Lavanderas gallegas
1887
Óleo sobre lienzo 37 x 59 cm CTB.1997.40
El resultado de una observación directa del natural, en cuanto práctica o ejercicio más o menos despreocupado de la pintura, es lo que se advierte en este bello croquis de color, donde lo que se busca es el efecto de mancha cromática, la yuxtaposición de las masas coloreadas dentro de ese marco de verdes que propicia la escena campestre.
La vivacidad, la inmediatez de lo representado, vienen logradas por la naturalidad con que son captadas las posturas de ese grupo de lavanderas, el mayor número de las cuales, hasta siete, se dispone diagonalmente de izquierda a derecha por bordear la orilla derecha de ese riachuelo que penetra en el lienzo por el ángulo inferior izquierdo –reflejando en primer término a la lavandera de la izquierda que se inclina sobre la tabla– y que, a algo más de media altura, gira bruscamente a la izquierda para salir por la parte superior del mismo lado y bajo ese idílico puentecillo oculto en una buena parte por la fronda, de tal forma que es en ese pequeño rincón donde vemos la diminuta porción de celaje.
Otras dos lavanderas –una de ellas la reflejada– se sitúan en el lateral izquierdo, en la orillita de ese lado, mientras que una última figura femenina, semioculta entre las ramas, se nos presenta de espaldas en el gracioso gesto, de inconsciente elegancia, de anudarse por detrás el delantal junto a un carro de mano. Todo el inconcluso primer término de la derecha, donde aun se advierte la huella de la imprimación del lienzo, carece de caracterización, a no ser algunas pequeñas manchas de color, de imprecisos perfiles, que parecen sugerir prendas o tocas dejadas en el suelo.
Se ha relacionado este croquis de color, en la biografía del pintor, con un retiro en Galicia ocasionado por el fallecimiento de su tercera hija, Isabel, a la edad de tres años; fallecimiento que sucedía, además, a continuación de la de su hermano. En realidad, la adscripción al marco gallego viene referida en el título, sin que sepamos precisar de qué lugar concreto se trata. Sí podemos reconocer que el círculo casi perfecto con un número en su interior obedece a un intento de catalogación del propio autor.
Pero otras versiones de lavanderas que conocemos del catálogo de su obra no son relacionables con la que nos ocupa, a excepción Lavanderas junto al puente que aunque es un mero rasguño de color, con escasa precisión en las figuras, sí posibilita la identificación del mismo lugar gracias a la coincidencia del puente allí reproducido; pero, por ello mismo, seguimos en la necesidad de creer que es gallego según el título dado.
De cualquier forma, un asunto así es tanto o más cuadro de costumbres que paisaje; pero en la medida en que tiene también de lo segundo, bueno es traer a colación un texto del propio Pradilla para el cuadro La ribera de Vigo prácticamente coetáneo (de 1889): «me propuse estudiar en lo posible delante del natural la verdad, pudiéramos decir objetiva y subjetivamente, de escenas pintorescas al aire libre, con propósito también de compenetrar cada una de estas escenas, de la luz de diferentes horas del día».
Pero siendo sobre todo pintura costumbrista, también podemos citar al respecto un testimonio, en este caso de un pintor coetáneo –en realidad, de una generación posterior, pues había nacido en 1868–, Ramón Pulido Fernández: «sus cuadros de costumbres italianas y españolas tienen un positivo valor artístico; son obras sugestivas, porque tienen interés y belleza; en ellas buscó Pradilla con gran afán todos los encantos que la naturaleza puede dar de sí; la psicología de los personajes y el ambiente. Las Lagunas Pontinas y los pueblos de Galicia fueron manantial para que sus pinceles recogiesen notas que habrían de convertirse en cuadros de una vida y gracia extraordinarias.
No han faltado críticos que le han negado a las obras de Pradilla ambiente, emoción y calidades, consecuencia de profundo estudio, que es lo que más destaca en las obras de este pintor, porque supo contemplar la naturaleza como pocos pintores y trasladarla a sus pequeños y grandes lienzos con fervoroso recogimiento». Rincón García emite su juicio al advertir que Pradilla practicará este género desde una óptica personal que proporciona a sus composiciones –tanto si se refieren a asuntos españoles como italianos– un alarde de jugosidad y gracia, impregnando estos lienzos o acuarelas de inusitados y sugerentes matices. Y no se queda en la pura anécdota del tipo popular o en el simple reflejo de la escena doméstica, sino que sabe poner de manifiesto cuánto de espontaneidad y naturalismo tiene esta temática, subrayando detalles y cuidando los extremos más precisos.
Fuente: www.carmenthyssenmalaga.org
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