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  • Foto del escritorAndrés Cifuentes

A Herminia (Carolina Coronado)


¿No ves qué tierra, qué cielo,

uno azul, otra florida?

¿No ves qué estrellas, mi vida,

no ves qué luna, qué sol?

¿No ves qué hermoso es el suelo

donde Dios te ha confinado?

Es fecundo, es dilatado,

es soberbio, es.... ¡español!


Yo no vi de ese paisaje

sino el rincón por su extremo;

mas no hay duda que es supremo

cual su tinta su pincel;

pues, el lugar más salvaje

de nuestra bella comarca

forma, en los valles que abarca,

a España rico dosel.


Por cada grano de tierra

brota en ella una semilla;

no hay extranjera avecilla

que no nos la venga a hurtar:

los pueblos nos mueven guerra

por sólo pisar a España,

cual transeúnte cabaña

lamiendo el suelo al pasar.


Cuando sacuda tu mente

de la infancia los ensueños,

estos campos tan risueños

y riquísimos al ver;

¿por qué dirás esa gente,

que ha marchado a mi venida,

pasó la preciosa vida

en quejas de padecer?


¿Por qué las tiernas mujeres,

que a mi llegar se alejaron,

tantas lágrimas lloraron

vertidas del corazón?

Si tiene el mundo placeres

y la vida tal encanto,

¿por qué se ha dolido tanto

la muerta generación?


Prende fuego en la montaña

y devasta la pradera;

mas oye a la primavera,

la yerba vegeta más:

así en la guerra de España

que estos seres encendimos

de cenizas os servimos

a los que venís detrás.


¿Sabes tú para que puedas

alcanzar luz en tus días

qué de noches tan sombrías

estamos pasando aquí?

¡Tú que en el valle te quedas

cuando nosotras nos vamos

no sabes cómo le hallamos

al venir antes de ti!


De laureles, de riqueza

de altos honores cargados,

son, Herminia, desgraciados

los hombres de nuestra edad;

de brillantes, de belleza

y de amores circundadas

mujeres muy desdichadas

son las de esta sociedad.


Pero tú que has retardado

más que aquellos tu venida,

vas a encontrar en la vida

más placer, menos dolor;

pues que de España han cruzado

tantos otros el camino,

que sufre ya el peregrino

sus asperezas mejor.


Ya nuestro campo no vemos

salpicado y reteñido

con la sangre que ha vertido

la guerrera juventud;

y ya tranquilos podemos

elevar nuestras canciones,

sin que vengan los cañones

a atronar nuestro laúd.


Ni ya rechazan del coro

a las cantoras mujeres;

pues al fin que somos seres

de la especie racional,

en este siglo sonoro

los españoles declaran...

¡Qué indulgencia!... y nos preparan...

¡Qué dicha!... lauro inmortal.


Pero es tarde, Herminia mía,

tarde ya para esta gente,

que ha pasado tristemente

lo mejor de su vivir;

esa naciente alegría

que en nuestro pueblo resuena

no basta a calmar la pena

que venimos de sufrir.


De las pasadas tormentas

naves nosotras heridas,

vamos a quedar sumidas

presto en el revuelto mar;

pero tú, que apenas cuentas,

Herminia, trescientos soles,

a los puertos españoles

logras a tiempo arribar.


¡Quiera Dios que la bonanza

con que empieza tu fortuna

como te mima en la cuna

te mime en la juventud!

Cada niña una esperanza

de placer es para el mundo:

¡quiera Dios que tú fecundo

manantial seas de virtud!


Que los dulcísimos nombres

que te da el materno anhelo

de serafín y de cielo

vayan de tu vida en pos.

Que embelesados los hombres

al exclamar —«¡qué hermosura!»

añadan siempre:—«¡y qué pura!

¡Bendígate, Herminia, Dios!»


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