguo esclavo, Zamor, adhirió fervientemente a la Revolución y denunció a su ama de asistir económicamente a los emigrados enemigos de la Revolución. Fue juzgada por traición y hallada culpable.
El 8 de diciembre de 1793 fue conducida a la Plaza de la Concordia. A lo largo del camino pidió clemencia, que no le fue concedida. Sus últimas palabras se dirigieron al verdugo solicitando piedad. Por una de esas paradojas del destino fue enterrada junto a María Antonieta, su enemiga en los tiempos en las que ambas brillaban en la Versailles.
Sus joyas que lograron salir del país, se usaron en Inglaterra para financiar un regimiento de soldados Hessianos que lucharon contra las tropas de la Revolución.
En vida Madame du Barry había adherido a la declaración de su amante “después de mí el diluvio…” y diluvió sobre su cabeza cercenada.
Fuente: www.historiahoy.com.ar
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