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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

Miguel de Unamuno, un escritor crítico con todos

FILÓSOFO Y AUTOR POLIFACÉTICO


"¡España se salvará porque tiene que salvarse!". Esta es la última frase pronunciada por uno de los mejores escritores en lengua española, quien, confinado en su casa de Salamanca durante los últimos meses de su vida, murió junto a un brasero, solo y sumido en la tristeza más absoluta unos meses después del comienzo de la Guerra Civil Española.

Miguel de Unamuno y Jugo en un retrato tomado el 24 de diciembre de 1926

La tarde del 31 de diciembre de 1936 nevaba en Salamanca. Recluido en su casa, pared con pared con la muy salmantina Casa de las Muertes, Miguel de Unamuno, que tenía en aquel entonces 72 años, recibió la visita de Bartolomé Aragón, un antiguo alumno suyo, falangista y profesor auxiliar de la Facultad de Derecho. La salud del escritor ya estaba muy deteriorada, y tras pronunciar la frase "¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!", Unamuno se desvaneció. Creyendo que se había dormido, Aragón no se atrevió a decirle nada hasta que el olor a quemado llamó su atención. El viejo maestro al quedar inconsciente metió su pie en el brasero, que rápidamente prendió. Unamuno murió de frío y con el pie ardiendo.

EL PODER DE LA PALABRA


Pocos meses antes, el 12 de octubre de 1936, Unamuno no tenía pensado hablar, ni tan sólo tomar notas, durante el acto que se celebró en el paraninfo de la Universidad de Salamanca organizado por la Comisión de Cultura de la Junta Técnica del Estado, un organismo político creado por Franco. En ese mismo acto, y en representación del general Franco, asistió el general Millán Astray, un condecorado militar que lucía con orgullo cuatro heridas de guerra en brazo, pierna, pecho y ojo, y que había sido el fundador de la Legión Española.


Al termino de los parlamentos, y para cerrar el acto, tomó la palabra Miguel de Unamuno. Durante las intervenciones anteriores, el escritor fue tomando notas en un papel que sostenía en las manos. Inició su intervención con estas ya famosas palabras: "La nuestra es una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia".

"Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia".
El filósofo Miguel De Unamuno (1864-1936) junto con sus alumnos en Salamanca.

LOS "NACIONALES" LE ACUSAN DE "ROJO"


El discurso de Unamuno siguió con la defensa de catalanes y vascos, lo que acabó provocando que el general Astray interrumpiera el discurso del escritor golpeando violentamente la mesa y pronunciando un alegato en favor del alzamiento nacional para terminar gritando –aunque no está confirmado que lo dijera– "mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!".


Escandalizado, el publicó empezó a abuchear a Unamuno tanchándolo de "rojo" y de posicionarse en contra de España. Ante el cariz de que estaban empezando a tomar los acontecimientos, la esposa de Franco, Carmen Polo, tomó del brazo al escritor vasco y con la ayuda de su guardia personal lo sacó del paraninfo. Aunque parece ser que el incidente no fue lo dramático que se ha llegado a contar, y aunque indudablemente molestó a la cúpula militar del bando nacional, las consecuencias para Unamuno fueron demoledoras ya que fue destituido como rector vitalicio, se le despojó de su dignidad como alcalde vitalicio de Salamanca y se suprimió la cátedra que llevaba su nombre.


"PROTEGIDO" PARA NO HUIR


En un discurso posterior, Millán Astray cargaría contra los intelectuales que "envenenan" a la juventud y falsean la historia, a lo que Unamuno replicó en una entrevista ofrecida al novelista griego Nikos Kazantzakis: "No soy ni fascista ni bolchevique, estoy solo". Tan sólo los falangistas mantuvieron el apoyo al escritor vasco, a pesar de que éste lanzó sus críticas "contra los 'hunos' y los 'otros'”.


Tan sólo los falangistas mantuvieron el apoyo al escritor vasco, a pesar de que éste lanzó sus críticas "contra los 'hunos' y los' otros'”.

Tras aquellos graves acontecimientos, Miguel de Unamuno fue confinado en su domicilio de la calle Bordadores, y aunque oficialmente no estaba detenido, sino sólo "protegido", en la puerta de su casa hacían guardia tres militares que tenían órdenes de "tirar a matar" si el autor de Niebla se subía en un coche para huir. Al escritor se le permitía salir a pasear y recibir visitas, pero cada movimiento suyo estaba controlado por los tres militares apostados en su casa. Sus hijos y familiares, que estaban en Madrid, en la zona republicana, también eran partidarios de que su padre, por seguridad, se quedara en su domicilio. Unamuno se sentía como un león enjaulado porque no podía hacer una de las cosas que más le gustaba: ir a su tertulia. También tenía prohibido publicar cualquier cosa en la prensa ni dar conferencias. La mayoría de las pocas visitas que recibía fueron de escritores falangistas como Eugenio Montes y Víctor de la Serna.

Aunque oficialmente no estaba detenido, en la puerta de su casa hacían guardia tres militares que tenían órdenes de "tirar a matar".

ESCRITURA PARA COMBATIR EL CONFINAMIENTO


Durante los meses en que estuvo confinado, Unamuno dio rienda suelta a una de sus grandes pasiones: escribir. Compuso numerosos poemas e inició un ensayo, y a pesar del férreo control sobre su correspondencia, pudo mantener una relación epistolar fluida con amigos de España y del extranjero.

En una tarde muy fría del 21 de diciembre, y en compañía del falangista Eugenio Montes, Unamuno se encontraba paseando por el cementerio y decidió entrar en el taller del marmolista que le había hecho la lápida a su esposa para encargar la suya con el siguiente epitafio: "Méteme, Padre Eterno, en tu pecho/ misterioso hogar,/ dormiré allí, pues vengo deshecho/ del duro bregar".

Unamuno se encontraba paseando por el cementerio y decidió entrar en el taller del marmolista que le hizo la lápida a su esposa para encargar la suya.
Unamuno perteneció a la generación del 98 y en su obra trató multitud de géneros literarios: novela, ensayo, teatro, poesía...

EL FIN DE UN GENIAL ESCRITOR


Sumido en una profunda tristeza, Unamuno siguió escribiendo, y ya sin el apoyo de su difunta esposa y compañera, su Concha, vivió prácticamente "desterrado" en la Salamanca nacional. Poco a poco, la vida del escritor iba llegando su fin y esa tarde, la de su muerte, recibió dos visitas. Su hija Felisa se llevó a su nieto para ir a ver los belenes de la ciudad, y fue entonces cuando llegó Diego Martín Veloz, un excombatiente de la guerra de Cuba reconvertido en importante propietario. Martín despreciaba tanto al escritor que bautizó a uno de sus asnos con su nombre, "Unamuno". La segunda visita fue la del falangista Bartolomé Aragón. Conversaron agradablemente en torno al brasero y Aragón le dijo: "A veces pienso si no habrá vuelto Dios la espalda a España disponiendo de sus mejores hijos".

Sumido en una profunda tristeza, Unamuno siguió escribiendo, y ya sin el apoyo de su difunta esposa y compañera, su Concha, vivió prácticamente "desterrado" en la Salamanca nacional.

Los médicos dijeron que Miguel de Unamuno había fallecido a causa de una congestión cerebral producida por las emanaciones del brasero. Enterrado al día siguiente de su fallecimiento, entre gritos falangistas, en los días posteriores Machado diría de él: "Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás".


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