Me arrancaré, mujer, el imposible amor de melancólica plegaria, y aunque se quede el alma solitaria huirá la fe de mi pasión risible.
Iré muy lejos de tu vista grata y morirás sin mi cariño tierno, como en las noches del helado invierno se extingue la llorosa serenata.
Entonces, al caer desfallecido con el fardo de todos mis pesares, guardaré los marchitos azahares entre los pliegues del nupcial vestido.
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