Biografía
Alejandro VI, papa (1431-1503; 1492-1503). Alrededor de la persona de Alejandro VI se ha tejido una leyenda de crímenes y desvaríos de toda clase, que iniciada por las familias romanas adversarias a la persona de un pontífice de origen español y a la política de César Borgia, fue luego ampliada por los historiadores protestantes y los literatos despreocupados, amantes de las pinceladas duras y espeluznantes. Teniendo en cuenta la flaqueza de la carne, el ambiente desordenado de la Roma del Renacimiento y la oportuna separación entre la persona y el oficio, reseñaremos su vida y su obra tal como se desprende de la crítica histórica moderna.
Rodrigo de Borja y Doms nació en Játiva el 1 de enero de 1431 (fecha probable). Sus padres, Jofre e Isabel, pertenecían a una noble familia del reino de Valencia, uno de cuyos miembros revistió la tiara pontificia, con el nombre de Calixto III, en abril de 1455. Este hecho domina el destino del joven Rodrigo, pues su tío le introdujo en Roma y le protegió con su poder. Después de ampliar sus estudios de derecho canónico en Bolonia, fue creado protonotario apostólico (1455) y poco después cardenal (20 de febrero de 1456) y vicecanciller de la Iglesia (1457). Su educación esmerada, su conversación amena y atractiva, su aspecto agradable, su pericia administrativa y su sabiduría canónica, supieron conservarle la posición ocupada en la Curia aún después de la muerte de su tío.
Por esta época fue nombrado legado de la cruzada en España (1472-1473), donde contribuyó a preparar la obra de unificación territorial y política de los Reyes Católicos. En el cónclave de 1484 estuvo muy próximo a ser designado papa, y lo fue el 11 de agosto de 1492 con el apoyo político de Ascanio Sforza y Ludovico el Moro. Realmente su elección no fue mal vista, pues se le reputaba persona inteligente y experta, capaz de llevar a cabo la reforma de la Iglesia y de realizar las aspiraciones de cruzada contra los turcos.
Pero su vida íntima estaba roída por el cáncer de la pasión y la sensualidad. Siendo cardenal había tenido varios hijos, a pesar de las recriminaciones de Pío II. De entre ellos, los que más habían de influir en su existencia eran los habidos de Vannozza Catanei : Juan, César, Lucrecia y Jofre. Para dotarlos y protegerlos, para abrirles un camino y una fortuna, Alejandro VI, poco aficionado a la acción política, se dejó arrastrar por un sendero equivocado. El primer paso en falso fue el reconocimiento público de su paternidad, una vez elevado a la Sede Pontificia.
Su actuación política ofrece dos aspectos distintos, separados por la fecha de 1498. En la primera aparece vacilante e irresoluto. En los momentos decisivos de actuar, bien contra los Orsinis y los Colonnas, sus rivales encarnizados, o contra la invasión francesa de Carlos VIII en 1494, se nos muestra débil y poco afortunado en sus decisiones. En cambio, desde 1498 hasta su muerte, ocurrida el 18 de agosto de 1503, Alejandro VI es otro hombre: se muestra enérgico, activo e incluso violento. Pero entonces le dirige otra personalidad más fuerte que la suya, la de César Borgia.
Alejandro quiere dar a su hijo un Estado; y para lograrlo rompe con Aragón, su reino nativo, y se alía con Francia; deshace los matrimonios de Lucrecia a compás de los intereses de su hermano; confisca los bienes de los Colonnas; abole los derechos feudales en la Romaña y las Marcas; favorece las empresas del flamante duque Valentino; saca dinero de donde puede para auxiliarlo: de la Iglesia, de los cardenales y de los particulares; vende cargos y capelos. Se ha hablado mucho en esta época del veneno de los Borgias. Pero en muchísimos casos la voz popular carece de fundamento.
Al lado de esta agitada vida de príncipe del Renacimiento, con sus enormes defectos y el perjuicio grande causado a la Iglesia, Alejandro no olvida —aunque parezca extraño— los intereses de la Sede Apostólica. En 1498 preparaba un proyecto de reforma que no se llevó a cabo. En 1501 insistió para formalizar una cruzada contra los turcos, sin que los reyes acogieran favorablemente esta sugestión.
Defendió los derechos y prerrogativas del Pontificado, favoreció las órdenes religiosas y las misiones, se preocupó de la censura de libros antidogmáticos. Nadie ha dudado jamás de la pureza de su doctrina religiosa.
Así va saliendo de la moderna investigación la figura de Alejandro VI. En realidad, dos hombres: de un lado, la carne y la pasión, Rodrigo de Borja ; de otro, el espíritu, el papa. Para la Iglesia, indudablemente, un mal pontificado. Para el psicólogo, uno de los ejemplares humanos más interesantes.
Fuente: www.nubeluz.es/personajes
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