A finales del siglo XVIII, esta joven gallega de origen humilde superó las barreras de clase y género para formarse como auxiliar de medicina y enfermería trabajando en el Hospital de A Coruña. El doctor Balmis quiso incorporarla a su histórica expedición y grabó así su nombre en la historia.
El origen humilde de esta mujer nacida en un pequeño pueblo de A Coruña no hacía presagiar el papel fundamental que iba a desempeñar como enfermera para la salud comunitaria en la España de principios del siglo XIX. Sus padres eran agricultores e Isabel fue la segunda de los nueve hijos que tuvieron, aunque tres de sus hermanos no consiguieron superar el primer año de vida.
Isabel Zendal, o Sendalla o Zendalla -pues existen más de 35 versiones de registro de su nombre- fue la única de la familia que asistió a clases particulares con el cura de la parroquia. Una formación temprana y poco común para una mujer joven de su clase social que posiblemente influyó de manera determinante en su trayectoria posterior. De igual manera, tuvo un fuerte impacto en la vida de la joven Isabel la prematura muerte de su madre a causa de la viruela cuando ella solo tenía 13 años de edad.
EL VIRUS MÁS MORTÍFERO
Desde al menos dos milenios atrás la viruela atacaba al ser humano, pero Isabel Zendal vivió una época de especial virulencia. Durante el siglo XVIII y principios del XIX Europa estaba viviendo un agresivo brote de esta enfermedad que presentaba una mortalidad especialmente elevada. Se calcula que en aquel momento podía llegar a matar a 400.000 personas al año. Y los que sobrevivían sufrían importantes discapacidades de por vida.
Durante el siglo XVIII, la viruela podía llegar a causar la muerte de 400.000 personas al año en Europa
A principios del siglo XVIII se habían empezado a desarrollar algunos mecanismos de prevención e incluso tratamientos que mitigaban sus efectos, pero nada comparable a la gran aportación de Edward Jenner. Este médico inglés consiguió probar la eficacia de una vacuna contra la viruela en 1796, tras lo cual empezó a cambiar la manera de enfrentarse a los mortíferos brotes de esta enfermedad, que también había causado estragos y lo seguía haciendo en las colonias de ultramar del Imperio español.
El médico de la corte de Carlos IV, Francisco Javier Balmis, estaba al tanto de los éxitos obtenidos por su colega inglés y persuadió al rey, cuya hija había muerto a los tres años víctima de la viruela, para que financiara una expedición con el objetivo de distribuir la vacuna en el Nuevo Mundo: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Para entonces, Isabel Zendal ya había comenzado su trayectoria profesional. Había trabajado como ayudante y como rectora en el Hospital de la Caridad de A Coruña, y más tarde se convirtió en la rectora de la Inclusa o Casa de Expósitos, donde se recogía y criaba a los niños huérfanos. Además, se había convertido en madre soltera de un niño llamado Benito.
ENCARGADA DE LAS VACUNAS VIVIENTES
Fue en este momento cuando el doctor Balmis pidió permiso al rey para incorporar a Isabel Zendal a la expedición en calidad de enfermera. Puesto que la vacuna no podía mantenerse a una temperatura adecuada durante todo el trayecto transatlántico que debía realizar el barco, se decidió inocular a un grupo de niños y llevarlos al viaje como recipientes vivos de la vacuna. E Isabel Zendal sería la encargada de asegurar la salud y el bienestar de estos preciados integrantes de la expedición.
La propuesta de Balmis supuso para Zendal un reconocimiento social, ya que percibió el mismo sueldo que los demás enfermeros hombres, y la posibilidad de salir de su reducida realidad del pueblo que, junto con sus circunstancias, la condenaban como a muchas otras mujeres, a una existencia limitada al trabajo y al cuidado de los hijos.
Zendal fue una parte esencial para que la expedición se llevara a cabo con éxito cuidando y manteniendo saludables a los niños durante el viaje
Así fue como Zendal se convirtió en la primera enfermera de la historia en participar en una misión sanitaria internacional. Además, una misión que cosechó grandes éxitos. Cuando el navío María Pita alcanzó la costa de Puerto Rico en febrero de 1804 todos menos uno de los niños habían llegado vivos y con buena salud, incluido su hijo Benito, que también participaba en la misión. Era una auténtica proeza considerando los peligros y la dureza que suponía un viaje como ese a principios del siglo XIX. Balmis describió así la labor de una enfermera que “con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos. […] Los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades.”
Fueron 23 niños de entre 3 y 9 años procedentes de la Casa de Expósitos de A Coruña los que viajaron a América, y otros 26 a Filipinas durante los 10 años que se alargó la expedición. Gracias a los médicos, enfermeras y el grupo de niños se calcula que se vacunaron unas 250.000 personas, contribuyendo así a la inmunización de la comunidad.
Se sabe muy poco de los últimos años de la vida de Isabel Zendal. Igual que todos los niños que viajaron, ella tampoco regresó a España, pues sí se sabe con certeza que murió en Puebla de los Ángeles, México. A pesar de la escasa información, afortunadamente la memoria ha sido un poco más benevolente con su figura. Existen premios, escuelas y calles con su nombre, y numerosos autores le han dedicado novelas, cuentos o películas, pues desde 1950 esta mujer pionera está reconocida por la OMS como la primera enfermera de la historia en misión internacional.
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